(Publicado en la revista “Información al Día”, nº 24, noviembre 200.
Artículo escrito por Begoña Piña)
(AZprensa) La industria farmacéutica como tal no ha sido
protagonista habitual en el teatro, aunque la medicina, en términos generales,
sí ha estado presente en muchas obras. Para conocer un poco mejor esta relación
de los profesionales de la salud (médicos, farmacéuticos, enfermeras y
laboratorios) en el teatro (como ya hicimos en nuestro anterior número con el cine)
“Información al Día” ha invitado a Begoña Piña para que nos dé su visión
particular de este insólito tema.
Begoña Piña es periodista especializada en información de teatro, cine y libros. Actualmente trabaja en la delegación de Madrid de “La Vanguardia”, dirige la revista mensual de cine “La Gran ilusión”, que edita Alta Films y es coordinadora en Madrid de la revista de libros “Qué leer”.
Por todo ello agradecemos su colaboración y esperamos que sea del disfrute de nuestros lectores.
Arriba el telón
“Lo primero, pues, que os mando,/honor, es guardar la
boca…;/guardad honor, pues, dieta/ de silencio cuerdo y santo”. Son versos de
“El celoso prudente”, de Tirso de Molina, que definen bastante bien la relación
que ha existido a lo largo de la historia entre el teatro y la medicina y los
inicios de la industria farmacéutica. Nada hay en estas palabras de desdén
hacia la ciencia, aunque tampoco se aprecia lo contrario, y es que hay que
aclarar que el vínculo entre medicina y arte de la escena no ha sido muy agraciado
nunca. El ejemplo sirve, sin embargo, para exponer la utilización que los
dramaturgos han hecho siempre de la medicina para establecer metáforas muy
útiles y de fácil comprensión por parte del público.
Tirso de Molina hacía, un poco antes que el genial Calderón de la Barca en “El médico
de su honra” una recomendación a sus personajes empleando el símil de la
medicina. Las palabras que se pronuncia en “El celoso imprudente” son menos
conocidas que las del texto de Calderón mencionado, una obra maestra del teatro
del Siglo de Oro español con la que el más grande de nuestros dramaturgos
imponía sus peculiares recetas.
“Y así os receta y ordena / el médico de su honra / primeramente la dieta / del silencio, que es guardar / la boca, tener prudencia”.
Don Gutierre, personaje principal de este drama, no es el
único que hace uso de esta metáfora. Toda la obra, desde el título, se dedica a
ello. Así, prácticamente la totalidad de los personajes hacen referencia al
tema de la salud desde casi el inicio de la historia. Recogemos unos primeros
momentos en los que Don Enrique acaba de caer de su caballo y Don Arias
describe sus síntomas:
“A un tiempo ha perdido / pulso, color y sentido”.
Es entonces cuando Don Pedro sugiere un tratamiento para que recobre la salud.
Seguramente más interesante en este breve paseo de las
relaciones entre teatro y medicina e industria farmacéutica sea el instante en
que Coquín y Jacinta, dos personajes clave en este drama, se hacen estas
preguntas y respuestas:
“Coquín: Metíme a ser discreto / por mi mal y hame dado / tan grande hipocondria en este lado / que me muero.
Jacinta: ¿Y qué es hipocondria?
Coquín: Es una enfermedad que no la había / habrá dos años, ni el mundo era. / Usóse poco ha, y de manera / lo que se usa, amiga, no se excusa, / que una dama, sabiendo que se usa, / le dijo a su galán muy triste un día: / tráigame un poco ucéd de hipocondria. / Mas señor, entra agora”.
“El médico de su honra” de Calderón de la Barca, es,
pues, una obra esencial no sólo en la historia del teatro mundial, sino también
en el repaso de las relaciones de este arte con la ciencia. El dramaturgo
emplea la medicina y otros géneros próximos para explicar la obsesión por la
honra de sus personajes.
En otros momentos de su producción literaria, Calderón acude, nuevamente, a la medicina y a los remedios de botica para expresar sus pensamientos, advirtiendo que el público capta con extrema facilidad las comparaciones entre la moral y las dolencias físicas.
Y es que la medicina ha sido un elemento muy apreciado
entre los artistas de la escena que, reiteradamente han acudido a ella para
ilustrar sus tragedias, dramas y comedias. Y ello en cualquier momento de la
historia, desde los clásicos, pasando por el Siglo de Oro, hasta la actualidad.
