(AZprensa) Hoy domingo 28 se celebra el “Día Mundial de la Hepatitis C” y diversas asociaciones de pacientes han puesto en marcha una campaña con un doble objetivo: quitar el miedo y/o vergüenza a la enfermedad y conseguir que los pacientes vayan al médico para hacerse la prueba “ante cualquier sospecha de poder haber tenido contacto con el virus”. Y las previsiones son altas, ya que los organizadores hablan de que aún hay “unas 80.000 personas con infección activa por el virus de la hepatitis C que hay que buscar y tratar”.
Ante un mercado tan goloso no es de extrañar que laboratorios como AbbVie y Gilead, que disponen de fármacos para tratar esta enfermedad, hayan corrido gustosos con todos los gastos de esta campaña.
Tal como explican en su comunicado de prensa: “El virus se identificó en 1989, por lo que hasta ese momento no se pusieron en marcha medidas para evitar la transmisión. Hay personas que antes de esa fecha les pudieron hacer una transfusión, o vacunación compartiendo material inyectable…hay diferentes situaciones que en aquel momento eran cotidianas y han podido ser un foco de transmisión. Por ello es fundamental acudir al médico y hacerse la prueba si crees que has podido estar en una de estas situaciones”.
Y es que la hepatitis C es una enfermedad que no suele presentar síntomas hasta que está en una fase avanzada y que se presenta con mayor frecuencia en poblaciones vulnerables como los usuarios de drogas, pero que también afecta a la población general “muchas personas tienen el virus C y no lo saben porque no suele dar sintomatología”, aclaran.
Eso sí, la buena noticia, es que actualmente existen tratamientos que permiten curarla en más de un 95% de los casos. Desde el año 2015, con la aparición de los nuevos antivirales de acción directa se ha dado un gran paso adelante con más de 125.000 pacientes curados hasta la fecha. Claro que la mala noticia es que los laboratorios se provecharon de haber descubierto unos medicamentos que curaban de verdad una enfermedad importante y pusieron a los mismos unos precios abusivos que la Sanidad pública no pudo recortar todo lo que hubiera sido justo porque de verdad curaban y no se podía privar a los pacientes de esa oportunidad, aunque eso significase tener que recortar servicios y prestaciones a otros pacientes porque no había presupuesto para todo.
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