Cuando escribamos nuestros
mensajes debemos acostumbrarnos a sentarnos al otro lado de la mesa (en sentido
figurado). Me refiero al hecho de ponerse en el lugar del lector, de nuestro
destinatario. Hay que hablar en su lenguaje, exponer las cosas de tal manera
que le resulten atractivas, que sean interesantes para él. Lo normal, por
desgracia, es escribir pensando en lo que le gustaría a nuestro jefe y no en lo
que de verdad le interesa al lector. “¿Pero cómo no vas a decir eso, con lo
importante que es?”, te dirán en algunas ocasiones. Pues porque eso es
importante para ti, pero no para nuestro destinatario, él está más interesado
en otros aspectos. Y entre esos aspectos juega un papel importante el factor
emocional. Las personas nos movemos por emociones no por sesudos razonamientos;
es más, aunque razonemos, al final las decisiones se toman más por los
sentimientos. Somos humanos, simplemente es eso. Y de ahí que sea tan
importante conectar con ese otro ser humano que va a recibir nuestro mensaje.
Hay que hacerle ver que estamos con él, que hablamos su mismo idioma, que
conocemos y comprendemos sus deseos y necesidades, y de esa forma –en un
diálogo entre iguales- hacerle llegar nuestro mensaje.
Lo que importa siempre no es una
comunicación académica perfecta, un mensaje ortodoxamente elaborado, sino el
resultado que se persigue con dicha comunicación. Es cierto, sorprende muchas
veces cómo una comunicación que ha obviado infinidad de aspectos técnicos, de
detalles importantes, etc., consigue sin embargo “llegar” al público y que éste
la acepte y la haga suya. Se trata de cercanía, ni más ni menos, tanto en
el lenguaje como en la forma de sentir e interpretar cuanto nos rodea; si no
nos hacemos iguales a nuestros destinatarios no podremos conectar con éxito con
ellos.
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