(AZprensa) La relación entre la poesía y el suicidio es íntima y cruel: Los
poetas tienen mucho más riesgo que la población general de intentar suicidarse
o de morir de esta manera. En referencia al suicidio, estos escritores son muy
fiables, ya que suelen registrar esas tendencias a lo largo de su obra; dejan
huellas tangibles de los problemas emocionales, las enfermedades afectivas, las
rarezas de temperamento o carácter que les llevan a intimar con el suicidio, y,
casi siempre, anuncian y dejan escritas sus últimas intenciones. En este asunto
hay muchas dudas y muchas preguntas sin resolver: ¿Por qué se suicidan los
poetas? ¿Se suicidan más que otras personas, más que otros literatos o
artistas? ¿Están enfermos y por eso se suicidan? ¿Tiene alguna culpa la Poesía?
Artículo de Jesús J. de la Gándara Jefe de Servicio de
Psiquiatría, Burgos. Vocal de Honor de la Asociación Española de Médicos
Escritores y Artistas, publicado en la primera edición del diario digital
AZprensa
Todos los poetas,
sobrevivan o no a sus instintos autodestructivos, tratan alguna vez del
"acto filosófico por excelencia" de Novalis, de quien bebió Camus
para proclamar "No hay más que un problema: verdaderamente serio: el
suicidio".
Entre problema y acto sólo hay un paso, y, en el caso de los poetas, casi
siempre es el de la desesperación, el del agotamiento, el del destino
inexorable, o, simplemente, el de la enfermedad mental. Ya lo dijo Gloria
Fuertes: "A veces el poeta no sabe si coger la hoja de acero, sacar punta
a su lápiz y hacerse un verso o sacarse una vena y hacerse un muerto".
Un repertorio de calamidades
Siempre permanecerá en la nebulosa de la mitología la verdadera naturaleza
de la muerte de Safo, la primera de todas las que "... tienen la
palabra". Dicen que, cuando rondaba los cincuenta, se enamoró de Faón, y
como éste no la correspondiera, acabó por arrojarse al mar Jónico desde un
acantilado de la isla de Levkás, a donde había llegado persiguiendo a su amado.
Cierto o no, lo que es seguro es que la protección de las musas Calíope y Erato
no le sirvió de mucho, como tampoco han ayudado a los protagonistas del
sangriento repertorio de deudos de la poesía que hemos recogido.
Las preguntas son muchas: ¿tan mala será la poesía?, ¿acaso la poesía es
psicotóxica?, ¿se es poeta antes que suicida, o suicida antes que poeta?, ¿se
suicidan porque están locos, o por estar demasiado cuerdos?...
"El suicidio es un poema sublime de melancolía", aseguraba un apocado
Balzac, que nunca tuvo valor para hacerlo. Pero para los verdaderos deudos de
las musas, como Rimbaud, la poesía es una ¡Pequeña vigilia de embriaguez,
santa!, un veneno en el que tener fe para que poco a poco te vaya matando. Un
caro veneno, pues ¡...el precio que te pone (…) para vivir contigo es que te
acuestes con ella. Si te limitas a tocarle las caderas, o a enviarle flores, no
se queda contigo, te abandona y se va con otros...". Palabra de Félix
Grande, compartida con José Mª Alvarez, que paciente aprende a "...morir
sin nadie/Y esperar a que la policía tire la puerta y me sorprenda muerto".
¿Qué relaciones mantienen la mente y la poesía?
La poesía y la mente son dos viejas compañeras, dos íntimas enemigas. Sin
embargo, sobre todo para los no iniciados, el nexo entre mente y poesía es la
"inspiración", ese no se qué que dicen que viene de las musas. Mas,
¿cuál es su verdadera naturaleza de la inspiración?; ¿donde reside?, ¿cómo
hacer de ella una aliada? La inspiración es una dama desposada con el esfuerzo
de Blas de Otero:
"La poesía tiene sus derechos./ Soy el primero en sudar tinta/ delante del
papel", que acaba siendo agotadora. ¿Hay alguna relación entre
inspiración, creatividad y locura? No se sabe, pero lo que sí sabemos es que el
arte, cuanto más simple, más puro, menos tecnificado, es más exigente para el
que lo practica. No requiere barro, ni bronce, ni pigmentos, la poesía pide,
exige… alma, corazón y vida.
Todos garabateamos dibujos cuando somos niños, todos sentimos la poesía en la
adolescencia, y todos lo intentamos, pero muy pocos son los que llegan a
dominarla. Ya se sabe que "De poetas y de locos todos tenemos un
poco" (De la Gándara 1997), pero, como aseguraba Gloria Fuertes, no basta
con escribir versos para ser poeta, además hay que tener un ramalazo de
sensibilidad: "Te huelo poesía, / te presiento en el alto y en el bajo/ en
el monte y en el burdel / en el mar y en el borracho / y en el dolor del mal.
