viernes, 3 de octubre de 2025

Miguel Cruz, el dibujante del ruedo

(AZprensa) En el corazón de la España de posguerra, donde la tauromaquia no solo era un espectáculo popular sino un símbolo de identidad cultural, emergió una figura artística que capturó con maestría la esencia del toreo: Miguel Cruz. Este artista español, nacido en las primeras décadas del siglo XX en el sur de Andalucía, se labró un nombre en la década de 1950 gracias a su serie de dibujos taurinos, obras que combinaban el dinamismo del ruedo con la delicadeza del trazo a lápiz y tinta. Aunque la fama efímera de Cruz lo ha relegado a un rincón algo olvidado de la historia del arte español, su contribución al género de la tauromaquia gráfica merece ser rescatada, especialmente en un momento en que la tradición taurina enfrenta debates contemporáneos sobre su legado.
 
Orígenes de un gran artista taurino
 
Miguel Cruz creció en un entorno impregnado de la cultura andaluza, donde las ferias y las plazas de toros eran el pulso de la vida cotidiana. Hijo de un modesto artesano, el joven Cruz mostró desde niño una inclinación por el dibujo, influenciado por los maestros del realismo español como Ignacio Zuloaga, quien en décadas anteriores había inmortalizado la brutal elegancia de los toreros. Autodidacta en gran medida, Cruz se formó en talleres locales de Sevilla y Córdoba, donde el ambiente taurino era omnipresente. En los años 40, durante la reconstrucción posbélica, comenzó a experimentar con bocetos rápidos de escenas cotidianas, pero fue la tauromaquia la que lo definiría.
 
Su transición al mundo taurino fue natural. Asiduo asistente a las corridas en la Maestranza de Sevilla y la plaza de la Misericordia en Córdoba, Cruz no solo observaba: absorbía. "El toro no es un animal, es un poema en movimiento", solía decir en entrevistas de la época, según crónicas recogidas en revistas como El Ruedo. Esta frase encapsula su visión romántica del toreo, heredada de la Generación del 27 y de poetas como Federico García Lorca, quien en su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías había elevado la corrida a categoría trágica.
 
La década de 1950: Notoriedad y auge creativo
 
La década de 1950 marcó el punto álgido de la carrera de Cruz. España, bajo el régimen franquista, promovía la tauromaquia como emblema nacional, y artistas como él encontraron en ella un vehículo para la expresión. En 1952, Cruz presentó su primera exposición individual en la Galería Biosca de Madrid, titulada Sombras en el Albero. La muestra, con más de 40 dibujos, causó sensación entre la crítica y los aficionados. Periódicos como ABC y Ya destacaron su habilidad para congelar instantes de tensión: el vuelo de la muleta, el embiste del toro, la sombra del torero sobre la arena.
 
Lo que distinguía a Cruz era su técnica. Usaba lápiz negro y sepia para resaltar contrastes dramáticos, con toques de acuarela para evocar el polvo dorado de la plaza o el rojo intenso de la sangre. Sus dibujos no eran meras ilustraciones periodísticas, como las de los cronistas franceses del siglo XIX (Victor Adam o Gustave Doré), sino interpretaciones poéticas. En obras como El Paso Natural (1953), representa a un torero —inspirado en figuras reales como Luis Miguel Dominguín, en plena rivalidad con Antonio Ordóñez— en un quite sereno, donde el toro parece danzar en armonía con el hombre. Esta pieza, reproducida en carteles de ferias taurinas, vendió miles de copias y le valió el apodo de "el dibujante del ruedo".
 
Su notoriedad creció con colaboraciones en publicaciones especializadas. Desde 1954, ilustró la revista Tauromaquia Española, aportando portadas y viñetas que capturaban la esencia de toreros legendarios como Pedro Ordóñez o el propio Dominguín. En 1956, durante la Feria de San Isidro en Madrid, Cruz fue invitado a dibujar en vivo desde las barreras, un honor reservado a pocos. Aquellos bocetos, publicados en un álbum homónimo, se agotaron en semanas y lo catapultaron a la fama internacional: exposiciones en París y México lo llevaron a codearse con artistas como Picasso, quien, fascinado por el toro como símbolo, le dedicó un elogio en una carta privada: "Cruz dibuja el alma del miura, no su cuerno".
 
La posguerra española, con su mezcla de austeridad y euforia contenida, favoreció su estilo. Mientras el país se recuperaba de la Guerra Civil, los dibujos de Cruz ofrecían un escape: la corrida como ritual catártico, donde el valor humano confronta la fuerza bruta. Críticos de la época, como el taurino José María de Cossío, lo comparaban con Goya por su crudeza honesta, aunque Cruz optaba por un realismo más lírico, evitando el dramatismo macabro de la Tauromaquia goyesca.
 
Estilo y Temas: La belleza en el peligro
 
Los dibujos taurinos de Cruz se caracterizan por su economía de líneas y su maestría en la anatomía. Influido por el cubismo periférico de los años 30, deformaba ligeramente las figuras para acentuar el movimiento: el toro con cuernos curvos como arcos tensos, el torero con posturas imposibles que anticipan el peligro. Temas recurrentes incluyen los tercios de la lidia —varas, banderillas, muerte—, pero siempre con un enfoque humano. En Muerte en la Arena (1957), por ejemplo, no glorifica la estocada, sino que enfoca la expresión del torero: una mezcla de alivio y melancolía.
 
Su obra también reflejaba la sociedad de los 50. Dibujos como La Cuadrilla en la Sombra (1955) retratan a los peones y picadores, figuras anónimas del toreo, humanizándolos en un tiempo de desigualdades sociales. Cruz, sensible a las críticas antitaurinas emergentes en Europa, defendía su arte como "un diálogo con la muerte, no un asesinato". Esta perspectiva lo alineaba con intelectuales como Hemingway, quien en Muerte en la Tarde (1932) había definido la corrida como "la única arte en que el artista está en peligro de muerte".
 
Legado: Olvido y redescubrimiento
 
Tras su apogeo en los 50, Cruz se retiró progresivamente de la escena pública en los 60, afectado por problemas de salud y el declive de la tauromaquia como tema artístico ante el auge del pop y el abstracto. Murió en Sevilla en 1978, dejando un archivo de cientos de dibujos dispersos en colecciones privadas y museos taurinos. Hoy, su legado resurge en exposiciones temáticas, como la reciente Trazos de Tauromaquia en el Centro Cultural Miguel Delibes (2024), donde se exhiben piezas similares que evocan su espíritu.
 
En un mundo donde la tauromaquia divide opiniones —entre tradición cultural y preocupación ética—, los dibujos de Miguel Cruz nos recuerdan su dimensión artística: un puente entre el hombre y la bestia, capturado en trazos eternos. Su notoriedad en los 50 no fue casual; fue el reflejo de una España que, en el ruedo, encontraba su pulso más vivo. Para los aficionados y estudiosos, Cruz permanece como el cronista gráfico de una era dorada, donde el arte y el toro se fundían en un solo embiste.
 

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