(AZprensa)
En el panorama político español, una práctica lingüística ha arraigado
profundamente tanto en los medios de comunicación como en el discurso político
y social: la asimetría en el uso de los términos “ultraderecha” y
“ultraizquierda”. Mientras que los partidos situados a la derecha del Partido
Popular (PP), como Vox, son habitualmente etiquetados como “ultraderecha” por
medios, políticos y ciudadanos, los partidos a la izquierda del Partido Socialista
Obrero Español (PSOE), como Podemos, Sumar o formaciones más radicales,
raramente reciben el apelativo de “ultraizquierda”. Esta incongruencia no solo
refleja un sesgo en el lenguaje político, sino que también ha moldeado la
percepción pública y el debate en España, generando una narrativa desigual que
merece ser analizada.
El
origen de la asimetría
La
distinción en el uso de estos términos tiene raíces históricas, culturales e
ideológicas. En España, el término “ultraderecha” evoca asociaciones con el franquismo,
el autoritarismo y movimientos reaccionarios, lo que lo convierte en una
etiqueta con un peso emocional y moral significativo. Por el contrario, la
izquierda radical, incluso en sus formas más extremas, ha sido históricamente
percibida por algunos sectores como una fuerza progresista, asociada a la lucha
por la justicia social, los derechos laborales o la igualdad. Esta errónea
percepción ha permitido que partidos como Podemos o sus predecesores eviten el
estigma de “ultraizquierda”.
A
esto se suma el papel de los medios de comunicación, que en su mayoría tienden
a alinearse con posturas progresistas o centristas. Desde la transición
democrática, el consenso mediático ha sido más crítico con las expresiones de
la derecha conservadora que con las de la izquierda radical. Como resultado, el
término “ultraderecha” se ha normalizado para describir a partidos como Vox,
mientras que términos como “izquierda radical” o simplemente “izquierda” se
utilizan para formaciones a la izquierda del PSOE, suavizando su percepción.
El
impacto en el debate político
Esta
asimetría no es solo una cuestión semántica; tiene consecuencias reales en el
debate público. Al etiquetar a Vox como “ultraderecha”, se le sitúa en un
espectro político que muchos ciudadanos asocian equivocadamente con el
extremismo, lo que puede polarizar aún más el electorado. Sin embargo, partidos
como Podemos o Sumar, que defienden posiciones radicales en temas como la
economía, el modelo de Estado o las políticas identitarias, son presentados
como opciones dentro de la “normalidad” progresista. Esto crea una percepción
desequilibrada, donde el extremismo parece exclusivo de un lado del espectro
político.
Por
ejemplo, mientras que las propuestas de Vox sobre inmigración o seguridad
suelen ser calificadas como radicales, medidas como la expropiación de
viviendas, la nacionalización de sectores estratégicos o el cuestionamiento de
la monarquía, planteadas por partidos de izquierda, rara vez reciben un
escrutinio similar en términos de radicalidad. Esta disparidad refuerza la idea
de que el extremismo es un fenómeno de derechas, invisibilizando las posturas
más radicales de la izquierda.
La
responsabilidad de los políticos
Los
políticos de todos los espectros contribuyen a perpetuar esta incongruencia.
Desde el PSOE y sus aliados, el uso del término “ultraderecha” para referirse a
Vox sirve como una herramienta para deslegitimar a sus adversarios y movilizar
a su base electoral. Por otro lado, el PP, aunque crítico con la izquierda
radical, tiende a evitar el término “ultraizquierda” para no enfadar a posibles
votantes de centro-izquierda o para no dar protagonismo a partidos más
pequeños. Esta dinámica beneficia a los partidos de izquierda radical, que
logran mantenerse en el debate sin el estigma del extremismo.
La
sociedad y la interiorización del sesgo
La
asimetría en el uso de estos términos ha calado profundamente en la sociedad
española. En conversaciones cotidianas, en redes sociales y en los medios, es
común escuchar referencias a la “ultraderecha” para criticar a Vox, mientras
que los partidos de izquierda radical son descritos con eufemismos como
“progresistas” o “transformadores”. Esta normalización ha generado una
distorsión en la percepción política, donde el ciudadano medio tiende a ver el
extremismo como un problema exclusivo de la derecha.
Un
análisis de las publicaciones en redes sociales, como las realizadas en la
plataforma X, muestra que el término “ultraderecha” es mucho más frecuente que
“ultraizquierda” en el contexto español. Los usuarios, influenciados por el
lenguaje mediático y político, replican esta asimetría, contribuyendo a su
perpetuación. Este fenómeno no solo polariza el debate, sino que también
dificulta un análisis objetivo de las propuestas políticas, ya que el lenguaje
carga de connotaciones morales lo que debería ser un ejercicio de contraste
ideológico.
Conclusión
Los
medios de comunicación deberían ser los primeros en adoptar un criterio más
coherente y objetivo al describir a los partidos políticos, utilizando términos
equivalentes para posiciones equidistantes del centro. Por ejemplo, si Vox es
“ultraderecha”, entonces formaciones como Podemos o ciertos sectores de Sumar
podrían ser calificados como “ultraizquierda” cuando sus propuestas se alejen
significativamente del consenso.
Esta
incongruencia distorsiona la percepción de los ciudadanos, polariza la política
y dificulta un análisis equilibrado de las propuestas ideológicas. Superar este
desequilibrio requiere un compromiso con un lenguaje más justo y objetivo, que
permita a la sociedad española debatir desde la claridad y no desde el
prejuicio. Solo así podremos avanzar hacia un diálogo político más maduro y
constructivo. Pero –como he dicho antes- los medios de comunicación deberían
ser los primeros en exponer con objetividad, libre de sesgos y etiquetas, los
hechos de uno y otro lado del espectro político.
Conclusión
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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