viernes, 23 de junio de 2017

Cuando la Poesía era un deporte

(AZprensa) La primera edición de los Juegos Olímpicos consistió tan solo en una carrera de velocidad sobre una distancia de 192,27 metros cuyo vencedor fue Coroebo, de Élide, y su nombre grabado figura desde entonces en el estadio. La tendencia fue la de ir introduciendo cada vez carreras más largas, así como ir introduciendo cada vez mayor número de pruebas atléticas diferentes, aunque no siempre se repetían las mismas de una edición a otra.

Unos Juegos Olímpicos podía durar podían hasta seis días y no sólo constaban de competiciones deportivas sino que también se incluían representaciones artísticas, certámenes musicales y... ¡concursos de poesía!

La deportividad estaba a la orden del día y el reglamento era muy estricto, estableciendo la prohibición de cualquier intento de soborno, empujar al adversario salvo en las pruebas en donde estuviese permitido, o expresar públicamente el desacuerdo con alguna medida tomada por los jueces de los Juegos.

Desde sus orígenes y hasta hace 2.600 años, las competiciones eran “deportivas” incluso en el caso de la lucha, ya que la misma exigía fuerza, técnica y habilidad puesto que consistía en lanzar al adversario tres veces al suelo para proclamarse vencedor del combate. No había entonces ni sangre ni muerte, ya que esa degeneración vino después y se extendió y popularizó mucho después con el imperio romano. Quizás los precursores de aquellas salvajes prácticas fueran, primero el Pugilato (en donde se golpeaban unos a otros con los puños sin ningún tipo de reglas) y después el Pankration (auténtica lucha a muerte).

Por desgracia duró poco aquella moda de las competiciones poéticas; de haberse mantenido en el tiempo quizás el mundo actual hubiera sido mejor.

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