domingo, 12 de febrero de 2017

Doble rasero

(AZprensa, Editorial) Sólo hace falta repasar la información que se ofrece en los medios de comunicación sobre la industria farmacéutica para darse cuenta de la unanimidad de criterio existente: todos los medios de comunicación coinciden en sus opiniones negativas sobre esta industria (que si se inventan enfermedades, que si ponen unos precios abusivos a los fármacos, que si pagan a los médicos, que si sólo publican los estudios clínicos que les interesa, que si ganan mucho dinero, que...), sin reparar en que: son el segundo sector que más invierte en investigación, son uno de los sectores que genera más empleo, gracias a sus medicamentos vivimos más y mejor... y sin reparar en que: son empresas comerciales que arriesgan el dinero de sus inversores para conseguir fármacos de éxito, los cuales lógicamente habrán de reportarles beneficios (porque si no, nadie invertiría en las mismas) y esto es algo lógico y por supuesto legal.

Sin embargo vayámonos ahora a otro sector muy cercano, el de los productos de parafarmacia: infusiones, extractos, lociones... todos ellos muy “naturales y sin efectos secundarios”, pero:

(1)   ¿Tienen algún efecto positivo o son sólo simple placebo? ¿Dónde están los estudios clínicos que demuestran fehacientemente sus beneficios, esos estudios que tanto exigen y critican a la industria químico farmacéutica?

(2)   ¿Por qué son tan caros? ¿Por qué cualquier producto de parafarmacia cuesta tres o cuatro veces más que cualquier medicamento de prescripción equivalente? ¿Cuántos años de investigación y cuántos estudios han sido necesarios para sacar ese “producto” y por consiguiente justifican su precio tan alto? ¿Hay estudios que demuestren en cuántos días reducen el tiempo de curación de la enfermedad?

Como se ve, hay un doble rasero, una doble moralidad cuando se trata de opinar sobre unos y sobre otros. Los medicamentos de prescripción se catalogan como “venenos” y se les tacha de tener “precios abusivos” (cuando la mayoría de ellos cuestan menos de dos euros); mientras que a los productos de parafarmacia se les ensalza por lo “naturales” que son, y con esa misma “naturalidad” se paga sin rechistar un precio cuatro veces más alto.

Eso sí, cuando un defensor de los productos de parafarmacia (que suele ser al mismo tiempo un detractor de los medicamentos de prescripción) enferma gravemente, lo que quiere es que le trate un médico y le recete un medicamento de prescripción que le cure su enfermedad. Luego, cuando ya esté bien, volverá a sus productos naturales y a denostar el fruto de años y años y miles de millones de investigación que costó descubrir, desarrollar y comercializar ese fármaco “enemigo” que a pesar de todo le curó su enfermedad.

Desde AZprensa nos limitamos a recordar que la generalización es enemiga de la objetividad. 

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