(AZprensa) En una compañía internacional es
imprescindible saber hablar inglés y en este caso –como sucede en España- el
conocimiento de idiomas es una asignatura pendiente. Hace tan solo una década,
ni siquiera las grandes compañías multinacionales tenían su fuerza laboral
experta en inglés. En el caso de la multinacional farmacéutica para la que
trabajé durante un cuarto de siglo, sólo unos pocos empleados tenían un nivel
alto de inglés; la mayoría tenía un nivel medio, y alguno un nivel básico. Para
todos ellos la empresa dispuso de forma permanente cursos de inglés que a lo
largo del tiempo y de las particularidades de cada grupo, fueron variando en su
forma e intensidad. Había clases particulares para algunos, y para otros había
clases en grupos reducidos; en algunas ocasiones se concentraban todas las
horas lectivas semanales en un solo día y otras veces se repartían en varias
horas a lo largo de la semana. Pero había un denominador común: el tiempo que
los empleados dedicasen a estas clases de inglés pagadas por la empresa, era
“tiempo laboral”, es decir, siempre se impartían y contaban como tales dentro
de la jornada laboral.
En definitiva, cuando la empresa forma a sus empleados, las horas que ocupe esa formación debe considerarse como tiempo laboral.
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