En el mes de julio de 1999 tuvo lugar una de las misiones
más arriesgadas en las que se ha hecho llegar un fármaco para salvar la vida de
un paciente. La acción tuvo lugar en el Polo Sur y el fármaco en cuestión fue
el tamoxifeno, el fármaco más ampliamente utilizado en todo el mundo contra el
cáncer de mama, descubierto por Zéneca y comercializado como Nolvadex.
En pleno invierno antártico, una mujer norteamericana de 47
años, que trabajaba en la estación de investigación Amundsen Scott, se detectó
un bulto en el pecho y, tras los contactos por radio con diversos doctores, se
sospechó que se trataba de cáncer de mama.
En esa época del año resulta prácticamente imposible el
aterrizaje en esa zona, por lo que no se podía evacuar a la paciente. No
quedaba más remedio que enviarle de alguna forma la medicación y mantenerse en
contacto periódico con ella hasta que en noviembre fuera posible ir a
recogerla.
Un grupo de apoyo, con base en Christchurch, Nueva Zelanda,
preparó un envío con tamoxifeno, así como un equipo de video-conferencia que
permitiría a los médicos examinar a la paciente a miles de kilómetros de
distancia. Sin embargo la misión resultaba muy arriesgada, toda vez que en esa
época del año la oscuridad era total las 24 horas del día y el avión debía
dejar caer el fármaco a menos de 50 metros de la base, ya que con temperaturas
por debajo de los 60ºC bajo cero, el fármaco –a pesar de su embalaje especial-
se congelaría si tardaban en ir a recogerlo más de cinco minutos.
Tras los últimos contactos por radio, el personal de la
estación de investigación puso dos largas hileras de barriles en llamas para
guiar al avión comercial de las fuerzas aéreas norteamericanas. El avión
sobrevoló a tan solo 200 metros de altura y a una velocidad de 300 kms/h para
dejar caer con éxito la carga. Provistos de sus esquís, tardaron menos de cinco
minutos en recoger y trasladar la carga al interior de la estación.
El estado de la mujer no amenazaba su vida, pero el
medicamento se necesitaba para asegurar que su estado no se deteriorase antes
de poder ser rescatada. Sólo si su salud hubiera empeorado mucho se hubiera
intentado un aterrizaje, pero eso era algo que nunca se ha hecho; hay que tener
en cuenta que a esas temperaturas hasta el aceite de los motores del avión se
congela en pocos minutos si este está parado.
Como declaró el coronel Richard Saburro, quien dirigió la
operación, esta fue “una de nuestras misiones más retadoras en tiempos de paz”.
La historia quedó reflejada en un libro de éxito escrito después por su
protagonista, Jerri Nielsen, bajo el título “La prisión de hielo”.
Esta bonita historia la encontré en una de mis
investigaciones sobre asuntos noticiables sobre la compañía y la divulgué en el
primer número de mi revista “Información al Día”.