martes, 11 de noviembre de 2025

Vida en el infierno de Dallol

(AZprensa) En Etiopía existe un lugar que parece sacado de un sueño febril: piscinas de agua hirviente teñidas de ácido sulfúrico en tonos amarillos, verdes y rojos, rodeadas de chimeneas humeantes que exhalan vapores tóxicos bajo un sol que quema a 50 grados Celsius. Bienvenidos a Dallol, en la Depresión de Danakil, un rincón del planeta tan hostil que ni siquiera los extremófilos –esos microorganismos que prosperan donde todo lo demás perece– deberían sobrevivir. Temperaturas que escaldan la piel, acidez comparable a la del jugo de una batería de coche (pH de 0), y salinidad diez veces superior a la del Mar Muerto. Según todo lo que sabemos de la biología, aquí no debería haber vida. Y sin embargo, en 2019, científicos etíopes y españoles irrumpieron en la escena con un anuncio que sacudió los cimientos de la astrobiología: bacterias ultra-pequeñas, arqueas hiperdiversas, aferrándose a la existencia en cristales de sal incrustados en estas aguas letales.

Dallol no es solo un espectáculo geológico; es un laboratorio natural que cuestiona los límites de lo vivo. Ubicado en el Triángulo de Afar, donde las placas tectónicas nubia, somalí y arábiga se separan en un lento parto de continentes, este volcán inactivo pero geotermicamente vivo se hunde 125 metros bajo el nivel del mar. Bajo una capa de dos kilómetros de sal –reliquia de un brazo evaporado del Mar Rojo– late una cámara magmática que bombea fluidos hidrotermales cargados de metales pesados, azufre y cloruros. "Es como Marte en la Tierra", dice Felipe Gómez, astrobiólogo del Centro de Astrobiología de Madrid, quien lideró la expedición de 2017 financiada por Europlanet 2020.

El equipo recolectó muestras en chimeneas donde el agua alcanza los 90 ºC, saturada de sales y ácida hasta el punto de disolver rocas. De regreso en el laboratorio, el microscopio electrónico y el secuenciamiento de ADN revelaron lo impensable: esferas microscópicas de Nanohaloarchaeles, arqueas del tamaño de virus, incrustadas en depósitos de sal, reproduciéndose en un entorno que debería esterilizar cualquier molécula orgánica.

¿Cómo lo hacen? Estos microbios no "viven" en el sentido convencional; hibernan en cristales de halita (sal de mesa), protegidos de la radiación ultravioleta y el calor extremo. Cuando las condiciones se suavizan –un raro chapuzón de lluvia o un enfriamiento temporal–, emergen para alimentarse de azufre disuelto, un eco de las profundidades submarinas donde la vida terrestre pudo nacer hace 3.500 millones de años.
"Estas arqueas son hiperdiversas, adaptadas simultáneamente a bajas temperaturas, alta sal y pH extremo", explica Purificación López-García, de la Universidad Pierre y Marie Curie en París, en un estudio publicado en Nature Ecology & Evolution en 2019.

Usando técnicas como el metabarcoding de genes ribosomales 16S/18S y la microscopía de barrido electrónico, su equipo identificó barreras fisicoquímicas –alta caosotropía y baja actividad del agua– que actúan como escudos letales, pero también como nichos para supervivientes improbables.El descubrimiento no fue un golpe de suerte. Expediciones previas, como la de 2016 liderada por Gómez y Barbara Cavalazzi de la Universidad de Bolonia, ya habían aislado bacterias acidófilas en el Río Tinto español, pero Dallol elevó la apuesta.
"Sabíamos que había vida, pero no imaginábamos esta resiliencia", admite Cavalazzi en un artículo de Astrobiology.

Sin embargo, no todo es un paraíso microbian. Estudios posteriores, como el de 2023 en Frontiers in Microbiology, analizaron diez cuerpos de agua en el complejo halo-volcánico y hallaron zonas estériles: piscinas donde la combinación de sal saturada, acidez hiperbólica y calor impide incluso la llegada de esporas.
"Demostramos que hay lugares en la Tierra con agua líquida pero sin vida", concluyen los autores, un recordatorio humillante de que la vida tiene límites, aunque se estiren como goma.Condición Ambiental en Dallol
 
Más allá de la Tierra, Dallol es un espejo para el cosmos. Sus condiciones evocan el Marte primitivo: un planeta con actividad hidrotermal, sales ácidas y evaporitas sulfatadas, como las detectadas por el rover Curiosity en el cráter Gale.
"Si estos Nanohaloarchaeles sobreviven aquí, podrían haber existido en las aguas salinas de Marte antiguo", postula Gómez, cuya investigación sugiere que la vida marciana, si la hubo, sería subterránea o incrustada en sales, no en ríos abiertos.

La NASA y la ESA ya usan Dallol como análogo en simulaciones para misiones futuras, como la muestra de retorno de Marte en 2030. Y en lunas como Europa (Júpiter) o Encélado (Saturno), con océanos salinos bajo hielos ácidos, estos microbios etíopes podrían ser el blueprint para cazadores de vida extraterrestre.Seis años después del hallazgo inicial, Dallol sigue siendo un enigma. El cambio climático amenaza con alterar sus piscinas efímeras, y la inestabilidad política en Afar complica las expediciones –la última, en 2023, requirió escoltas armadas. Pero los científicos persisten, recolectando datos que reescriben el manual de la habitabilidad. "La vida siempre se abre camino", reflexiona López-García, citando a Jurassic Park con una sonrisa irónica.

En Dallol, no es solo supervivencia; es un desafío al dogma: lo imposible existe, si tan solo miramos lo suficientemente cerca. Este infierno multicolor no es el fin de la vida, sino su frontera más audaz. Y desde allí, el universo parece un poco menos vacío.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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