(AZprensa) Durante 25 años, un edificio singular daba
bienvenida a todas las personas que
llegaban a Madrid por la carretera de Barcelona; se trataba del edificio de los
laboratorios Jorba –popularmente conocido como “la pagoda”- del arquitecto
Miguel Fisac. Hoy día, cualquiera que mire hacia la izquierda al entrar en
Madrid no solo no podrá verlo sino que ni siquiera será capaz de reconocer el
lugar donde antes se asentaba, sustituido ahora por una serie de edificios
vulgares, sin ningún mérito ni peculiaridad especial. El único consuelo que
queda a hora a los amantes del arte y de la arquitectura, y a los nostálgicos,
es el recuerdo del mismo a través de las fotografías o el rescate que del mismo
ha hecho la empresa granadina “cortaypega” que creó –y ahora acaba de
reeditarlo- un recortable de papel para que todo aquél que lo desee pueda
“construirlo” de nuevo. Pero... ¿qué pasó para que desapareciese un icono de la
arquitectura moderna española contemporánea como era ese edificio?
Su arquitecto, Miguel Fisac, se había unido al Opus Dei
desde sus comienzos, siendo además amigo de su fundador, José María Escrivá de
Balaguer. La entrada en el Opus Dei de aquél joven y prometedor arquitecto le
supuso la apertura de muchas puertas y una considerable lluvia de contratos,
edificando –por ejemplo- numerosas iglesias en la primera década de los años
50. Sin embargo en el año 1955 abandonó el Opus Dei tras importantes
desavenencias. Esta salida le hizo perder los favores e influencias de esta
organización religiosa aunque siguió su brillante carrera realizando otras
muchas y meritorias obras, entre ellas, “la pagoda” como ejemplo representativo
de su creatividad y de cómo transformar algo con tan poco glamour como el hormigón, en obra de arte. Y eso que
ya no contaba con el favor que antes le llegaba desde “las alturas”.
En el año 1997, el Ayuntamiento de Madrid, en una medida
incomprensible, dejó fuera este edificio del catálogo de edificios protegidos
para el nuevo Plan de Urbanismo. Esto significaba que cualquiera podía hacer
con él lo que quisiera, y eso es lo que hicieron los nuevos propietarios del
edificio: demolerlo para levantar otro edificio más grande con el que se
aprovechase más el espacio edificable de la parcela. ¿Lo demolieron como venganza
por sus desavenencias con el Opus Dei? Estrictamente no, pero seguramente esas
desavenencias “influyeron” para que no lo incluyesen como “edificio protegido”.
Ahora, la “pagoda” de papel que cada uno puede construir y
disfrutar en su casa (4 euros la versión digital y 10 euros la edición
impresa), nos recuerda lo mezquino del ser humano, incapaz de preservar el arte
y la belleza... pero nos recuerda también lo grande y maravillosa que puede
llegar a ser la imaginación humana.
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