(AZprensa) El
enriquecimiento ilícito de los políticos es directamente proporcional al
empobrecimiento de la Sanidad pública. Como muestra basta un botón o, en este
caso, una visita a uno de sus Ambulatorios. Veamos una historia real:
Es lógico que las personas
nos hagamos análisis de forma periódica. Así sucedió en el caso del
protagonista de esta historia. La última vez que se había hecho un análisis
había sido más de dos años atrás, por lo que parecía conveniente acudir al
médico para que este le mandase un nuevo análisis. Nuestro protagonista
recordaba que aquella última vez la doctora que le atendió le mandó un análisis
completo de sangre y orina, incluyendo (puesto que se trataba de un varón de
avanzada edad) la prueba del PSA.
La primera sorpresa vino
cuando la nueva doctora, a la hora de conocer el deseo del paciente por hacerse
unos nuevos análisis, le preguntó si tenía algún síntoma que hiciese sospechar
cualquier problema relacionado con la próstata. Pero -como en la misma visita
reconoció la doctora- su interés no venía motivado por conocer el estado de
salud del paciente sino por ahorrarse la prueba del PSA. Nuestro protagonista
no presentaba ninguno de esos síntomas, así que no le mandó la citada prueba,
como tampoco le mandó análisis de orina (“ya veré por el análisis de sangre
cómo funciona el riñón”, le dijo textualmente).
Sin duda debió quedar
satisfecha al ver cómo su paciente salía con el análisis que le había pedido y
ella acababa de ahorrar a la Sanidad pública un análisis de orina y una prueba
de PSA. Y es que los presupuestos son limitados y los profesionales sanitarios
se ven obligados a recortar y recortar para que nuestros Gobernantes puedan
llevarse el dinero a paraísos fiscales.
Pero llegó el día del
análisis de sangre y aquí vino la segunda sorpresa. En honor a la verdad hay
que decir que las enfermeras se mostraron en todo momento atentas y amables con
los pacientes y, desde un punto de vista profesional, hay que decir que a
nuestro protagonista le hicieron una extracción magistral, totalmente indolora
y sin dejar después ningún tipo de marca. Ahora bien, una cosa es el trabajo
profesional de las enfermeras y otra cosa bien distinta son sus condiciones de
trabajo. Una vez extraída la sangre le colocó un apósito sobre el lugar del
pinchazo indicándole que lo presionara durante un minuto. Así lo hizo y cuando
sesenta segundos después lo retiró pudo comprobar con asombro que aquél “apósito”
no era ningún algodón, ni ninguna gasa, ni ninguna tirita... era pura y
llanamente: un trozo de papel. Es justo reconocer que la sustitución de muchos
miles de trocitos de algodón por trozos de papel puede traducirse en un maletín
lleno de billetes camino de Suiza en manos de alguno de nuestros políticos.
Ya para terminar este
relato, contaremos la última anécdota de aquél día, aunque en este caso no sean
culpables nuestros políticos sino los propios ciudadanos que -aparte de votar a
los de siempre- han obligado a las enfermeras de ese Ambulatorio (no sabemos si
también a las de alguno más) a poner un cartel en la puerta de la sala de
extracciones. Dicho cartel, con sello oficial del citado Ambulatorio, decía
textualmente: “Los frascos de orina deben traerse con su tapa”. (Aún no se me
ha pasado el estupor por lo que no puedo hacer más comentarios al respecto).
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