(Publicado en la revista “Información al Día”, nº 23, octubre 2001.
Artículo escrito por Francisco J. Fernández)
(AZprensa) La industria farmacéutica ha sufrido esa constante cinematográfica que convierte en malas a las instituciones, a las grandes organizaciones; sin embargo, siempre nos quedarán las personas. Ellas son las que han puesto cara y ojos a los muros de hormigón y representan la investigación en pro del alivio del dolor, en pro de la vida.
Francisco J. Fernández, actual director de “Correo farmacéutico”, y anteriormente jefe de Información de “Diario Médico”, es un amplio conocedor de la industria farmacéutica, pero también lo es del cine. Durante los últimos nueve años ha reseñado casi un millar de películas para “Diario Médico” y, recientemente, ha elaborado un amplio reportaje titulado “Cine y médicos”, una relación profesional que se incluyó en un interesante informe web del grupo editorial Recoletos.
Ahora “Información al Día” ha invitado a Francisco J. Fernández para que nos ofrezca su visión particular de las relacione que han existido entre la industria farmacéutica y el cine a lo largo de la historia. Con nuestro mayor agradecimiento, reproducimos el artículo que ha preparado para todos los lectores de “Información al Día”:
Presunto culpable
“Es un monstruo” dice sorprendido investigador Samuel Gerard (Tommy Lee Jones), perseguidor infatigable del doctor Richard Kimbal (Harrison Ford) en “El fugitivo” (Andrew Davis, 1993), tras leer un folleto de la compañía farmacéutica Devlin McGregor y observar que el año anterior tuvo unos ingresos por ventas de 7.500 millones de dólares.
En las palabras del policía, cabe ver la sugerencia de que un coloso de tales características lo puede casi todo y, cuando se tiene la sospecha de que el asesino de Kimbal puede deberse a algún entuerto relacionado con la empresa, es mucho sugerir.
En esta película, el jefe de Anatomía Patológica de un gran hospital de Chicago quiere quitar de en medio a Kimbal, un prestigioso cirujano vascular, por el alambicado sistema de mandar asesinar a su esposa implicándole a él. ¿Por qué? Porque los ensayos con pacientes sobre un nuevo fármaco antiateroma están mostrando graves efectos secundarios en el hígado, lo que compromete el futuro del fármaco.
El anatomopatólogo, miembro del Consejo de Administración del laboratorio, falsifica las muestras hepáticas que le envía Kimbal y opta por sacarlo de escena para que no descubra el pastel tan delicadamente cocinado por quien busca el modo rápido de garantizarse la jubilación.
El ejemplo de “El fugitivo” es significativo del papel que la industria farmacéutica ha desempeñado en el cine. Es un personaje ideal para ser el malo: una corporación tan poderosa como abstracta con fuertes intereses económicos y que trabaja directamente con la salud de los ciudadanos, lo que da un punto más de oportuno y necesario dramatismo.
Esta presunción de culpabilidad con respecto a las grandes compañías farmacéuticas no es un invento del cine, sino que parece estar al cabo de la calle. Este verano se han visto ejemplos significativos en España. Como siempre, el cine nada inventa. A lo sumo, reinterpreta la realidad.
Si “El fugitivo” delimita las bases de lo que suele ser el papel de la industria en el cine también hay que decir que es uno de los pocos casos que quien escribe recuerda de protagonismo de las farmacéuticas en la trama de un largometraje para el cine, algo que no deja de ser curioso en tanto en cuanto, como se ha dicho, es un buen malo para las películas.
Manipulación de fármacos.- De nuevo los intereses espurios de una gran compañía son la base de una trama policiaca en “El crack 2”, secuela del mismo título que el español José Luis Garci realizó en 1983, en su particular homenaje a su querido cine negro estadounidense; se trata de la manipulación que la empresa hace de sus productos, que no pasan de ser placebos. Como le explica el responsable de la compañía –un estupendo Arturo Fernández- al detective Germán Areta -¡qué sugerente la mirada líquida y hastiada de Alfredo Landa!-: “Nuestros medicamentos no hacen daño. Simplemente no curan”.
