(AZprensa, Editorial) Estamos tan acostumbrados a verlo que
nos parece normal. Llega la hora de comenzar la reunión (rueda de prensa,
congreso, curso, celebración, etc.) y el organizador se dirige a los allí
presentes y les dice “vamos a esperar cinco minutos de cortesía”. ¿Cortesía?
¿Para quién? Resulta que allí están presentes muchas personas que han llegado
de forma puntual pero como hay otros que se retrasan resulta que “lo cortés” es
esperar a los descorteses. Esto es algo que nunca he entendido. ¿Por qué hay
que ser descortés con todos aquellos que han acudido puntuales a la cita y por
qué se les obliga a que también ellos sean corteses con los que se retrasan?
Esos cinco minutos que se hace esperar a los asistentes para
dar tiempo a que lleguen los retrasados no son minutos de cortesía sino de
grosería, una grosería para quienes muestran respeto hacia los demás. Incluso
se da el caso de que al cabo de esos cinco minutos de espera no ha llegado ningún
otro asistente y entonces el organizador, apenado porque no se le llena la
sala, no tiene más remedio que decir “bueno, vamos a empezar”. Incluso se da el
caso –muy frecuente- que esos cinco minutos no son cinco sino diez o incluso
quince. Sí, lo he visto, lo he vivido, lo he padecido en multitud de ocasiones
a lo largo de mi vida y seguro que vosotros también. Incluso he observado la
cara de cabreo de quienes llevaban diez o quince minutos de espera que hubieran
podido emplear en otras cosas más productivas que en esa espera a los
impuntuales. E incluso he presenciado conatos de rebelión, de levantarse para
marcharse en vista de que aquello no comenzaba a la hora anunciada, mientras el
organizador se acercaba a ellos disculpándose y diciéndoles “enseguida comenzamos”.
Pero ese “enseguida” es algo que no tiene una duración definida, es muy relativo.
En el otro extremo, he asistido a numerosas reuniones en el
Reino Unido, en Suecia, en Bélgica, en Dinamarca... y siempre se comenzaba a la
hora en punto fijada. Allí las 12 –por ejemplo- son las 12 o como mucho las 12
y dos segundos; no son las 12 y diez. Allí, unos minutos antes de la hora
fijada ya está todo el mundo perfectamente colocado en sus asientos y
dispuestos a atender a dicha reunión. Y allí, comienza la reunión y nadie más
entra después, porque todos los que tenían que ir han llegado a su hora.
Volviendo de nuevo aquí, no sólo hay que esperar a los que
llegan tarde, sino que los hay que llegan más tarde aún y con su goteo
interminable durante el transcurso de la reunión van molestando a todos los
asistentes. ¿Por qué se permite esto? ¿Por qué se tolera como una cosa normal?
Sólo me caben dos explicaciones posibles. La primera porque los organizadores
lo único que quieren es darse un baño de masas y cuanto más llena esté la sala
más engorda su ego, por eso putean a los que han llegado puntuales y desbordan
de alegría cada vez que va llegando un rezagado. La segunda, por una falta de
educación, por una mala educación recibida, ya que desde pequeños se nos ha
enseñado a despreciar a la gente honesta y cumplidora, y a rendir alabanza a los
descorteses que, si han llegado tarde, ha sido porque tenían muchas cosas
importantes que hacer y debemos estarles agradecidos porque haciendo un hueco
en su apretada agenda nos hayan honrado con su presencia.
Lo dicho. ¿Habrá alguien capaz de decir “vamos a empezar” a
la hora previamente anunciada?
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