(AZprensa)
Normalmente, cuando se habla en público, los asistentes son agentes pasivos con
tendencia a desconectar del orador a las primeras de cambio, por eso es muy
importante mantener tensos los hilos que unen al orador con cada uno de ellos.
Para colmo, el orador está en otro plano, allí lejos, subido a un escenario,
con un micrófono en la mano o escudado detrás de un atril que más parece un
parapeto que le proteja de la audiencia, mientras que el público está sentado
confortablemente, escondido en el anonimato... y en la penumbra; sí, porque –al
menos en nuestras convenciones- las presentaciones se acompañaban de
diapositivas y para poder verlas, era necesaria la penumbra, con un simple foco
que iluminase al orador.
Consciente
de estos inconvenientes, fui aprendiendo –a base de experiencia y de cursos de
formación- cómo atraer y mantener la atención. Resumiré algunas reglas básicas:
Hay
que repartir la mirada. El orador debe dirigirse y mirar al público aunque no
lo distinga bien en la oscuridad y la distancia, pero no debe mirar a un único
punto sino ir mirando un rato hacia un lado, otro rato hacia otro. De esta
forma, cada persona del público sentirá que aquella presentación va con él
puesto que de vez en cuando le mira a él personalmente, mientras que si el orador
sólo mira a un punto, los que estén en el resto de la sala se sentirán
ignorados y desconectarán.
El
orador no puede permanecer estático, sino que debe moverse por el escenario, y
si me apuras, incluso bajando a la platea para caminar por los pasillos y que
los asistentes sientan la cercanía y... por qué no decirlo, la intranquilidad
por si al llegar hasta ellos les hace alguna pregunta. Pero ese caminar debe
ser seguro, tranquilo, estudiado... moverse rápidamente de un lado para otro
como pollo sin cabeza captaría la atención pero también provocaría la risa.
Aunque
se llame “orador” a quien habla, no significa esto que tenga que estar hablando
todo el tiempo. Lo primero que debe comprender es la necesidad de hacer pausas.
El silencio crea expectación y el ir intercalando algunas pausas hacen que el
público se interese en lo que vaya a venir después. Eso sí, tampoco se puede
abusar de este recurso porque sería contraproducente.
Hay
que hablar alto, con voz potente aunque se disponga de micrófono; y pronunciando
bien para que se nos entienda. Y lo que es muy importante: la boca debe
dirigirse al micrófono. Es muy frecuente que –mientras mantenemos el micrófono
estático frente a nuestra boca- giremos la cabeza para mirar a un extremo de la
sala o para mirar la pantalla de proyección y entonces la boca dirigirá el
sonido lejos del micrófono, aunque lo tengamos muy cerca, con la consecuencia
que no se oirá lo que decimos. El micrófono, pues, siempre frente a la boca, no
pegado a nuestra mejilla. No obstante, hace años que este problema se ha
reducido al proliferar los micrófonos de solapa, pero eso lleva otro problema
añadido: ¿Qué hacer con las manos?
La
expresión corporal, el saber mover las manos, es esencial para una buena
comunicación. Está muy feo mantener los brazos caídos o meterse las manos en
los bolsillos; tampoco gesticular en exceso. Los brazos y las manos sirven para
apoyar algunas de las cosas que decimos y así debemos utilizarlos y ensayar
cómo hacerlo. Una ayuda sencilla para estos casos es la de tener siempre algo
en la mano, por ejemplo un puntero para indicar de vez en cuando cosas en la
pantalla, aunque ¡ojo! (y nunca mejor dicho lo de “ojo”) ¡Cuidado con apuntar
con el puntero láser al público, que a más de uno le puede dañar la retina...
aparte de hacer el ridículo! También se puede tener o coger de vez en cuando
algo relacionado con la presentación: un folleto, un envase de producto, etc.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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