(AZprensa)
En el corazón de la España de posguerra, donde la tauromaquia no solo era un
espectáculo popular sino un símbolo de identidad cultural, emergió una figura
artística que capturó con maestría la esencia del toreo: Miguel Cruz. Este
artista español, nacido en las primeras décadas del siglo XX en el sur de
Andalucía, se labró un nombre en la década de 1950 gracias a su serie de
dibujos taurinos, obras que combinaban el dinamismo del ruedo con la delicadeza
del trazo a lápiz y tinta. Aunque la fama efímera de Cruz lo ha relegado a un
rincón algo olvidado de la historia del arte español, su contribución al género
de la tauromaquia gráfica merece ser rescatada, especialmente en un momento en
que la tradición taurina enfrenta debates contemporáneos sobre su legado.
Orígenes
de un gran artista taurino
Miguel
Cruz creció en un entorno impregnado de la cultura andaluza, donde las ferias y
las plazas de toros eran el pulso de la vida cotidiana. Hijo de un modesto
artesano, el joven Cruz mostró desde niño una inclinación por el dibujo,
influenciado por los maestros del realismo español como Ignacio Zuloaga, quien
en décadas anteriores había inmortalizado la brutal elegancia de los toreros.
Autodidacta en gran medida, Cruz se formó en talleres locales de Sevilla y
Córdoba, donde el ambiente taurino era omnipresente. En los años 40, durante la
reconstrucción posbélica, comenzó a experimentar con bocetos rápidos de escenas
cotidianas, pero fue la tauromaquia la que lo definiría.
Su
transición al mundo taurino fue natural. Asiduo asistente a las corridas en la
Maestranza de Sevilla y la plaza de la Misericordia en Córdoba, Cruz no solo
observaba: absorbía. "El toro no es un animal, es un poema en
movimiento", solía decir en entrevistas de la época, según crónicas
recogidas en revistas como El Ruedo. Esta frase encapsula su visión romántica
del toreo, heredada de la Generación del 27 y de poetas como Federico García
Lorca, quien en su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías había elevado la corrida a
categoría trágica.
La
década de 1950: Notoriedad y auge creativo
La
década de 1950 marcó el punto álgido de la carrera de Cruz. España, bajo el
régimen franquista, promovía la tauromaquia como emblema nacional, y artistas
como él encontraron en ella un vehículo para la expresión. En 1952, Cruz
presentó su primera exposición individual en la Galería Biosca de Madrid,
titulada Sombras en el Albero. La muestra, con más de 40 dibujos, causó
sensación entre la crítica y los aficionados. Periódicos como ABC y Ya
destacaron su habilidad para congelar instantes de tensión: el vuelo de la
muleta, el embiste del toro, la sombra del torero sobre la arena.
Lo
que distinguía a Cruz era su técnica. Usaba lápiz negro y sepia para resaltar
contrastes dramáticos, con toques de acuarela para evocar el polvo dorado de la
plaza o el rojo intenso de la sangre. Sus dibujos no eran meras ilustraciones
periodísticas, como las de los cronistas franceses del siglo XIX (Victor Adam o
Gustave Doré), sino interpretaciones poéticas. En obras como El Paso Natural
(1953), representa a un torero —inspirado en figuras reales como Luis Miguel
Dominguín, en plena rivalidad con Antonio Ordóñez— en un quite sereno, donde el
toro parece danzar en armonía con el hombre. Esta pieza, reproducida en
carteles de ferias taurinas, vendió miles de copias y le valió el apodo de
"el dibujante del ruedo".
Su
notoriedad creció con colaboraciones en publicaciones especializadas. Desde
1954, ilustró la revista Tauromaquia Española, aportando portadas y viñetas que
capturaban la esencia de toreros legendarios como Pedro Ordóñez o el propio
Dominguín. En 1956, durante la Feria de San Isidro en Madrid, Cruz fue invitado
a dibujar en vivo desde las barreras, un honor reservado a pocos. Aquellos
bocetos, publicados en un álbum homónimo, se agotaron en semanas y lo
catapultaron a la fama internacional: exposiciones en París y México lo
llevaron a codearse con artistas como Picasso, quien, fascinado por el toro
como símbolo, le dedicó un elogio en una carta privada: "Cruz dibuja el
alma del miura, no su cuerno".
La
posguerra española, con su mezcla de austeridad y euforia contenida, favoreció
su estilo. Mientras el país se recuperaba de la Guerra Civil, los dibujos de
Cruz ofrecían un escape: la corrida como ritual catártico, donde el valor
humano confronta la fuerza bruta. Críticos de la época, como el taurino José
María de Cossío, lo comparaban con Goya por su crudeza honesta, aunque Cruz
optaba por un realismo más lírico, evitando el dramatismo macabro de la
Tauromaquia goyesca.
Estilo
y Temas: La belleza en el peligro
Los
dibujos taurinos de Cruz se caracterizan por su economía de líneas y su
maestría en la anatomía. Influido por el cubismo periférico de los años 30,
deformaba ligeramente las figuras para acentuar el movimiento: el toro con
cuernos curvos como arcos tensos, el torero con posturas imposibles que
anticipan el peligro. Temas recurrentes incluyen los tercios de la lidia
—varas, banderillas, muerte—, pero siempre con un enfoque humano. En Muerte en
la Arena (1957), por ejemplo, no glorifica la estocada, sino que enfoca la
expresión del torero: una mezcla de alivio y melancolía.
Su
obra también reflejaba la sociedad de los 50. Dibujos como La Cuadrilla en la
Sombra (1955) retratan a los peones y picadores, figuras anónimas del toreo,
humanizándolos en un tiempo de desigualdades sociales. Cruz, sensible a las
críticas antitaurinas emergentes en Europa, defendía su arte como "un
diálogo con la muerte, no un asesinato". Esta perspectiva lo alineaba con
intelectuales como Hemingway, quien en Muerte en la Tarde (1932) había definido
la corrida como "la única arte en que el artista está en peligro de muerte".
Legado:
Olvido y redescubrimiento
Tras
su apogeo en los 50, Cruz se retiró progresivamente de la escena pública en los
60, afectado por problemas de salud y el declive de la tauromaquia como tema
artístico ante el auge del pop y el abstracto. Murió en Sevilla en 1978,
dejando un archivo de cientos de dibujos dispersos en colecciones privadas y
museos taurinos. Hoy, su legado resurge en exposiciones temáticas, como la
reciente Trazos de Tauromaquia en el Centro Cultural Miguel Delibes (2024), donde
se exhiben piezas similares que evocan su espíritu.
En
un mundo donde la tauromaquia divide opiniones —entre tradición cultural y
preocupación ética—, los dibujos de Miguel Cruz nos recuerdan su dimensión
artística: un puente entre el hombre y la bestia, capturado en trazos eternos.
Su notoriedad en los 50 no fue casual; fue el reflejo de una España que, en el
ruedo, encontraba su pulso más vivo. Para los aficionados y estudiosos, Cruz
permanece como el cronista gráfico de una era dorada, donde el arte y el toro
se fundían en un solo embiste.
“Biblioteca Fisac”. Más de 50 títulos…
Una Biblioteca que abarca todos los géneros en ediciones digital e impresa…
https://share.google/UYzsnB8QjeKJK8llh
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