Seguro que Garci y su coguionista, Horacio Valcárcel tenían presente esa obra maestra que es “El tercer hombre” (Carol Reed, 1949), en la que Orson Wells traficaba con penicilina adulterada en el mercado negro de la posguerra.
Como en “El fugitivo”, también había una sucia trama de manipulación de los resultados de la investigación con un fármaco en la artificiosa intriga del holandés Dick Maas (“Presa del pánico, 1999). En ella el representante de una compañía estadounidense –interpretado por un despistado William Hurt (“El beso de la mujer araña”, “El turista accidental”)- viajaba a Ámsterdam para firmar un contrato de comercialización del nuevo supuestamente prometedor fármaco de una pequeña compañía, que resultaba ser un fiasco.
Comercio y salud.- Hay algo extraño, resbaladizo, de que alguien se beneficie de la enfermedad de otros. Es tan sencillo como que alguien cría y vende vacas, sacando su beneficio, para que la población se alimente. Sin embargo, en el caso de la industria farmacéutica, el ciudadano parece quedarse con el beneficio, y no con el servicio.
Ahí están los casos recientes de enfrentamiento de las administraciones sudafricana y brasileña con laboratorios por el precio de los fármacos para combatir el SIDA. Comentarios periodísticos y editoriales de periódicos económicos, así como expertos del sector, han razonado que es necesario defender las patentes. No obstante, no es raro oír en la calle algo del estilo: “ganan lo suficiente como para regalar medicamentos a países pobres”.
Este es, en cierto modo, uno de los temas de fondo de “El aceite de la vida” (George Miller, 1992). En la película, basada en hechos reales, los padres de un niño –interpretados por Nick Nolte (“Nieve que quema”, “El príncipe de las mareas”) y Susan Sarandon (“Thelma y Louise”, “Pena de muerte”)- descubren horrorizados cómo su hijo languidece afectado por una patología cerebral degenerativa para la que no hay cura conocida.
Cuando, investigando por su cuenta, descubren algo que podría ser un remedio o ralentizar el proceso, acuden a una gran compañía, que no muestra interés por una patología muy rara que afecta a contadas personas en el mundo.
Algo de esto hay en la segura mujer –Lorraine Braco (“Uno der los nuestros”)- que viaja al corazón de la selva amazónica en “Los últimos días del Edén” (John McTiernan, 1992) para anunciar el despido al científico Campbell –un Sean Connery de larga cabellera gris-, que lleva demasiado tiempo sin dar señales de vida ni resultados de su investigación acerca de un remedio para el cáncer.
Ella representa los intereses de la compañía, que exige resultados para unas importantes inversiones, como la editorial que compromete por contrato al escritor a producir una novela en un tiempo determinado. Él es un hombre tranquilo, integrado en la tribu que le ha acogido, y concienciado del desastre ecológico que se avecina por la construcción de una autopista. Y, por si fuera poco, está más cerca de obtener el éxito de lo que sospecharía la exigente y lejana empresa. Obviamente, esta tampoco sale bien parada.
Sí. La industria del medicamento es la mala. Hasta en algunas películas de serie B. En las muchas películas de catástrofes y ciencia ficción que la productora japonesa Toho y el director Ishiro Honda concibieron tras el éxito de su “Godzilla” (1956) hay algún ejemplo. Si en “King Kong” (1976) de John Guillermin, era la ambición del enviado de una empresa petrolera, frustrado por haberse equivocado al elegir cierta isla para perforar quien desataba el desastre, en “King Kong contra Godzilla” (1962), del mencionado Honda, es la del presidente de una compañía farmacéutica la que provocará la catástrofe que anuncia el título.
