(AZprensa) En el vasto lienzo del espacio, donde las
estrellas parpadean como promesas lejanas, el cometa 3I/ATLAS irrumpió en julio
de 2025 como un intruso silencioso, el tercer objeto interestelar confirmado en
nuestro sistema solar. Descubierto por el telescopio ATLAS en Chile, este
viajero de Sagitario –con una edad estimada entre 3.000 y 11.000 millones de
años– nos obliga a confrontar no solo lo que sabemos de los cometas, sino lo
que preferiríamos ignorar sobre nuestra propia arrogancia. ¿Es un mero trozo de
hielo cósmico, o un artefacto que susurra posibilidades prohibidas? Mientras la
ciencia oficial lo encasilla como "cometa", anomalías en su
trayectoria y composición avivan debates que trascienden la astronomía: ¿qué
nos enseña este enigma sobre la humildad humana y el control de la narrativa
científica?
Lo que sabemos: Los hechos son claros y vertiginosos.
3I/ATLAS, bautizado como C/2025 N1 (ATLAS), fue avistado el 1 de julio de 2025
a 670 millones de kilómetros del Sol, procedente de las profundidades
interestelares. Su órbita hiperbólica –con una excentricidad superior a la de
'Oumuamua (e=1.2) y Borisov (e=3.4)– lo confirma como forastero: entró desde
Sagitario, rozó el perihelio el 30 de octubre a 203 millones de kilómetros del
Sol (dentro de la órbita de Marte), y ahora se aleja hacia Júpiter antes de
exiliarse de nuevo al vacío. Telescopios como Hubble, James Webb y misiones de la
NASA –desde Psyche hasta MAVEN en Marte– lo han escudriñado, revelando un
núcleo helado de unos 1,2 km de diámetro, envuelto en una coma rojiza de polvo
y gases.
La actividad cometary es innegable: observaciones del
Nordic Optical Telescope y el Teide el 2 de julio confirmaron una
"apariencia difusa y activa", con emisiones de agua (hidroxilo
detectado por Swift), dióxido de carbono, monóxido de carbono y sulfuro de
carbonilo. ESS captó actividad precoz en mayo, a 6,4 UA del Sol, sugiriendo
volátiles hiperactivos como CO₂ que subliman a bajas
temperaturas. No hubo estallidos ni fragmentación, a diferencia de Borisov, y
su brillo se mantuvo estable, visible incluso con telescopios aficionados hasta
la primavera de 2026.
Pero aquí radica la primera grieta: los datos contradicen
el manual de cometas. Su alineación precisa con el plano eclíptico
(probabilidad del 0,2%), chorros solares inusuales (siete jets, algunos
apuntando al Sol), aceleración no gravitacional y una composición rica en
níquel sobre hierro –atípica en miles de cometas conocidos– desafían modelos
establecidos.
¿Por qué un cometa interestelar muestra una "cola
iónica estructurada" y señales de radio débiles pero consistentes, sin
explicación clara? La ciencia oficial insiste: es un cometa. Pero cerrar los
ojos ante estas discrepancias huele a dogma, no a indagación.
Lo que no queremos saber: La sombra de lo artificial
Entra Avi Loeb, el astrofísico de Harvard cuya humildad
radical choca con el establishment. Loeb no grita "nave extraterrestre"
–insiste en "considerar todas las posibilidades" con rigor
estadístico–, pero sus análisis acumulan anomalías que escalofrían.
En su "Escala Loeb" (de 0: natural, a 10: tecnológico), 3I/ATLAS puntúa un 4 –un 40% de chance artificial–, basado en ocho rarezas independientes: su masa un millón de veces mayor que 'Oumuamua, trayectoria "alineada como si fuera dirigida", chorros que simulan propulsión y una pluma gaseosa con níquel dominante (P<0,001), evocando aleaciones industriales. Loeb especula: ¿podría "liberar dispositivos tecnológicos" cerca de Júpiter, usando su gravedad como "estacionamiento" para sondas Von Neumann?
En su "Escala Loeb" (de 0: natural, a 10: tecnológico), 3I/ATLAS puntúa un 4 –un 40% de chance artificial–, basado en ocho rarezas independientes: su masa un millón de veces mayor que 'Oumuamua, trayectoria "alineada como si fuera dirigida", chorros que simulan propulsión y una pluma gaseosa con níquel dominante (P<0,001), evocando aleaciones industriales. Loeb especula: ¿podría "liberar dispositivos tecnológicos" cerca de Júpiter, usando su gravedad como "estacionamiento" para sondas Von Neumann?
Críticos como Jason Wright lo tildan de
"especulación sensacionalista", argumentando que la coma difusa y la
actividad son cometary puras, y que Loeb ignora datos resueltos hace un siglo
(como el seguimiento preciso de objetos difusos).
Lo que no queremos saber es simple: si es artificial,
¿qué dice de nosotros? ¿Somos observados, ignorados o irrelevantes? Loeb nos
urge a la humildad: "La naturaleza de ese encuentro queda por ver",
pero el establishment prefiere el consuelo de lo conocido.
Las lecciones de 3I/ATLAS: Dogma, poder y un baño de
humildad
Lo que está claro, más allá de su origen, es el verdadero
peligro que ilumina este cometa: el abrazo tóxico del pensamiento único en la
ciencia oficial. No es la nave interestelar lo que aterra, sino una élite que
dicta verdades inquebrantables, sofocando disidencias bajo el peso de la
autoridad. La NASA y la ESA, pese a datos contradictorios, lo etiquetan
"cometa" sin pausa, recordando el escarnio inicial a 'Oumuamua.
Esto no es ciencia; es control. En un mundo gobernado por
narrativas preaprobadas, 3I/ATLAS nos enseña a cuestionar: ¿quién decide qué es
"posible"? El riesgo real es una humanidad que asume sin rechistar,
ciega a su propio potencial. Y si, hipotéticamente, fuera una sonda: su
silencio es el mensaje más elocuente. Deslizándose por nuestro sistema sin
detenerse en la Tierra –optando por el vasto Júpiter–, nos reduce a motas
insignificantes. Y es que ¿pararías ante una hormiga en el campo para intentar
hablar con ella? Quizás sólo seamos eso para otras civilizaciones
interestelares. 3I/ATLAS, nos da un baño de realidad. ¿Seguiremos aceptando el
pensamiento oficial impuesto o aprenderemos a cuestionarnos todas las cosas, a
razonar y a pensar por nosotros mismos aceptando todas las posibilidades?
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