Sin embargo, nunca la medicina y la industria farmacéutica han sido objeto
principal de las historias de teatro y, mucho peor, nunca han aparecido de una
manera habitual con buen cartel en este.
Las obras más destacadas de la escena muestran una mirada
sobre estas ciencias que hoy levantaría ampollas entre sus profesionales. Si es
necesario poner un ejemplo definitivo sobre ello no hay más que acercarse a
textos de la relevancia artística de “La Celestina” de Fernando de Rojas para
demostrarlo. Una bruja, curandera o como quiera llamársela protagoniza este
drama de amor, en el que las suspicacias hacia los que practican la medicina
son claras en el texto:
“Celestina: No hay cirujano que a la primera cura juzgue la herida…”.
Son palabras de una vieja que, frente a la medicina y a los inicios de la industria farmacéutica, prefiere utilizar potingues y ungüentos, en los que sí confía y a los que confiere toda posibilidad de éxito. Así, es corriente encontrar en este genial texto palabras de la Celestina como éstas o similares:
“Celestina: Entra en la cámara de los ungüentos, y en la pellejera del gato negro, donde te mandé meter los ojos de la loba, le hallarás, y baja la sangre del cabrón y unas poquitas de las barbas que tú le cortaste”.
Pero no es sólo la vieja bruja la que inventa pócimas de
amor y remedios abortivos, la que hace referencia a la ciencia de la medicina o
de la farmacéutica. El joven galán enamorado, loco de amor por la bella
doncella, también pone en su boca comparaciones recogidas del mismo territorio:
“Calisto: Cierra la ventana y deja la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡Oh, bienaventurada muerte aquella que, deseada a los afligidos, viene! O si vinieseis ahora, Hipócrates y Galeno, médicos ¿sentiríais mi mal? ¡Oh, piedad celestial, inspira en el plebélico corazón, porque sin esperanza de salud, no envié el espíritu perdido con el desastrado Píramo y la desdichada Tisbe!”.
Calderón, Tirso, Fernando de Rojas y muchos otros siguieron
estos pasos, tras las huellas de una ciencia que servía muy bien a sus
propósitos, pero a la que no solían hacer protagonista. Lo cierto es que
medicina e industria farmacéutica han aparecido en los textos teatrales de
muchas maneras, pero casi siempre relacionados con unos clichés perfectamente
reconocibles. En los primeros tiempos del teatro, la relación más evidente
siempre ha sido la de veneno y medicina. Innumerables personajes teatrales han
curado sus males con dosis de veneno que terminaban irremediablemente con los
dolores de su alma.
Después han sido las apreciaciones más cómicas las que se
han abierto paso. En las comedias españolas de los siglos XIX y principios del
XX, las apariciones de la medicina o las referencias farmacéuticas son motivo de chiste o, simplemente, un recurso
apropiado a las situaciones creadas. Hay muchos personajes que sufren lesiones
físicas y son bastantes las apariciones de hombres y mujeres ataviados con
vendajes exagerados que intentan explicar la magnitud del accidente. Además, es
imposible hacer este pequeño repaso sin rendir un homenaje a las cientos de
actrices de la escena que dedicaron noches y noches de su vida a vestirse con
una cofia y un delantal, a aparecer ante el público con una bandeja y a decir sólo
tres palabras: “Su árnica, señora”.
Por último, no se pueden despreciar las relaciones de la
medicina con el teatro en los últimos años, en los que el vínculo, en cierta
manera, ha aumentado. La aparición de nuevas enfermedades con un claro impacto
social –como es el caso del SIDA- o la existencia ya definida como enfermedad
de males como el alcoholismo o la drogadicción han marcado muchos textos de la
producción más reciente. Hay una amplia lista de títulos que podrían servir de
ejemplo. De todos ellos, hay uno que, por el sarcasmo que contiene, es
especial. Se trata de la obra “El Papa y la bruja”, del premio Nobel Darío Fo.
Las consecuencias de las drogas, los muertos de SIDA, de hepatitis, de
sobredosis, van surgiendo, poco a poco, en el texto, en el que, por cierto, uno
de los personajes principales es, nuevamente, una curandera:
“Curandera: ¿Estáis mejor?
Papa: Un poco, gracias, pero los brazos siguen bloqueados.
Curandera: Yo sabría cómo desbloquearlos del todo.
Papa: ¿Cómo?
Curandera: Con hipnosis.