Siempre nos quedará… la persona.- Pero no todo ha de ser negativo. La industria farmacéutica ha sufrido esa constante cinematográfica que convierte en malas a las instituciones, impersonales y oscuras moles contra las que nada se puede. Lo ha sido la Administración de “El proceso” (1963), estremecedora lectura de Orson Wells del universo de Kafka, hasta “Brazil” (1985) de Tery Gilliam, y lo han sido grandes empresas de todo pelaje: “El síndrome de China” (1979), de James Bridges; “La tapadera” (1993), de Sidney Pollack; “El dilema” (1999), de Michael Mann; “Erin Brockovik” (2000), de Steven Soderbergh… Monstruos como el que citaba el policía de “El fugitivo”.
Pero quedan las personas. Las hay retorcidas y falsas, como el ambicioso patólogo de esta última película. Pero también buenas. Ellas son las que le han puesto cara y ojos a los muros de hormigón. Y también en el caso de las farmacéuticas. Ahí está el protagonista de la mencionada “El dilema”, también basada en un hecho real. El responsable de investigación de una empresa tabaquera descubre que se está manipulando el tabaco para provocar mayor adicción. En su dilema, su intenso conflicto ético sobre si denunciar a la empresa, base de esta compleja y soberbia película, hay un dato muy relevante: antes había pertenecido a una compañía farmacéutica. Tal vez, el hecho de haber trabajado en pro de la salud, pesó también en la decisión final.
Tampoco sale mal parado el ejecutivo que financia la investigación de un remedio para el Alzheimer en “Deep sea blue” (Renny Harlin, 1999). El personaje que interpreta Samuel L. Jackson (“Pulp fiction”, “El protegido”), resulta ser un héroe, quizá más hablador de lo que debiera, pero este, que será víctima del sarcasmo de los guionistas es un hombre íntegro.
Pero quien tal vez pone el rostro más amable de la industria es el viejo científico de “El aceite de la vida”. El anciano al que la empresa presta un pequeño laboratorio en honor a los servicios prestados será el que convierta en realidad el aceite que imaginaron los Odone, los padres del pequeño Lorenzo al que la vida se le iba por momentos. Ese abuelete de bata blanca, que se mueve torpe entre las pipetas, representa bien la investigación paciente, solitaria y dura en pro del alivio del dolor, en pro de la vida.
Francisco J. Fernández
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Tu último viaje”: https://amzn.eu/d/1zzOpM6
(AZprensa) La industria farmacéutica ha sufrido esa constante cinematográfica que convierte en malas a las instituciones, a las grandes organizaciones; sin embargo, siempre nos quedarán las personas. Ellas son las que han puesto cara y ojos a los muros de hormigón y representan la investigación en pro del alivio del dolor, en pro de la vida.
Francisco J. Fernández, actual director de “Correo farmacéutico”, y anteriormente jefe de Información de “Diario Médico”, es un amplio conocedor de la industria farmacéutica, pero también lo es del cine. Durante los últimos nueve años ha reseñado casi un millar de películas para “Diario Médico” y, recientemente, ha elaborado un amplio reportaje titulado “Cine y médicos”, una relación profesional que se incluyó en un interesante informe web del grupo editorial Recoletos.
Ahora “Información al Día” ha invitado a Francisco J. Fernández para que nos ofrezca su visión particular de las relacione que han existido entre la industria farmacéutica y el cine a lo largo de la historia. Con nuestro mayor agradecimiento, reproducimos el artículo que ha preparado para todos los lectores de “Información al Día”:
Presunto culpable
“Es un monstruo” dice sorprendido investigador Samuel Gerard (Tommy Lee Jones), perseguidor infatigable del doctor Richard Kimbal (Harrison Ford) en “El fugitivo” (Andrew Davis, 1993), tras leer un folleto de la compañía farmacéutica Devlin McGregor y observar que el año anterior tuvo unos ingresos por ventas de 7.500 millones de dólares.
En las palabras del policía, cabe ver la sugerencia de que un coloso de tales características lo puede casi todo y, cuando se tiene la sospecha de que el asesino de Kimbal puede deberse a algún entuerto relacionado con la empresa, es mucho sugerir.
