viernes, 9 de noviembre de 2012

El extraño caso del dimetil-sulfóxido


A principios de los años 70 tenía gran éxito comercial un antiinflamatorio denominado DMSO (dimetil-sulfóxido). Su formulación era en líquido (incoloro de pero de olor bastante desagradable) para aplicación local y su eficacia era notable, provocando de inmediato una sensación de calor en la zona afectada y posteriormente calmando el dolor y ayudando a la remisión de la inflamación; se utilizaba en el campo de la traumatología (golpes, torceduras, esguinces, etc.). Hasta ahí, todo bien; sin embargo había que tener mucho cuidado con su aplicación. En primer lugar, era necesario limpiar bien toda la zona sobre la que se iba a aplicar porque el DMSO no era lo único que penetraba en la piel para arrastrarlo a la zona afectada e incluso al torrente circulatorio anexo sino que también arrastraba con él cualquier otra sustancia que lo acompañase. Si se asociaba con algún otro principio activo, eso constituía una ventaja, el problema era que el DMSO no hacía distinciones en cuanto a sus acompañantes, esto es, si la piel afectada estaba manchada de tinta, esa tinta sería arrastrada al interior del organismo. Por otra parte, que a nadie se le ocurriese, después de su aplicación, llevarse las manos (si estas habían entrado en contacto con el líquido) a los ojos o a la boca, porque produciría una irritación inmediata. No obstante, y a pesar de todo esto, varios laboratorios farmacéuticos disponían de él y tenía un buen volumen de ventas.

Aunque en aquella época no se era tan estricto como ahora en cuanto a la seguridad de los medicamentos, sí que se hacían ensayos clínicos continuos para verificar la eficacia e inocuidad de los fármacos. Así, en uno de aquellos estudios post-comercialización descubrieron que el citado DMSO podía producir ceguera. El estudio había sido realizado sobre monos, y más de un directivo de la industria farmacéutica pensaba que aquello era una exageración, que posiblemente la causa de que hubiese producido ceguera era “que hubiesen sumergido a los monos en aquél líquido”. Fuera como fuere, con exageración o sin ella, el caso es que ese estudio fue la condena para el DMSO: los laboratorios –unos con mayor celeridad que otros- decidieron retirarlo del mercado a pesar de todo lo que se vendía, de su eficacia y de que –en humanos- nunca había producido ese tipo de efectos secundarios, desde luego a ningún humano se le había ocurrido bañarse en DMSO.

2 comentarios:

Ana dijo...

La culpa fue de los monos...

Vicente Fisac dijo...

jajaja. Para una vez que se bañan y les pasa eso. Por eso no ha vuelto a bañarse ningún mono.