Normalmente, cuando una compañía farmacéutica investigadora
descubre un nuevo e innovador fármaco, no da por finalizada ahí su
investigación sino que sigue explorando también en esa misma vía, otros
posibles fármacos más eficaces y seguros que el que acaba de descubrir, para
poder comercializarlo en el futuro. Uno de estos ejemplos lo tenemos en el
tamoxifeno, comercializado como Nolvadex por AstraZéneca, que se convirtió en
el medicamento más utilizado del mundo contra el cáncer de mama. Su éxito y
utilidad fue tan grande que incluso años después fue autorizado por la FDA de
Estados Unidos como el primer “tratamiento preventivo” del cáncer de mama en
determinados grupos de mujeres.
Pero la propia compañía que descubrió tamoxifeno encontró
también un digno sucesor que mejoraba a este, el anastrozol, comercializado con
el nombre de Arimidex. En diversos estudios realizados se vio que este nuevo
fármaco era tan eficaz como su predecesor, pero además las mujeres tratadas con
anastrozol tenían en torno a un 44 por ciento menos de posibilidades de que la
enfermedad progresase que las tratadas con tamoxifeno.
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