domingo, 15 de marzo de 2015

Historias de Ambulatorio

(AZprensa) El enriquecimiento ilícito de los políticos es directamente proporcional al empobrecimiento de la Sanidad pública. Como muestra basta un botón o, en este caso, una visita a uno de sus Ambulatorios. Veamos una historia real:

Es lógico que las personas nos hagamos análisis de forma periódica. Así sucedió en el caso del protagonista de esta historia. La última vez que se había hecho un análisis había sido más de dos años atrás, por lo que parecía conveniente acudir al médico para que este le mandase un nuevo análisis. Nuestro protagonista recordaba que aquella última vez la doctora que le atendió le mandó un análisis completo de sangre y orina, incluyendo (puesto que se trataba de un varón de avanzada edad) la prueba del PSA.

La primera sorpresa vino cuando la nueva doctora, a la hora de conocer el deseo del paciente por hacerse unos nuevos análisis, le preguntó si tenía algún síntoma que hiciese sospechar cualquier problema relacionado con la próstata. Pero -como en la misma visita reconoció la doctora- su interés no venía motivado por conocer el estado de salud del paciente sino por ahorrarse la prueba del PSA. Nuestro protagonista no presentaba ninguno de esos síntomas, así que no le mandó la citada prueba, como tampoco le mandó análisis de orina (“ya veré por el análisis de sangre cómo funciona el riñón”, le dijo textualmente).

Sin duda debió quedar satisfecha al ver cómo su paciente salía con el análisis que le había pedido y ella acababa de ahorrar a la Sanidad pública un análisis de orina y una prueba de PSA. Y es que los presupuestos son limitados y los profesionales sanitarios se ven obligados a recortar y recortar para que nuestros Gobernantes puedan llevarse el dinero a paraísos fiscales.

Pero llegó el día del análisis de sangre y aquí vino la segunda sorpresa. En honor a la verdad hay que decir que las enfermeras se mostraron en todo momento atentas y amables con los pacientes y, desde un punto de vista profesional, hay que decir que a nuestro protagonista le hicieron una extracción magistral, totalmente indolora y sin dejar después ningún tipo de marca. Ahora bien, una cosa es el trabajo profesional de las enfermeras y otra cosa bien distinta son sus condiciones de trabajo. Una vez extraída la sangre le colocó un apósito sobre el lugar del pinchazo indicándole que lo presionara durante un minuto. Así lo hizo y cuando sesenta segundos después lo retiró pudo comprobar con asombro que aquél “apósito” no era ningún algodón, ni ninguna gasa, ni ninguna tirita... era pura y llanamente: un trozo de papel. Es justo reconocer que la sustitución de muchos miles de trocitos de algodón por trozos de papel puede traducirse en un maletín lleno de billetes camino de Suiza en manos de alguno de nuestros políticos.

Ya para terminar este relato, contaremos la última anécdota de aquél día, aunque en este caso no sean culpables nuestros políticos sino los propios ciudadanos que -aparte de votar a los de siempre- han obligado a las enfermeras de ese Ambulatorio (no sabemos si también a las de alguno más) a poner un cartel en la puerta de la sala de extracciones. Dicho cartel, con sello oficial del citado Ambulatorio, decía textualmente: “Los frascos de orina deben traerse con su tapa”. (Aún no se me ha pasado el estupor por lo que no puedo hacer más comentarios al respecto).

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