(AZprensa)
Hace ya muchos años yo fui torero. Mi carrera fue de éxito (puesto que no llegó
a pillarme el toro) y muy rápida (salí corriendo de la plaza a toda velocidad).
Mi valor, inconmensurable, si no, véase la enorme longitud de mi brazo y esa
cara de fiereza ante la bestia. Os aseguro que si el brazo está tan estirado es
porque no podía estirarlo más. Lo malo fue que ese toro no se había enamorado
de la Luna (porque era de día) y se encaprichó conmigo, así que tuve que poner pies
en polvorosa.
Por
si tenéis interés en conocer cómo acabó la faena, debo reconocer que no me
dieron la oreja, y es una pena porque me hubiera venido muy bien ahora que
estoy un poco sordo.
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