(AZprensa) Cuando un grupo de 10 grandes laboratorios
farmacéuticos decidió unirse en un proyecto para identificar y cartografiar el
genoma humano, su ejemplo fue seguido por otras compañías e instituciones que
decidieron igualmente sumarse a dicha iniciativa. Así, por ejemplo, unos de los
primeros en unirse fueron Motorola y el Wellcome Trust, del Reino Unido,
incrementando los recursos aportados por los diez socios fundadores:
AstraZéneca, Bayer, Bristol Myers Squibb, Hoffman La Roche, Glaxo Wellcome,
Hoechst Marion Russel, Novartis, Pfizer, Searle y Smith Kline Beecham).
Los investigadores de este proyecto utilizaron material genético
de individuos de distintas etnias para encontrar esas pequeñas variaciones
genéticas que, a medida que iban siendo descubiertas, se introducían en una
base de datos pública gestionada por el Cold Spring Harbor Laboratory, un
centro del que han salido varios premios Nobel. En apenas unos meses de trabajo
consiguieron identificar más de 41.000 “snips” (polimorfismos de un solo
nucleótido), que son algo así como tres millones de letras de un gran libro
cada uno de ellos.
Todo el trabajo de identificación se llevó a cabo en el
Instituto Whitehead y la Universidad de Washington, en Estados Unidos, junto
con el Centro Sanger, del Reino Unido.
Lo más importante, y no siempre debidamente
divulgado a la opinión pública, fue que todos los socios de este proyecto se
comprometieron desde el principio a no patentar las secuencias genéticas
descubiertas –que serían de dominio público, aunque eso sí –ya que se trata de
empresas comerciales, no de ONGs- sí podrían hacerlo a partir de cualquier
información biológica que surgiese a raíz de esos descubrimientos.
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