Cuando cualquiera de nosotros quiere comunicar algo (ya sea
en el ámbito del trabajo o de las relaciones personales), es muy frecuente
prestar más atención a lo que queremos comunicar y cómo lo estamos
transmitiendo, que a lo que el destinatario está recibiendo e interpretando. En
el caso de la comunicación que el médico debe mantener con el paciente, esto es
mucho más importante, ya que de ello depende en buena parte el seguimiento del
tratamiento y en consecuencia la recuperación de la salud.
De nada sirve una buena exposición de los hechos, un
discursos excelente, si el destinatario no lo está percibiendo correctamente.
La clave de una buena comunicación no está en el emisor del mensaje, sino en el
destinatario, pero aceptar este planteamiento supone un esfuerzo adicional y,
por supuesto, mucha práctica.
Hay que tener en cuenta que no es tan importante la
información que se quiera transmitir como el modo en que el médico sea capaz de
transmitirla. Esto requiere, entre otras cosas, entusiasmo, convicción y
persuasión y, por supuesto, un ejercicio adicional para ser capaces de
sintetizar y conectar con el paciente, teniendo en cuenta, además, que nunca
hay dos pacientes iguales.
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