(El Inefable) Esta semana la NASA anunciaba el
descubrimiento de un planeta muy parecido a la Tierra, el cual ofrece
condiciones similares al nuestro para albergar la vida. Muchos titulares de
medios de comunicación hablaban de este acontecimiento y daban por hecho que la
humanidad podría trasladarse a ese planeta cuando el nuestro se hiciese viejo,
superpoblado y/o escaso de recursos. Pero pasaban por alto algunas
consideraciones:
Ese planeta, bautizado como Kepler 452b, es “posiblemente”
un planeta rocoso, aunque su masa y su composición “aún no han sido
determinadas”. Su órbita alrededor de su sol es de 385 días y su distancia muy
similar a la nuestra, sólo un cinco por ciento más alejado, aunque esto se
compensa con creces porque dicho sol es un 20 por ciento más brillante. Pero...
está a 1.400 años luz de la Tierra. Esto significa que si se construyese una
nave capaz de volar a la velocidad más alta de la que hasta ahora hemos sido
capaces de conseguir, llegar a ese planeta llevaría 25,8 millones de años. Por
lo tanto, o descubrimos otras formas de viajar por el espacio que sean
diferentes a la convencional o quedará irremisiblemente fuera de nuestro
alcance.
Y aún hay más. Esa estrella en torno a la cual orbita Kepler
452b es 1,5 mil millones de años más vieja que
nuestro Sol, es decir, cuando nuestro sol encare la recta final de su vida (y
de la nuestra, claro) el sol de Kepler ya habrá muerto (independientemente del
tiempo empleado en el viaje).
Es evidente que existen miles
de millones de planetas similares al nuestro en donde es posible se haya
desarrollado la vida en algún momento de su historia, pero a día de hoy y a la
luz de nuestro conocimientos, quedan demasiado lejos.
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