(AZprensa)
En Etiopía existe un lugar que parece sacado de un sueño febril: piscinas de
agua hirviente teñidas de ácido sulfúrico en tonos amarillos, verdes y rojos,
rodeadas de chimeneas humeantes que exhalan vapores tóxicos bajo un sol que
quema a 50 grados Celsius. Bienvenidos a Dallol, en la Depresión de Danakil, un
rincón del planeta tan hostil que ni siquiera los extremófilos –esos
microorganismos que prosperan donde todo lo demás perece– deberían sobrevivir.
Temperaturas que escaldan la piel, acidez comparable a la del jugo de una
batería de coche (pH de 0), y salinidad diez veces superior a la del Mar Muerto.
Según todo lo que sabemos de la biología, aquí no debería haber vida. Y sin
embargo, en 2019, científicos etíopes y españoles irrumpieron en la escena con
un anuncio que sacudió los cimientos de la astrobiología: bacterias
ultra-pequeñas, arqueas hiperdiversas, aferrándose a la existencia en cristales
de sal incrustados en estas aguas letales.
Dallol
no es solo un espectáculo geológico; es un laboratorio natural que cuestiona
los límites de lo vivo. Ubicado en el Triángulo de Afar, donde las placas
tectónicas nubia, somalí y arábiga se separan en un lento parto de continentes,
este volcán inactivo pero geotermicamente vivo se hunde 125 metros bajo el
nivel del mar. Bajo una capa de dos kilómetros de sal –reliquia de un brazo
evaporado del Mar Rojo– late una cámara magmática que bombea fluidos
hidrotermales cargados de metales pesados, azufre y cloruros. "Es como
Marte en la Tierra", dice Felipe Gómez, astrobiólogo del Centro de
Astrobiología de Madrid, quien lideró la expedición de 2017 financiada por
Europlanet 2020.
El
equipo recolectó muestras en chimeneas donde el agua alcanza los 90 ºC,
saturada de sales y ácida hasta el punto de disolver rocas. De regreso en el
laboratorio, el microscopio electrónico y el secuenciamiento de ADN revelaron
lo impensable: esferas microscópicas de Nanohaloarchaeles, arqueas del tamaño
de virus, incrustadas en depósitos de sal, reproduciéndose en un entorno que
debería esterilizar cualquier molécula orgánica.
¿Cómo
lo hacen? Estos microbios no "viven" en el sentido convencional;
hibernan en cristales de halita (sal de mesa), protegidos de la radiación
ultravioleta y el calor extremo. Cuando las condiciones se suavizan –un raro
chapuzón de lluvia o un enfriamiento temporal–, emergen para alimentarse de
azufre disuelto, un eco de las profundidades submarinas donde la vida terrestre
pudo nacer hace 3.500 millones de años.
"Estas arqueas son hiperdiversas, adaptadas simultáneamente a bajas temperaturas, alta sal y pH extremo", explica Purificación López-García, de la Universidad Pierre y Marie Curie en París, en un estudio publicado en Nature Ecology & Evolution en 2019.
"Estas arqueas son hiperdiversas, adaptadas simultáneamente a bajas temperaturas, alta sal y pH extremo", explica Purificación López-García, de la Universidad Pierre y Marie Curie en París, en un estudio publicado en Nature Ecology & Evolution en 2019.
Usando
técnicas como el metabarcoding de genes ribosomales 16S/18S y la microscopía de
barrido electrónico, su equipo identificó barreras fisicoquímicas –alta
caosotropía y baja actividad del agua– que actúan como escudos letales, pero
también como nichos para supervivientes improbables.El descubrimiento no fue un
golpe de suerte. Expediciones previas, como la de 2016 liderada por Gómez y
Barbara Cavalazzi de la Universidad de Bolonia, ya habían aislado bacterias
acidófilas en el Río Tinto español, pero Dallol elevó la apuesta.
"Sabíamos que había vida, pero no imaginábamos esta resiliencia", admite Cavalazzi en un artículo de Astrobiology.
"Sabíamos que había vida, pero no imaginábamos esta resiliencia", admite Cavalazzi en un artículo de Astrobiology.
Sin
embargo, no todo es un paraíso microbian. Estudios posteriores, como el de 2023
en Frontiers in Microbiology, analizaron diez cuerpos de agua en el complejo
halo-volcánico y hallaron zonas estériles: piscinas donde la combinación de sal
saturada, acidez hiperbólica y calor impide incluso la llegada de esporas.
"Demostramos que hay lugares en la Tierra con agua líquida pero sin vida", concluyen los autores, un recordatorio humillante de que la vida tiene límites, aunque se estiren como goma.Condición Ambiental en Dallol
Más
allá de la Tierra, Dallol es un espejo para el cosmos. Sus condiciones evocan
el Marte primitivo: un planeta con actividad hidrotermal, sales ácidas y
evaporitas sulfatadas, como las detectadas por el rover Curiosity en el cráter
Gale.
"Si estos Nanohaloarchaeles sobreviven aquí, podrían haber existido en las aguas salinas de Marte antiguo", postula Gómez, cuya investigación sugiere que la vida marciana, si la hubo, sería subterránea o incrustada en sales, no en ríos abiertos.
"Demostramos que hay lugares en la Tierra con agua líquida pero sin vida", concluyen los autores, un recordatorio humillante de que la vida tiene límites, aunque se estiren como goma.Condición Ambiental en Dallol
"Si estos Nanohaloarchaeles sobreviven aquí, podrían haber existido en las aguas salinas de Marte antiguo", postula Gómez, cuya investigación sugiere que la vida marciana, si la hubo, sería subterránea o incrustada en sales, no en ríos abiertos.
La
NASA y la ESA ya usan Dallol como análogo en simulaciones para misiones
futuras, como la muestra de retorno de Marte en 2030. Y en lunas como Europa
(Júpiter) o Encélado (Saturno), con océanos salinos bajo hielos ácidos, estos
microbios etíopes podrían ser el blueprint para cazadores de vida
extraterrestre.Seis años después del hallazgo inicial, Dallol sigue siendo un
enigma. El cambio climático amenaza con alterar sus piscinas efímeras, y la
inestabilidad política en Afar complica las expediciones –la última, en 2023,
requirió escoltas armadas. Pero los científicos persisten, recolectando datos
que reescriben el manual de la habitabilidad. "La vida siempre se abre
camino", reflexiona López-García, citando a Jurassic Park con una sonrisa
irónica.
En
Dallol, no es solo supervivencia; es un desafío al dogma: lo imposible existe,
si tan solo miramos lo suficientemente cerca. Este infierno multicolor no es el
fin de la vida, sino su frontera más audaz. Y desde allí, el universo parece un
poco menos vacío.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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