(AZprensa) Los científicos que pasan varios meses trabajando en las estaciones de investigación de la Antártida sufren con relativa frecuencia el fenómeno de la “altitud fisiológica”. Pero ¿en qué consiste? Veamos: la fuerza centrífuga de la rotación terrestre hace que la atmósfera se ensanche en el ecuador y se estreche en los polos. Así, la masa de aire en el ecuador pesa más que en los polos, con lo cual la masa de aire en los polos es más fina y ligera allí, a 2.800 metros de altitud, que a la misma altitud en cualquier otro lugar del planeta. Además, la baja presión barométrica hace que la sangre absorba menos oxígeno y la altitud fisiológica sea la equivalente a 3.700 metros de altitud real. Es decir, aunque se encuentren a 2.800 metros de altitud lo que experimentan es la sensación de estar a 3.700 metros de altitud, lo que popularmente se conoce como “mal de altura” y que padecen –por ejemplo- los deportistas que se desplazan a competir a países como Bolivia.
Los síntomas derivados de esto son numerosos y preocupantes: cansancio, falta de concentración, alteraciones del sueño, náuseas... es decir, los síntomas clásicos de un “mal de altura” como el que suele afectar a los alpinistas. La visión comienza a reducirse entre los 1.500 y 2.500 metros y el razonamiento conceptual empieza a fallar a partir de los 3.600 metros.
Como consecuencia de una estancia en aquél lugar, la saturación de oxígeno en la sangre se reduce a menos del 88 por ciento, cuando lo normal es que oscile entre el 95 y el 100 por cien. Esta hipoxia crónica va eliminando células cerebrales, una reducción en torno al 13 por ciento a corto plazo para las personas que hibernan allí, según se ha constatado en algunos estudios.
Esta falta de estímulos sensoriales y la hipoxia crónica, no sólo afectan la visión sino también el comportamiento y esto genera con frecuencia lapsus amnésicos. Se pierde la capacidad de memorizar y se reduce el vocabulario. Por ejemplo: se pueden visualizar las palabras y conocer su significado, pero no se es capaz de emplearlas correctamente.
Es evidente la dureza de vivir, aunque sea por espacios cortos de tiempo, en condiciones tan extremas como las que se dan en este sexto continente. No es raro por tanto que quienes pasan allí una temporada, además del fenómeno de la “altitud fisiológica” padezcan también en algún momento el síndrome de “estar quemado”, caracterizado por el deseo de huir de la compañía de los demás y quedarse absorto contemplando el vacío, con una falta evidente de capacidad de atención y de pérdida de memoria. Pero, por el contrario, bien sea por el cerebro poco oxigenado o por alteraciones de las glándulas suprarrenales, el caso es que allí se ríe mucho y –quizás ayudado por la monotonía del entorno cerrado- cualquier chorrada es un acontecimiento. Y eso sin tener que recurrir al alcohol porque, como ya se sabe, cuando hay menos oxígeno aumentan sus efectos.
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