En “Blade Runner”, la obra maestra de Ridley Scott, se
adapta con libertad la novela corta de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides
con ovejas eléctricas?”. El título mismo plantea una pregunta inquietante: ¿es
el sueño un privilegio exclusivo de los seres vivos? ¿Una frontera que separa
lo orgánico de lo artificial?
La ciencia responde con claridad: no. Todos los mamíferos
sueñan. Perros que ladran dormidos, gatos que corren tras ratones invisibles,
delfines que flotan en silencio… todos atraviesan la fase REM, ese estado en
que los ojos se mueven rápidamente bajo los párpados y el cerebro se enciende
como si estuviera despierto. Solo el ser humano puede contarnos sus sueños; los
demás los guardan en silencio.
Pero el sueño no espera a nacer para comenzar.
Los adultos pasamos cerca de hora y media cada noche en
fase REM, repartida en cuatro o cinco ciclos de unos 25 minutos que se alargan
conforme avanza la noche. Los recién nacidos, en cambio, entran directamente en
REM nada más cerrar los ojos: entre el 50 % y el 80 % de su sueño es de este
tipo. En la infancia, la fase REM sigue siendo más abundante que en la edad
adulta.
Y antes incluso de venir al mundo, el feto ya sueña.
A partir de las 20 semanas de gestación aparecen los
primeros signos claros de fase REM. Desde la semana 30, casi todo su sueño
—hasta el 90 %— es REM. El cerebro del feto se ilumina en oleadas de actividad
intensa mientras flota en la oscuridad cálida del útero.
¿Qué sueña un ser que aún no ha visto la luz, que no
conoce colores ni rostros, que solo siente el latido de su madre y el roce del
líquido amniótico? Nadie lo sabe. Tal vez construya los cimientos de lo que
luego será su memoria, su lenguaje, su capacidad de imaginar. Tal vez ensaye
emociones que aún no tienen nombre. Tal vez, simplemente, sueñe con ser.
Lo cierto es que el sueño nos precede, nos acompaña y nos
define como criaturas vivas desde mucho antes de nuestro primer llanto.
Los fetos sueñan. Los niños sueñan. Los animales sueñan.
Incluso los replicantes de Blade Runner, en su breve y trágica existencia,
terminan soñando.
No arruinemos sus sueños. Ni los de ellos… ni los
nuestros.
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