A principios de los años 70 tenía gran éxito comercial un
antiinflamatorio denominado DMSO (dimetil-sulfóxido). Su formulación era en
líquido (incoloro de pero de olor bastante desagradable) para aplicación local
y su eficacia era notable, provocando de inmediato una sensación de calor en la
zona afectada y posteriormente calmando el dolor y ayudando a la remisión de la
inflamación; se utilizaba en el campo de la traumatología (golpes, torceduras,
esguinces, etc.). Hasta ahí, todo bien; sin embargo había que tener mucho
cuidado con su aplicación. En primer lugar, era necesario limpiar bien toda la
zona sobre la que se iba a aplicar porque el DMSO no era lo único que penetraba
en la piel para arrastrarlo a la zona afectada e incluso al torrente circulatorio
anexo sino que también arrastraba con él cualquier otra sustancia que lo
acompañase. Si se asociaba con algún otro principio activo, eso constituía una
ventaja, el problema era que el DMSO no hacía distinciones en cuanto a sus
acompañantes, esto es, si la piel afectada estaba manchada de tinta, esa tinta
sería arrastrada al interior del organismo. Por otra parte, que a nadie se le
ocurriese, después de su aplicación, llevarse las manos (si estas habían
entrado en contacto con el líquido) a los ojos o a la boca, porque produciría
una irritación inmediata. No obstante, y a pesar de todo esto, varios
laboratorios farmacéuticos disponían de él y tenía un buen volumen de ventas.
Aunque en aquella época no se era tan estricto como ahora en
cuanto a la seguridad de los medicamentos, sí que se hacían ensayos clínicos
continuos para verificar la eficacia e inocuidad de los fármacos. Así, en uno
de aquellos estudios post-comercialización descubrieron que el citado DMSO
podía producir ceguera. El estudio había sido realizado sobre monos, y más de
un directivo de la industria farmacéutica pensaba que aquello era una
exageración, que posiblemente la causa de que hubiese producido ceguera era
“que hubiesen sumergido a los monos en aquél líquido”. Fuera como fuere, con
exageración o sin ella, el caso es que ese estudio fue la condena para el DMSO:
los laboratorios –unos con mayor celeridad que otros- decidieron retirarlo del
mercado a pesar de todo lo que se vendía, de su eficacia y de que –en humanos-
nunca había producido ese tipo de efectos secundarios, desde luego a ningún
humano se le había ocurrido bañarse en DMSO.
2 comentarios:
La culpa fue de los monos...
jajaja. Para una vez que se bañan y les pasa eso. Por eso no ha vuelto a bañarse ningún mono.
Publicar un comentario