jueves, 28 de agosto de 2025

Horizontes perdidos: En busca de la utopía

(AZprensa) Horizontes perdidos (Lost Horizon, 1937), dirigida por Frank Capra y basada en la novela de James Hilton, es una obra maestra del cine clásico que combina aventura, drama y una profunda reflexión filosófica. Protagonizada por Ronald Colman, la película narra la historia de un grupo de viajeros que, tras un accidente aéreo, llegan a Shangri-La, una sociedad utópica escondida en los Himalayas donde reinan la paz, la longevidad y la armonía. A través de su narrativa, Horizontes perdidos transmite un mensaje poderoso sobre la búsqueda de la felicidad, el anhelo de un mundo mejor y la tensión entre los ideales utópicos y la realidad humana.
 
El anhelo de una utopía en un mundo fracturado
 
Lanzada en 1937, en un contexto de incertidumbre global marcado por la Gran Depresión y el ascenso de los totalitarismos previos a la Segunda Guerra Mundial, Horizontes perdidos refleja el deseo humano de escapar del caos y encontrar un refugio de paz. Shangri-La, con su comunidad idílica donde no existen la guerra, la pobreza ni la enfermedad, representa una utopía que contrasta con el mundo exterior, lleno de conflictos y ambiciones destructivas.
 
La película es una invitación a soñar con un mundo mejor, donde los valores de cooperación, tolerancia y espiritualidad prevalezcan sobre el materialismo y la violencia. Sin embargo, Capra no presenta Shangri-La como una solución definitiva, sino como un ideal que desafía a los personajes (y al espectador) a cuestionar sus prioridades y a imaginar cómo podrían contribuir a un mundo más armonioso.
 
La búsqueda de la paz interior
 
El protagonista, Robert Conway (Ronald Colman), es un diplomático británico desencantado con la política y las ambiciones mundanas. Su llegada a Shangri-La le ofrece la oportunidad de descubrir una paz interior que no había encontrado en su vida anterior. La filosofía de Shangri-La, basada en la moderación, la contemplación y el respeto por los demás, contrasta con la agitación y el egoísmo del mundo exterior, representado por personajes como el hermano de Conway, George, quien rechaza la utopía y anhela volver a su vida anterior.
 
Esta historia nos muestra que la verdadera felicidad no depende de las posesiones materiales o el éxito externo, sino de un estado de paz interior y armonía con uno mismo y con los demás. Horizontes perdidos sugiere que esta paz requiere desapego de las ambiciones mundanas y una apertura a los valores espirituales, un tema que resuena profundamente en un mundo moderno a menudo dominado por el estrés y la competencia.
 
La tensión entre el ideal y la realidad
 
Aunque Shangri-La se presenta como un paraíso, la película no elude las complejidades de la utopía. Conway se enfrenta a un dilema: quedarse en Shangri-La y abrazar su serenidad, o regresar al mundo exterior para compartir su visión de un futuro mejor. La decisión de su hermano George de abandonar Shangri-La, influenciado por su escepticismo y su apego a la “realidad”, lleva a consecuencias trágicas, subrayando la dificultad de mantener los ideales utópicos frente a las presiones del mundo real.
 
Pero aunque anhelamos un mundo perfecto, la realidad humana está marcada por imperfecciones, deseos y conflictos. Horizontes perdidos no ofrece respuestas fáciles, pero nos invita a reflexionar sobre cómo podemos integrar los valores de Shangri-La —paz, compasión, comunidad— en nuestras vidas, incluso en un mundo imperfecto.
 
El amor como puente entre mundos
 
La relación entre Conway y Sondra, una habitante de Shangri-La interpretada por Jane Wyatt, añade una dimensión romántica al relato. Sondra, quien conoce el mundo exterior a través de libros pero elige la vida en Shangri-La, representa la posibilidad de un amor que trasciende las diferencias culturales y filosóficas. Su conexión con Conway simboliza un puente entre el idealismo de Shangri-La y la realidad del mundo exterior.
 
Como siempre, el amor puede ser una fuerza transformadora, capaz de inspirar cambios personales y de conectar mundos opuestos. La relación entre Conway y Sondra sugiere que los ideales de paz y armonía no son solo abstracciones, sino que pueden vivirse a través de las conexiones humanas auténticas.
 
La esperanza en un futuro mejor
 
A pesar de su tono melancólico, Horizontes perdidos es, en última instancia, una película esperanzadora. Frank Capra, conocido por su optimismo en obras como ¡Qué bello es vivir!, imbuye la película con una fe en la capacidad humana para aspirar a algo más grande. La pregunta final que plantea la película —si Conway regresará a Shangri-La o llevará sus enseñanzas al mundo— deja abierta la posibilidad de que los ideales de paz y humanidad puedan influir en la realidad, incluso si no se alcanza la utopía perfecta.
 
El mensaje final es un llamado a la acción: aunque Shangri-La pueda ser un sueño, cada individuo tiene el poder de cultivar valores de bondad, tolerancia y comunidad en su propia vida. En un mundo al borde del conflicto, como lo era en 1937, este mensaje resuena como un recordatorio de la importancia de mantener la esperanza y trabajar por un futuro mejor.
 
Horizontes perdidos (1937) es una obra atemporal que combina aventura, romance y filosofía para explorar el anhelo humano por un mundo mejor. A través de la historia de Robert Conway y su encuentro con Shangri-La, Frank Capra nos invita a reflexionar sobre la búsqueda de la paz interior, la tensión entre los ideales y la realidad, y el poder transformador del amor y la esperanza. En un contexto histórico de incertidumbre, la película ofrece un mensaje de optimismo y responsabilidad: aunque la utopía perfecta pueda ser inalcanzable, los valores de Shangri-La —compasión, armonía y humanidad— pueden guiarnos hacia una vida más plena y un mundo más justo. Casi nueve décadas después de su estreno, Horizontes perdidos sigue siendo una poderosa reflexión sobre los sueños que dan sentido a nuestra existencia.


Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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