Estas mismas reflexiones y preguntas se las han hecho antes muchos poetas y
muchos psiquiatras. Por ejemplo, Ribot, hace más de cien años, observó que,
para buscar la inspiración: "... unos andan a largos pasos, otros beben
vino, otros meten los pies en agua fría o exponen la cabeza al sol... Todos
persiguen... estimular la circulación cerebral para provocar o sostener la
actividad inconsciente..." (Citado por G. Labora).
También opinó sobre ello Lafora, psiquiatra y escritor español del la época del
27, quien insistía que los poetas: "... no tienen un pensamiento común,
familiar, dirigido, objetivo, práctico, coordinado, lógico...", y su
manera de pensar es "... anárquica y ajena a la voluntad..."; aunque,
si escuchamos a Gloria Fuertes, en realidad no hay nada de eso, y cada verso le
costaba lo suyo:
"Sale caro señores ser poeta./ La gente va y se acuesta tan
tranquila.../...escribiendo me da la madrugada.../...que me dejo la linfa en lo
que escribo.../...asalto las trincheras de la angustia / me cuesta respirar
cuando termino...".
No es preciso advertir que las relaciones entre mente y arte no son
científicamente contrastables. Los poetas escriben, viven, sobreviven, se
apasionan, enloquecen, pero no descubren pozos, ni construyen casas. De hecho,
hay muchos poetas que han pasado a la historia, pero ninguno por construir
puentes, ni por hacerse banqueros o millonarios, cosa que si hicieron y hacen
otros genios y artistas.
Según Eysenck: "... la asociación de ciertos rasgos anómalos de
personalidad con una elevada "fuerza del ego" ocurre en los artistas
plásticos, en los científicos, pero sobre todo en los escritores...". En
misma esta línea, Ludwig investigó las aptitudes mentales de un millar de
eminentes científicos o artistas, y encontró que los más creativos comparten un
factor psicológico que denominó "psychological unease", algo así como
un "inconformismo psíquico", una "inquietud mental". Esa es
una vivencia muy familiar para los poetas: "... ya llega de nuevo y vuelve
sin aviso / lo sé porque me asaltan feroces estos versos / con la rabia del
rayo con su misma fugacidad...".
¿Están locos los poetas?
Gloria Fuertes dejó escrito: "Soñé que estaba cuerda, / me desperté y
vi que estaba loca./...". ¿Sería cierto?
Un lugar común de la "crítica" especializada –y también del común de
las gentes– ha sido la asunción de la locura del poeta, dando por hecho que hay
una relación entre ésta y su creatividad. Pero en realidad, el poeta que
sobrevive es el valioso, no el que se suicida, asegura Donal Hall, uno de los
máximos teóricos de la creación poética. El ser humano que se enfrenta y vence
a la negra melancolía, a la desesperación y a la autoderrota es el más
admirable de todos.
En nuestra cultura la autodestrucción de un artista es vista como algo digno de
ser elogiado, una garantía de su sinceridad. Pero la muerte y la destrucción
son enemigos del arte. El gas y los cuchillos matan a los poetas; el alcohol y
las drogas los matan más lentamente, pero al final consiguen matar a los
poetas, y a la poesía (De la Gándara 2004).
Lester en 1990 ya había estudiado a trece famosos escritores que cometieron
suicidio durante el siglo XX. La depresión fue muy común en ellos, además del
abuso de alcohol, presente en cerca de la tercera parte. En seis, el sentirse
incapaces de continuar escribiendo jugó un papel determinante en el suicidio.
Según el psiquiatra británico Félix Post, tras estudiar las biografías de 100
escritores, los poetas presentan un elevado riesgo de padecer depresiones:
Post asegura que: "... los elevados niveles de imaginación y la enorme
actividad cerebral necesitada para el trabajo creativo, junto con la alta
frecuencia de rasgos anómalos de "carácter", hacen que los escritores
tengan el doble de riesgo de sufrir depresiones que otras personas...".
Para llegar a esa conclusión, escudriñó las biografías de cien literatos tan
destacados como Whitman, Dickens, Oscar Wilde, Faulkner... y encontró que la
mayoría de ellos habían tenido algún familiar afectado por depresiones o
psicosis. De hecho, según sus datos, el suicidio acabó con el 8 por ciento de
los poetas, lo que comparado con el "10-por-cienmil" al que tocamos
el resto de los mortales, hace que por lo menos a un servidor le entren ganas
de abandonar la poesía.
Trastornos mentales predominantes
Otra cuestión es saber si hay diferencias en los trastornos mentales
predominantes en cada profesión artística y si ello se relaciona con el riesgo
de suicidio. Para investigarlo, Preti y colaboradores realizaron dos estudios
enlazados (1999, 2001) sobre la muerte por suicidio en artistas eminentes que
murieron en los siglos XIX y XX. En el primero, sobre 3.093 artistas, 59
cometieron suicidio (1,9 por ciento), correspondiendo la tasa de riesgo más
elevada a los poetas (2,6 por ciento), especialmente a las mujeres. En el
segundo incluyeron 4.564 artistas, de los cuales 2.259 eran poetas y
escritores, 834 artistas plásticos y 1.471 músicos. Hubo 63 suicidios (1,3 por
ciento del total). Los músicos tuvieron el menor riesgo (0,2 por ciento), los
artistas plásticos algo más (0,7 por ciento), y los literatos el más alto (2,3
por ciento), especialmente los poetas (2,6 por ciento).