Papa: ¡De hipnosis nada! No me quiero quedar con cara de tonto…”
Todo esto sirve al menos para reconocer que teatro y
medicina nunca han sido buenos aliados, aunque siempre se han comportado con
complicidad. La mirada de las artes hacia una de las ciencias hoy más
respetadas siempre ha estado teñida de ciertas sombras. Si “El médico de su
honra”, de Calderón de la Barca, es uno de los textos clave en la comprensión
de este extraño matrimonio, no hay duda de que el que mejor define éste de
todos los hasta hoy creados es “El enfermo imaginario”, de Moliere.
En él, el dramaturgo francés satiriza sin límite a los médicos de su época. Aunque, todo hay que decirlo, entonces tenía bastantes motivos para hacerlo, ya que aquella medicina se limitaba a prácticas poco útiles y bastante crueles, como sangrar a los pacientes, purgarlos o ponerles irrigaciones. Lo cierto es que a la única suerte a que podía aspirar el enfermo era la de soportar el trato que le daban y sobrevivir a él.
Con los adelantos en la medicina y la industria
farmacéutica, los creadores teatrales han intentado acompasar sus historias a
los nuevos cambios. Permanecen la sátira y el empleo de estas ciencias para
exponer otros pensamientos, pero la aparición de personajes dedicados a estas
profesiones ya no está manchada con los tintes pesimistas de otros tiempos.
Begoña Piña
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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Begoña Piña es periodista especializada en información de teatro, cine y libros. Actualmente trabaja en la delegación de Madrid de “La Vanguardia”, dirige la revista mensual de cine “La Gran ilusión”, que edita Alta Films y es coordinadora en Madrid de la revista de libros “Qué leer”.
Por todo ello agradecemos su colaboración y esperamos que sea del disfrute de nuestros lectores.
“Y así os receta y ordena / el médico de su honra / primeramente la dieta / del silencio, que es guardar / la boca, tener prudencia”.
“A un tiempo ha perdido / pulso, color y sentido”.
Es entonces cuando Don Pedro sugiere un tratamiento para que recobre la salud.
“Coquín: Metíme a ser discreto / por mi mal y hame dado / tan grande hipocondria en este lado / que me muero.
Jacinta: ¿Y qué es hipocondria?
Coquín: Es una enfermedad que no la había / habrá dos años, ni el mundo era. / Usóse poco ha, y de manera / lo que se usa, amiga, no se excusa, / que una dama, sabiendo que se usa, / le dijo a su galán muy triste un día: / tráigame un poco ucéd de hipocondria. / Mas señor, entra agora”.
En otros momentos de su producción literaria, Calderón acude, nuevamente, a la medicina y a los remedios de botica para expresar sus pensamientos, advirtiendo que el público capta con extrema facilidad las comparaciones entre la moral y las dolencias físicas.
“Celestina: No hay cirujano que a la primera cura juzgue la herida…”.
Son palabras de una vieja que, frente a la medicina y a los inicios de la industria farmacéutica, prefiere utilizar potingues y ungüentos, en los que sí confía y a los que confiere toda posibilidad de éxito. Así, es corriente encontrar en este genial texto palabras de la Celestina como éstas o similares:
“Celestina: Entra en la cámara de los ungüentos, y en la pellejera del gato negro, donde te mandé meter los ojos de la loba, le hallarás, y baja la sangre del cabrón y unas poquitas de las barbas que tú le cortaste”.
“Calisto: Cierra la ventana y deja la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡Oh, bienaventurada muerte aquella que, deseada a los afligidos, viene! O si vinieseis ahora, Hipócrates y Galeno, médicos ¿sentiríais mi mal? ¡Oh, piedad celestial, inspira en el plebélico corazón, porque sin esperanza de salud, no envié el espíritu perdido con el desastrado Píramo y la desdichada Tisbe!”.
“Curandera: ¿Estáis mejor?
Papa: Un poco, gracias, pero los brazos siguen bloqueados.
Curandera: Yo sabría cómo desbloquearlos del todo.
Papa: ¿Cómo?
Curandera: Con hipnosis.
Papa: ¡De hipnosis nada! No me quiero quedar con cara de tonto…”
En él, el dramaturgo francés satiriza sin límite a los médicos de su época. Aunque, todo hay que decirlo, entonces tenía bastantes motivos para hacerlo, ya que aquella medicina se limitaba a prácticas poco útiles y bastante crueles, como sangrar a los pacientes, purgarlos o ponerles irrigaciones. Lo cierto es que a la única suerte a que podía aspirar el enfermo era la de soportar el trato que le daban y sobrevivir a él.
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