(AZprensa) La primera edición de los Juegos Olímpicos consistió tan
solo en una carrera de velocidad sobre una distancia de 192,27 metros cuyo
vencedor fue Coroebo, de Élide, y su nombre grabado figura desde entonces en el
estadio. La tendencia fue la de ir introduciendo cada vez carreras más largas, así
como ir introduciendo cada vez mayor número de pruebas atléticas diferentes,
aunque no siempre se repetían las mismas de una edición a otra.
Unos Juegos Olímpicos podía durar podían hasta seis días y no sólo
constaban de competiciones deportivas sino que también se incluían
representaciones artísticas, certámenes musicales y... ¡concursos de poesía!
La deportividad estaba a la orden del día y el reglamento era muy
estricto, estableciendo la prohibición de cualquier intento de soborno, empujar
al adversario salvo en las pruebas en donde estuviese permitido, o expresar
públicamente el desacuerdo con alguna medida tomada por los jueces de los
Juegos.
Desde sus orígenes y hasta hace 2.600 años, las competiciones eran
“deportivas” incluso en el caso de la lucha, ya que la misma exigía fuerza,
técnica y habilidad puesto que consistía en lanzar al adversario tres veces al
suelo para proclamarse vencedor del combate. No había entonces ni sangre ni
muerte, ya que esa degeneración vino después y se extendió y popularizó mucho
después con el imperio romano. Quizás los precursores de aquellas salvajes
prácticas fueran, primero el Pugilato (en donde se golpeaban unos a otros con
los puños sin ningún tipo de reglas) y después el Pankration (auténtica lucha a
muerte).
Por desgracia duró poco aquella moda de las competiciones poéticas; de
haberse mantenido en el tiempo quizás el mundo actual hubiera sido mejor.
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