(AZprensa) Todos
sabemos que la motivación es una poderosa herramienta, que los empleados
motivados trabajan más y consiguen mejores resultados. Y por eso no es de
extrañar que los directivos encarguen (bien a sus responsables de RRHH o de
Ventas) que organicen de vez en cuando acciones para motivar a sus empleados.
Recibida esta orden, bien por ellos mismos o contratando los correspondientes
servicios externos, se pone en marcha una campaña de motivación. Normalmente,
si esta ha sido desarrollada por profesionales externos, empresas
especializadas que las hay y muy buenas, se ofrecerá a la compañía alguna idea
brillante para llevarla a cabo y tras la negociación que proceda se pondrá en
marcha. Sin embrago ¿habrá algo más allá del espectáculo? ¿Se obtendrán los
resultados que se perseguían? ¿De verdad los empleados se habrán sentido
motivados por esta acción o simplemente aceptaron “por imperativo legal” ese
estúpido juego? Algo falla entonces, ¿qué es? Y la respuesta puede estar en los
propios directivos que encargaron esa campaña, unos directivos que olvidaron
algunas de las reglas básicas que toda motivación de personas debe tener. Por
eso digo que, a veces, la motivación es un gigante con pies de barro, porque
por muy buena que sea la idea y la forma de llevarla a cabo, si falla lo
esencial no obtendremos resultados e incluso estos podrán volverse en contra
nuestra.
Abrir
la puerta
La
primera regla que debe tener todo directivo (sea presidente o cualquier otro
mando) es que su puerta debe estar siempre abierta para recibir a cualquier
empleado y, por supuesto, a sus subordinados. Pocas cosas hay que desmotiven
más que la inaccesibilidad. Un directivo inaccesible, que nunca encuentra
tiempo para atender a sus empleados o a cualquier otro empleado “de rango
inferior” es un enemigo declarado de la motivación, por mucho dinero que se
gaste luego en empresas que le monten las mejores campañas de motivación. Estas
siempre fracasarán si los “mandos” viven aislados de la “tropa” y no se
relacionan con ella o cuando lo hacen es una única dirección: “haz esto”.
Escuchar
Pero
no basta con abrir la puerta, hay que escuchar (recuerda que “escuchar” es
diferente de “oír”) y comprender qué te están diciendo los empleados, cuáles
son sus ideas, proyectos, sugerencias, quejas, aportaciones… No te creas que lo
sabes todo, cualquiera de tus empleados puede tener una idea brillante o
simplemente “útil”. Cuando se escucha a la gente, esta se vuelve más
participativa, más integrada… algo tan sencillo y barato como escuchar es una
eficaz herramienta de motivación y tiene un efecto dominó en el resto de la
empresa, porque el empleado al que se escucha trasladará esa sensación de
satisfacción a todos sus compañeros.
Considerar
Claro
que las cosas hay que hacerlas de verdad; no basta con escuchar sin más, como
diciendo, “venga suelta el rollo y lárgate que tengo cosas más importantes que
atenderte a ti”. Hay que escuchar lo que nos dicen, por supuesto, pero también
comprender sus razones, pedir cuantas aclaraciones sean necesarias para poder
valorar en su justa medida todo lo que nos dicen. Pero considerar no es sinónimo
de conceder. De todo cuanto nos digan habrá algunas cosas que encontremos
razonables y otras que no. Lo verdaderamente importante es tener el suficiente
conocimiento de causa para considerar lo que nos dicen y en base a ello tomar
las decisiones más justas y más convenientes para la empresa y, por
consiguiente, para todos, porque la empresa no es un ente abstracto sino que es
el conjunto de los empleados –de todos los empleados sin excepciones- que la
forman.
Explicar
Hasta
ahora nos hemos abierto y hemos recibido un rico caudal de información que
antes ignorábamos por el simple hecho de nuestra prepotencia, de nuestra
política de puertas cerradas, de “yo lo digo y tú te callas”. Ahora viene la
parte participativa, y el directivo tiene que trasladar al empleado sus
opiniones. Sin embargo ahora lo hará de una forma diferente: (1º) Tendrá ante
sí a un empleado receptivo y motivado, porque sabe que lo han escuchado. (2º)
El directivo tendrá conocimiento de causa (de la causa de los dos lados) para
evaluar la situación y explicar en base a todos los puntos de vista, cuál es su
decisión y por qué.
Delegar
Una
persona con capacidad de autonomía, capaz de tomar decisiones –en su nivel de
responsabilidad, por supuesto- presta un mejor servicio a la empresa que otra
que se limite –como un robot- a seguir el dictado. La delegación es también una
potente herramienta de motivación y permite sacar de cada empleado lo mejor de
sí mismo. Pero la delegación exige conocer al empleado y saber cuáles son sus
puntos fuertes para que su área de toma de decisiones se focalice en tales
aptitudes. Una vez tomada la decisión por el directivo, debe hacer partícipe de
la misma a sus empleados, y en esa participación cada uno de ellos será
protagonista, agente activo y motivado, que contribuirá con su saber hacer y
con su esfuerzo a lograr el resultado colectivo.
Recompensar
Finalmente,
toda campaña de motivación que se precie debe tener una recompensa. La
motivación es algo que debe ser permanente en la empresa, pero en ocasiones es
necesario pedir un plus, un poquito más (lanzamiento de un producto, compensar
una bajada de precios o de pérdida de una patente, etc.). En estas ocasiones
puntuales, en que se pide más de lo habitual, debe existir también una
recompensa extra. Y esa recompensa puede ser dinero, pero no siempre el dinero
es imprescindible. Podemos estar hablando de un viaje (individual o para todo
el equipo), de una mejora en la empresa de la que se beneficiarán los
empleados, de cualquier tipo de regalo (que antes se haya testado satisface a
sus posibles destinatarios), etc. Sobre todo ello, y siempre, deberá estar
presente el “reconocimiento” (público y privado), siempre sincero, a los
empleados que han brindado su esfuerzo.
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