(AZprensa) Los sueños han fascinado a la humanidad desde siempre, y
cada disciplina los ha mirado con su propia lente:
La psicología moderna los ve como la voz del
inconsciente: un desahogo de emociones reprimidas, la realización simbólica de
deseos prohibidos, un mecanismo esencial para mantener el equilibrio psíquico
y, en ocasiones, un aviso cifrado de lo que está por venir.
La neurología los entiende como una especie de limpieza
nocturna del cerebro: un proceso mediante el cual ordenamos, clasificamos y
consolidamos la avalancha de información y experiencias del día.
La espiritualidad, en cambio, los contempla como cartas enviadas
desde el alma, ventanas abiertas a la memoria universal y susurros de la mente
cósmica.
Sin embargo, los sueños no son ecuaciones. Ninguna
ciencia ni tradición espiritual puede entregarnos una clave universal, un
manual definitivo o certezas absolutas sobre su naturaleza y su mensaje. Todo
lo que tenemos son aproximaciones, hipótesis más o menos iluminadoras, mapas
parciales de un territorio inmenso y cambiante.
Por eso la última palabra siempre la tienes tú. El único
intérprete fiable de tus sueños eres tú mismo. Nadie podrá hacer el trabajo por
ti: ni el psicólogo más brillante, ni el neurocientífico más preciso, ni el
místico más elevado. Informarte, recordar, anotar, reflexionar, sentir… ese es
el camino. Trabajar tus sueños es trabajar sobre ti mismo; es escuchar la parte
más profunda y auténtica de tu ser.
Desde aquí solo pretendo ofrecerte herramientas, pistas,
sugerencias que quizá te sirvan de brújula. Pero recuerda: el mapa no es el
territorio, y el constructor de tu camino, de tu comprensión y de tu futuro
solo puedes serlo tú. Vale la pena el esfuerzo. Escuchar tus sueños es escuchar
tu alma. Y no hay viaje más importante que ese.
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