En esta película, el jefe de Anatomía Patológica de un gran hospital de Chicago quiere quitar de en medio a Kimbal, un prestigioso cirujano vascular, por el alambicado sistema de mandar asesinar a su esposa implicándole a él. ¿Por qué? Porque los ensayos con pacientes sobre un nuevo fármaco antiateroma están mostrando graves efectos secundarios en el hígado, lo que compromete el futuro del fármaco.
El anatomopatólogo, miembro del Consejo de Administración del laboratorio, falsifica las muestras hepáticas que le envía Kimbal y opta por sacarlo de escena para que no descubra el pastel tan delicadamente cocinado por quien busca el modo rápido de garantizarse la jubilación.
El ejemplo de “El fugitivo” es significativo del papel que la industria farmacéutica ha desempeñado en el cine. Es un personaje ideal para ser el malo: una corporación tan poderosa como abstracta con fuertes intereses económicos y que trabaja directamente con la salud de los ciudadanos, lo que da un punto más de oportuno y necesario dramatismo.
Esta presunción de culpabilidad con respecto a las grandes compañías farmacéuticas no es un invento del cine, sino que parece estar al cabo de la calle. Este verano se han visto ejemplos significativos en España. Como siempre, el cine nada inventa. A lo sumo, reinterpreta la realidad.
Si “El fugitivo” delimita las bases de lo que suele ser el papel de la industria en el cine también hay que decir que es uno de los pocos casos que quien escribe recuerda de protagonismo de las farmacéuticas en la trama de un largometraje para el cine, algo que no deja de ser curioso en tanto en cuanto, como se ha dicho, es un buen malo para las películas.
Manipulación de fármacos.- De nuevo los intereses espurios de una gran compañía son la base de una trama policiaca en “El crack 2”, secuela del mismo título que el español José Luis Garci realizó en 1983, en su particular homenaje a su querido cine negro estadounidense; se trata de la manipulación que la empresa hace de sus productos, que no pasan de ser placebos. Como le explica el responsable de la compañía –un estupendo Arturo Fernández- al detective Germán Areta -¡qué sugerente la mirada líquida y hastiada de Alfredo Landa!-: “Nuestros medicamentos no hacen daño. Simplemente no curan”.
Seguro que Garci y su coguionista, Horacio Valcárcel tenían presente esa obra maestra que es “El tercer hombre” (Carol Reed, 1949), en la que Orson Wells traficaba con penicilina adulterada en el mercado negro de la posguerra.
Como en “El fugitivo”, también había una sucia trama de manipulación de los resultados de la investigación con un fármaco en la artificiosa intriga del holandés Dick Maas (“Presa del pánico, 1999). En ella el representante de una compañía estadounidense –interpretado por un despistado William Hurt (“El beso de la mujer araña”, “El turista accidental”)- viajaba a Ámsterdam para firmar un contrato de comercialización del nuevo supuestamente prometedor fármaco de una pequeña compañía, que resultaba ser un fiasco.
Comercio y salud.- Hay algo extraño, resbaladizo, de que alguien se beneficie de la enfermedad de otros. Es tan sencillo como que alguien cría y vende vacas, sacando su beneficio, para que la población se alimente. Sin embargo, en el caso de la industria farmacéutica, el ciudadano parece quedarse con el beneficio, y no con el servicio.
Ahí están los casos recientes de enfrentamiento de las administraciones sudafricana y brasileña con laboratorios por el precio de los fármacos para combatir el SIDA. Comentarios periodísticos y editoriales de periódicos económicos, así como expertos del sector, han razonado que es necesario defender las patentes. No obstante, no es raro oír en la calle algo del estilo: “ganan lo suficiente como para regalar medicamentos a países pobres”.
Este es, en cierto modo, uno de los temas de fondo de “El aceite de la vida” (George Miller, 1992). En la película, basada en hechos reales, los padres de un niño –interpretados por Nick Nolte (“Nieve que quema”, “El príncipe de las mareas”) y Susan Sarandon (“Thelma y Louise”, “Pena de muerte”)- descubren horrorizados cómo su hijo languidece afectado por una patología cerebral degenerativa para la que no hay cura conocida.
