(AZprensa) Horizontes perdidos (Lost Horizon, 1937),
dirigida por Frank Capra y basada en la novela de James Hilton, es una obra
maestra del cine clásico que combina aventura, drama y una profunda reflexión
filosófica. Protagonizada por Ronald Colman, la película narra la historia de
un grupo de viajeros que, tras un accidente aéreo, llegan a Shangri-La, una sociedad
utópica escondida en los Himalayas donde reinan la paz, la longevidad y la
armonía. A través de su narrativa, Horizontes perdidos transmite un mensaje
poderoso sobre la búsqueda de la felicidad, el anhelo de un mundo mejor y la
tensión entre los ideales utópicos y la realidad humana.
El anhelo de una utopía en un mundo fracturado
Lanzada en 1937, en un contexto de incertidumbre global
marcado por la Gran Depresión y el ascenso de los totalitarismos previos a la
Segunda Guerra Mundial, Horizontes perdidos refleja el deseo humano de escapar
del caos y encontrar un refugio de paz. Shangri-La, con su comunidad idílica
donde no existen la guerra, la pobreza ni la enfermedad, representa una utopía
que contrasta con el mundo exterior, lleno de conflictos y ambiciones
destructivas.
La película es una invitación a soñar con un mundo mejor,
donde los valores de cooperación, tolerancia y espiritualidad prevalezcan sobre
el materialismo y la violencia. Sin embargo, Capra no presenta Shangri-La como
una solución definitiva, sino como un ideal que desafía a los personajes (y al
espectador) a cuestionar sus prioridades y a imaginar cómo podrían contribuir a
un mundo más armonioso.
La búsqueda de la paz interior
El protagonista, Robert Conway (Ronald Colman), es un
diplomático británico desencantado con la política y las ambiciones mundanas.
Su llegada a Shangri-La le ofrece la oportunidad de descubrir una paz interior
que no había encontrado en su vida anterior. La filosofía de Shangri-La, basada
en la moderación, la contemplación y el respeto por los demás, contrasta con la
agitación y el egoísmo del mundo exterior, representado por personajes como el
hermano de Conway, George, quien rechaza la utopía y anhela volver a su vida
anterior.
Esta historia nos muestra que la verdadera felicidad no
depende de las posesiones materiales o el éxito externo, sino de un estado de
paz interior y armonía con uno mismo y con los demás. Horizontes perdidos
sugiere que esta paz requiere desapego de las ambiciones mundanas y una
apertura a los valores espirituales, un tema que resuena profundamente en un
mundo moderno a menudo dominado por el estrés y la competencia.
La tensión entre el ideal y la realidad
Aunque Shangri-La se presenta como un paraíso, la
película no elude las complejidades de la utopía. Conway se enfrenta a un
dilema: quedarse en Shangri-La y abrazar su serenidad, o regresar al mundo
exterior para compartir su visión de un futuro mejor. La decisión de su hermano
George de abandonar Shangri-La, influenciado por su escepticismo y su apego a
la “realidad”, lleva a consecuencias trágicas, subrayando la dificultad de
mantener los ideales utópicos frente a las presiones del mundo real.
Pero aunque anhelamos un mundo perfecto, la realidad
humana está marcada por imperfecciones, deseos y conflictos. Horizontes
perdidos no ofrece respuestas fáciles, pero nos invita a reflexionar sobre cómo
podemos integrar los valores de Shangri-La —paz, compasión, comunidad— en
nuestras vidas, incluso en un mundo imperfecto.
El amor como puente entre mundos
La relación entre Conway y Sondra, una habitante de
Shangri-La interpretada por Jane Wyatt, añade una dimensión romántica al
relato. Sondra, quien conoce el mundo exterior a través de libros pero elige la
vida en Shangri-La, representa la posibilidad de un amor que trasciende las
diferencias culturales y filosóficas. Su conexión con Conway simboliza un
puente entre el idealismo de Shangri-La y la realidad del mundo exterior.
Como siempre, el amor puede ser una fuerza
transformadora, capaz de inspirar cambios personales y de conectar mundos
opuestos. La relación entre Conway y Sondra sugiere que los ideales de paz y
armonía no son solo abstracciones, sino que pueden vivirse a través de las
conexiones humanas auténticas.
La esperanza en un futuro mejor
A pesar de su tono melancólico, Horizontes perdidos es,
en última instancia, una película esperanzadora. Frank Capra, conocido por su
optimismo en obras como ¡Qué bello es vivir!, imbuye la película con una fe en
la capacidad humana para aspirar a algo más grande. La pregunta final que
plantea la película —si Conway regresará a Shangri-La o llevará sus enseñanzas
al mundo— deja abierta la posibilidad de que los ideales de paz y humanidad
puedan influir en la realidad, incluso si no se alcanza la utopía perfecta.
El mensaje final es un llamado a la acción: aunque
Shangri-La pueda ser un sueño, cada individuo tiene el poder de cultivar
valores de bondad, tolerancia y comunidad en su propia vida. En un mundo al
borde del conflicto, como lo era en 1937, este mensaje resuena como un
recordatorio de la importancia de mantener la esperanza y trabajar por un
futuro mejor.
Horizontes perdidos (1937) es una obra atemporal que
combina aventura, romance y filosofía para explorar el anhelo humano por un
mundo mejor. A través de la historia de Robert Conway y su encuentro con
Shangri-La, Frank Capra nos invita a reflexionar sobre la búsqueda de la paz
interior, la tensión entre los ideales y la realidad, y el poder transformador
del amor y la esperanza. En un contexto histórico de incertidumbre, la película
ofrece un mensaje de optimismo y responsabilidad: aunque la utopía perfecta
pueda ser inalcanzable, los valores de Shangri-La —compasión, armonía y
humanidad— pueden guiarnos hacia una vida más plena y un mundo más justo. Casi
nueve décadas después de su estreno, Horizontes perdidos sigue siendo una
poderosa reflexión sobre los sueños que dan sentido a nuestra existencia.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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