No pretendemos asegurar que los poetas sean depresivos, ni que la melancolía
invernal tenga nada que ver con el suicidio, ni que, como alguien ha dicho,
sean más que suicidas "autocidas", tan sólo aportar algunos datos
más, para contribuir al descanso de Alfonso Reyes, quien asegura que
"Sobre la tumba de cada suicida debería abrirse un expediente a
perpetuidad".
Efectos nocivos de la poesía
Ya se sabe que la melancolía, la tristeza o la desesperanza son buenos
pretextos poéticos. Todos pasamos por alguna vez por "... la niebla
borradora / o la conciencia alterada por drogas duras / como el amor o la
tristeza...", y de ahí al suicidio sólo hay un paso, sea veneno, ventana,
disparo, tren o cuchillo.
Según ciertas teorías, los poetas son seres peculiares que antes de serlo ya
sienten y padecen de manera especial, lo que en cierto modo les aproxima a la
depresión y al suicidio. Para otros lo que ocurre es que los poetas no resisten
los efectos nocivos de la poesía (Stirman y Pennebaker, 2001). Según estos
autores, es posible determinar a través del lenguaje usado en los poemas el
riesgo de cometer suicidio de su autor. Para probarlo analizaron 300 poemas de
nueve poetas suicidas y los compararon con otros de nueve poetas de no-suicidas
mediante un programa de análisis de lingüístico. Evidenciaron que los textos de
los poetas suicidas contenían más palabras referidas al "self" y
menos palabras referidas a la colectividad, lo cual era consistente con el
modelo de la falta de integración social del suicida.
Los poetas son seres alérgicos pero dependientes de las sustancias
emocionantes, que se hieren las neuronas con los filos de la realidad y se
alivian cometiendo poemas: "Los poemas no se me ocurren / me
ocurren".
Las relaciones entre mente y poesía se comprenden mejor cuando se unen
inspiración y transpiración, es decir sensibilidad y esfuerzo, iniciación y
persistencia. En materia poética, el esfuerzo constante de sensibilidad y
creatividad es lastimoso, el compromiso emocional nunca es falso, ni mezquino,
es generoso y a menudo mal correspondido. Eso explica por qué tantos poetas se
agotan y se deprimen, y algunos, tal vez los más débiles, o los más
comprometidos, o los que ostentan temperamentos y caracteres más desajustados,
se suicidan.
Uno de nosotros es poeta, o al menos escribe versos. Conoce y se relaciona con
muchos poetas, y también con otros que sólo escriben versos. Después de haber
hablado y conocido personal y profesionalmente a muchos poetas, de haber
asistido a docenas de reuniones, tertulias, jornadas, recitales… de poesía,
piensa que lo más característico de la poesía es que actúa como un psicotónico
(estimulante, y relajante) para la mayoría, pero que cuando lo hace sobre
temperamentos sensibles, ese efecto es potencialmente adictógeno, se convierte
en una droga, y como tal tienen efectos psicotóxicos, como ocurre con los más
"auténticamente poetas", los que tienen ese "don", que es
más constitucional, temperamental, que caracterial o adquirido. Claro que esto
es una mera opinión, en absoluto contrastable (De la Gándara 1999).
Es paradigmático el suicidio de Charlotte Stieglitz (de soltera Ch. Willhöft)
(1806-1834) (Fernández, 1990), joven sensible y romántica, de buena familia,
educada en las bellas artes, y que se casó con el poeta Heinrich Stieglitz,
poeta melancólico y obsesionado con la poesía. El matrimonio supuso para ella
un aburguesamiento incompatible con la poesía, y esto le generó sus primeas
ideas de suicidio. Luego, la convivencia con este personaje, tan célebre por
sus depresiones, como por su constante lucha por encontrar la inspiración, la
vena de la creatividad, fue para ella un verdadero calvario, un permanente
conflicto interior entre su papel de esposa burguesa y de compañera y musa del
artista.
Esto le supuso tal compromiso emocional, que acabó suicidándose, dicen que para
no estorbar la creatividad de su esposo. La poesía fue para ambos una obsesión,
una enfermedad, que acabó con la salud de él y la vida de ella.
La poesía es una droga, y por tanto no se debe juguetear con ella, pues si sólo
se prueba no se le saca todo el partido posible, pero si se pueden sufrir sus
efectos adversos; y si se abusa de ella, si sólo se vive, convive y cohabita
con ella, se acaba atrapado en sus redes, adicto y dependiente de ella.
A muchos poetas se les nota, tienen tanta intimidad, le dedican tanto tiempo a
su "amada", que acaban siendo verdaderos toxicómanos de poesía. Los
hemos visto y se les nota. No hablan de otra cosa, no dedican energía a otras
cosas, no se relacionan más que con los círculos poéticos, y así acaban,
intoxicados, obsesionados, extenuados, y, a veces, muertos por su droga.
Las malas noticias no afectan sólo a quien las recibe; también a quien las da...