Cuando, investigando por su cuenta, descubren algo que podría ser un remedio o ralentizar el proceso, acuden a una gran compañía, que no muestra interés por una patología muy rara que afecta a contadas personas en el mundo.
Algo de esto hay en la segura mujer –Lorraine Braco (“Uno der los nuestros”)- que viaja al corazón de la selva amazónica en “Los últimos días del Edén” (John McTiernan, 1992) para anunciar el despido al científico Campbell –un Sean Connery de larga cabellera gris-, que lleva demasiado tiempo sin dar señales de vida ni resultados de su investigación acerca de un remedio para el cáncer.
Ella representa los intereses de la compañía, que exige resultados para unas importantes inversiones, como la editorial que compromete por contrato al escritor a producir una novela en un tiempo determinado. Él es un hombre tranquilo, integrado en la tribu que le ha acogido, y concienciado del desastre ecológico que se avecina por la construcción de una autopista. Y, por si fuera poco, está más cerca de obtener el éxito de lo que sospecharía la exigente y lejana empresa. Obviamente, esta tampoco sale bien parada.
Sí. La industria del medicamento es la mala. Hasta en algunas películas de serie B. En las muchas películas de catástrofes y ciencia ficción que la productora japonesa Toho y el director Ishiro Honda concibieron tras el éxito de su “Godzilla” (1956) hay algún ejemplo. Si en “King Kong” (1976) de John Guillermin, era la ambición del enviado de una empresa petrolera, frustrado por haberse equivocado al elegir cierta isla para perforar quien desataba el desastre, en “King Kong contra Godzilla” (1962), del mencionado Honda, es la del presidente de una compañía farmacéutica la que provocará la catástrofe que anuncia el título.
Siempre nos quedará… la persona.- Pero no todo ha de ser negativo. La industria farmacéutica ha sufrido esa constante cinematográfica que convierte en malas a las instituciones, impersonales y oscuras moles contra las que nada se puede. Lo ha sido la Administración de “El proceso” (1963), estremecedora lectura de Orson Wells del universo de Kafka, hasta “Brazil” (1985) de Tery Gilliam, y lo han sido grandes empresas de todo pelaje: “El síndrome de China” (1979), de James Bridges; “La tapadera” (1993), de Sidney Pollack; “El dilema” (1999), de Michael Mann; “Erin Brockovik” (2000), de Steven Soderbergh… Monstruos como el que citaba el policía de “El fugitivo”.
Pero quedan las personas. Las hay retorcidas y falsas, como el ambicioso patólogo de esta última película. Pero también buenas. Ellas son las que le han puesto cara y ojos a los muros de hormigón. Y también en el caso de las farmacéuticas. Ahí está el protagonista de la mencionada “El dilema”, también basada en un hecho real. El responsable de investigación de una empresa tabaquera descubre que se está manipulando el tabaco para provocar mayor adicción. En su dilema, su intenso conflicto ético sobre si denunciar a la empresa, base de esta compleja y soberbia película, hay un dato muy relevante: antes había pertenecido a una compañía farmacéutica. Tal vez, el hecho de haber trabajado en pro de la salud, pesó también en la decisión final.
Tampoco sale mal parado el ejecutivo que financia la investigación de un remedio para el Alzheimer en “Deep sea blue” (Renny Harlin, 1999). El personaje que interpreta Samuel L. Jackson (“Pulp fiction”, “El protegido”), resulta ser un héroe, quizá más hablador de lo que debiera, pero este, que será víctima del sarcasmo de los guionistas es un hombre íntegro.
Pero quien tal vez pone el rostro más amable de la industria es el viejo científico de “El aceite de la vida”. El anciano al que la empresa presta un pequeño laboratorio en honor a los servicios prestados será el que convierta en realidad el aceite que imaginaron los Odone, los padres del pequeño Lorenzo al que la vida se le iba por momentos. Ese abuelete de bata blanca, que se mueve torpe entre las pipetas, representa bien la investigación paciente, solitaria y dura en pro del alivio del dolor, en pro de la vida.
Francisco J. Fernández
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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