miércoles, 25 de junio de 2025

La trampa del diagnóstico precoz: Cuando la salud se convierte en enfermedad

(AZprensa) En la era de la medicina moderna, los avances tecnológicos han revolucionado el diagnóstico y tratamiento de enfermedades. La precisión de las pruebas médicas actuales permite detectar anomalías minúsculas, incluso en personas que se sienten perfectamente sanas. Sin embargo, esta capacidad diagnóstica, lejos de ser siempre una bendición, ha dado lugar a un fenómeno preocupante: la excesiva medicalización de la vida. Lo que comienza como una exploración rutinaria puede convertirse en una espiral de pruebas, tratamientos e intervenciones que, en muchos casos, generan más perjuicios que beneficios, transformando a personas sanas en pacientes crónicos.
 
La trampa del diagnóstico precoz
 
El desarrollo de tecnologías como resonancias magnéticas, análisis genéticos o biomarcadores ultrasensibles ha permitido identificar alteraciones que, en muchos casos, no suponen un riesgo real para la salud. Por ejemplo, un pequeño nódulo tiroideo, una anomalía en un análisis de sangre o una imagen ambigua en una prueba radiológica pueden ser hallazgos comunes en personas sanas. Sin embargo, la detección de estas “anomalías” desencadena un protocolo médico que a menudo incluye más pruebas, medicamentos e incluso intervenciones quirúrgicas, todas con sus propios riesgos y efectos secundarios.
 
El problema radica en que no todos los hallazgos clínicos son relevantes. Estudios han demostrado que muchas de estas anomalías, como ciertos quistes o lesiones benignas, nunca evolucionarían hacia una enfermedad grave. Sin embargo, la lógica del sistema sanitario actual, impulsada por el principio de “prevenir es mejor que curar” y, en algunos casos, por intereses económicos, empuja a médicos y pacientes a actuar ante cualquier indicio, por mínimo que sea. Así, una persona sana que acude a un chequeo rutinario puede salir con un diagnóstico que la etiqueta como enferma, iniciando un ciclo de intervenciones médicas innecesarias.
 
La espiral de pruebas y tratamientos
 
Una vez que se detecta “algo”, el sistema médico tiende a perpetuar una dinámica de hipervigilancia. Una prueba inicial lleva a otra más específica, que a su vez puede generar resultados ambiguos que requieren aún más estudios. Cada una de estas pruebas, desde biopsias hasta resonancias, conlleva riesgos: radiación, infecciones, falsos positivos o incluso complicaciones físicas y psicológicas. Por ejemplo, una mamografía que detecta una lesión dudosa puede derivar en una biopsia, que a su vez puede generar ansiedad, dolor o complicaciones, incluso si el resultado final es benigno.
 
A esto se suma la prescripción de medicamentos, muchos de los cuales tienen efectos secundarios significativos. Por ejemplo, el uso prolongado de inhibidores de la bomba de protones para problemas digestivos menores puede provocar deficiencias nutricionales, mientras que los analgésicos o antiinflamatorios pueden afectar riñones o hígado. En casos extremos, la detección de una anomalía lleva a intervenciones quirúrgicas, como la extirpación de un órgano “por precaución”, con riesgos inherentes como infecciones, hemorragias o secuelas permanentes.
 
El impacto psicológico y social
 
La medicalización no solo afecta la salud física, sino también la mental y emocional. Ser etiquetado como “paciente” genera ansiedad, miedo y una percepción alterada de la propia salud. Personas que antes se sentían bien comienzan a vivir con el temor constante de estar enfermas, lo que puede derivar en trastornos de ansiedad o depresión. Además, el itinerario médico interminable consume tiempo, recursos económicos y energía, afectando la calidad de vida y las relaciones personales.
 
El sistema sanitario, en su afán por no dejar nada al azar, a menudo ignora el principio fundamental de la medicina: “primum non nocere” (primero, no hacer daño). La intervención excesiva puede transformar a una persona sana en alguien dependiente del sistema médico, atrapada en un ciclo de consultas, pruebas y tratamientos que, paradójicamente, deterioran su salud en lugar de mejorarla.
 
Un cambio de paradigma necesario
 
Para contrarrestar esta tendencia, es necesario un cambio en la forma en que abordamos la medicina. Los profesionales de la salud deben priorizar la relevancia clínica sobre la detección indiscriminada, evaluando cuidadosamente si un hallazgo justifica intervención. Esto implica una comunicación más transparente con los pacientes sobre los riesgos y beneficios de cada prueba o tratamiento, así como una mayor tolerancia a la incertidumbre médica, aceptando que no todas las anomalías requieren acción inmediata.
 
Por su parte, los pacientes deben tomar decisiones informadas, cuestionando la necesidad de pruebas o tratamientos y valorando los riesgos de la sobreintervención. La sociedad, en general, necesita replantearse su relación con la medicina, abandonando la idea de que más diagnóstico equivale siempre a mejor salud.
 
La excesiva medicalización de la vida es un problema creciente que convierte a personas sanas en pacientes perpetuos, atrapados en un sistema que, con buenas intenciones, puede acabar causando más daño que beneficio. La medicina moderna debe encontrar un equilibrio entre aprovechar sus avances tecnológicos y respetar los límites de la intervención, para que la búsqueda de la salud no se convierta en una enfermedad en sí misma. Ya va siendo hora de recuperar el sentido común en la práctica médica y priorizar el bienestar real de las personas por encima de la detección obsesiva de lo insignificante.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
Así eran los médicos “de antes”… “Médico, periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551

No hay comentarios: