(AZprensa) En julio de 1999, las excavadoras silenciaron
uno de los iconos más singulares de la arquitectura moderna española: el
edificio de los Laboratorios Jorba, conocido como La Pagoda, diseñado por el
arquitecto manchego Miguel Fisac. Ubicado en la calle Josefa Valcárcel, junto a
la A-2, este edificio, construido en 1965, era mucho más que una sede
empresarial; era un hito que combinaba innovación técnica, estética
vanguardista y un impacto cultural que lo convirtió en parte del imaginario
madrileño. Su demolición, calificada por los medios como "terrorismo
cultural", desató una ola de protestas y abrió un debate que aún resuena:
¿por qué se permitió la destrucción de una obra de tal valor? Vamos a indagar
en este artículo en los motivos detrás del derribo, explorando la confluencia
de negligencia administrativa, especulación inmobiliaria y las controvertidas
acusaciones de Fisac sobre intereses oscuros ligados al Opus Dei.
La Pagoda: un símbolo de la modernidad
La Pagoda, diseñada para los Laboratorios Jorba, era una
obra maestra del brutalismo expresionista. Su torre, el elemento más icónico,
constaba de plantas cuadradas giradas 45 grados una respecto a la otra, unidas
por hiperboloides de hormigón que le conferían una silueta sinuosa
reminiscentes de las pagodas asiáticas, de ahí su nombre popular. Este diseño
no solo respondía a la petición del cliente, José María Jorba, de crear un edificio
que sirviera como reclamo publicitario desde la carretera, sino que demostraba
el dominio de Fisac sobre el hormigón y su capacidad para innovar con formas
estructurales, como sus célebres "vigas hueso". La Pagoda no era solo
funcional; albergaba oficinas, una biblioteca y naves de producción
optimizadas, y su impacto trascendió lo local, siendo incluida en 1979 en la
exposición Transformations in Modern Architecture del MoMA de Nueva York, junto
a proyectos de Ricardo Bofill y Lluís Clotet.
Durante más de tres décadas, La Pagoda fue un emblema de
Madrid, visible desde la entonces Nacional II, y querida por los madrileños,
que la percibían como un símbolo de modernidad. Sin embargo, en 1999, este
edificio, que podría haberse adaptado a la normativa actual con ciertas
reformas, fue reducido a escombros, dejando un vacío en el patrimonio
arquitectónico de la ciudad.
Los motivos oficiales: especulación inmobiliaria y
negligencia administrativa
La explicación más comúnmente aceptada para el derribo de
La Pagoda apunta a una combinación de especulación inmobiliaria y una gestión
administrativa deficiente. En 1997, el Ayuntamiento de Madrid, bajo el mando de
José María Álvarez del Manzano, elaboró un nuevo Plan General de Ordenación
Urbana que incluía un catálogo de edificios protegidos.
Sorprendentemente, La
Pagoda fue excluida de esta lista, a pesar de su relevancia arquitectónica.
Según el entonces gerente municipal de Urbanismo, Luis Armada, el edificio no
fue considerado de suficiente valor por ser una construcción moderna e
industrial, y se argumentó que su diseño era "funcionalmente
incorrecto".
Esta exclusión resultó crucial. En 1999, el Grupo Lar,
los nuevos propietarios de la parcela, solicitaron una licencia de demolición,
amparados en que el edificio no estaba protegido. Su objetivo era claro:
maximizar la edificabilidad del solar, que no estaba agotada por la estructura
original. En una época marcada por la fiebre del ladrillo, derribar La Pagoda
para construir un edificio de oficinas más grande y rentable, como el actual
Merrimack IV, era una decisión económicamente lógica para los promotores.
La negligencia administrativa se agravó por
irregularidades en el proceso de aprobación de la licencia de demolición. Según
algunas fuentes, la votación en la Junta de Distrito de San Blas, que autorizó
el derribo en mayo de 1999, estuvo rodeada de confusión. Luis Armada afirmó que
fue unánime, pero cuatro de los siete vocales lo desmintieron, y las fechas de
las actas y la aprobación de la licencia presentaban inconsistencias. Además,
aunque la Ley de Patrimonio Histórico de Madrid (Ley 10/1998) ya estaba en
vigor, no se aplicó para proteger La Pagoda, lo que refleja una falta de
sensibilidad hacia el patrimonio arquitectónico contemporáneo.
La teoría de Fisac: un ataque personal del Opus Dei
Miguel Fisac, que tenía 86 años en el momento del
derribo, ofreció una explicación más polémica: la demolición fue un ataque
personal orquestado por el Opus Dei, institución de la que fue miembro numerario
entre 1936 y 1955. Fisac, quien había roto con la organización tras
discrepancias teológicas y personales, afirmó que el Ayuntamiento, influido por
el Opus Dei, facilitó la destrucción de su obra como represalia. Según él, esta
"secta" buscaba dañar su imagen como arquitecto, especialmente porque
La Pagoda era uno de sus proyectos más emblemáticos.
Fisac respaldó su teoría con detalles. Señaló que José
María Jorba, el propietario original, le había informado meses antes de la
venta del edificio, y que los nuevos propietarios (Grupo Lar) le aseguraron que
no tenían intención de demolerlo. Sin embargo, el interés del Ayuntamiento por
autorizar el derribo, según Fisac, cambió el rumbo. La relación de Fisac con el
Opus Dei había sido intensa, pero tras su salida en 1955, sus encargos para
construir iglesias, muchos de ellos ligados al Opus Dei, disminuyeron
drásticamente, lo que alimentó su percepción de una venganza institucional.
Algunos arquitectos, como Javier Carvajal, negaron que el
derribo tuviera un trasfondo personal, atribuyéndolo más bien a "una
cuestión de dinero" y a la ceguera de las ordenanzas urbanísticas. Otros,
como Miguel Lasso, de la Fundación Arquitectura COAM, consideran que la
especulación inmobiliaria y la miopía administrativa son explicaciones más
plausibles que una conspiración religiosa.
En cualquier caso, la pregunta que siempre surge es esta:
“¿Podría haberse salvado La Pagoda?”. La tragedia de La Pagoda radica en que su
destrucción no era inevitable. Expertos como Amparo Berrinches, presidenta de
la asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio, han señalado que el edificio
podría haberse adaptado a la normativa actual en materia de seguridad,
accesibilidad y sostenibilidad con una inversión razonable. Su estructura,
aunque diseñada en los años 60, era funcional, y su valor cultural y
arquitectónico justificaba su conservación. La exclusión del catálogo de
protección y la falta de voluntad política para intervenir sellaron su destino.
Las protestas de arquitectos, como Juan Navarro Baldeweg,
Emilio Tuñón y el decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, Fernando Chueca,
junto con ciudadanos que se concentraron frente al edificio, no lograron
detener las excavadoras. El Ayuntamiento, en un intento tardío de mitigar el
escándalo, propuso a Fisac reconstruir La Pagoda en otro lugar, a lo que el
arquitecto respondió con un contundente: "Me parece una tomadura de
pelo". Para Fisac, la esencia de la obra estaba ligada a su ubicación y
contexto original.
El derribo de La Pagoda no solo privó a Madrid de una
joya arquitectónica, sino que puso en evidencia las carencias en la protección
del patrimonio moderno en España. Mientras que edificios históricos como
iglesias románicas o palacios renacentistas suelen recibir protección automática,
las obras contemporáneas, como La Pagoda, a menudo son subvaloradas hasta que ya
es demasiado tarde.
Hoy, el solar donde se alzaba La Pagoda está ocupado por
un anodino edificio de oficinas, el Merrimack IV, que carece del valor cultural
de su predecesor. La pérdida de La Pagoda es un recordatorio de cómo los
intereses económicos y la falta de visión pueden prevalecer sobre el valor
cultural. Ya sea por la especulación inmobiliaria, la negligencia administrativa
o, como sugirió Fisac, motivos más oscuros, su desaparición sigue siendo un
símbolo de una época en la que el "progreso" económico justificaba
sacrificios irreparables. La pregunta persiste: ¿aprenderá Madrid a proteger su
patrimonio contemporáneo, o seguirá perdiendo sus iconos modernos?
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Diccionario Daimieleño – Español”: https://www.amazon.es/dp/B086Y38BL9
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1 comentario:
Ya contesto yo a tu última pregunta: no.
En Madrid (y en general en casi toda España) tenemos un problema con la conservación del patrimonio arquitectónico, que está completamente supeditado al valor inmobiliario del solar. Por desgracia, la Pagoda ni es ni será un caso aislado. Luego vamos a otros países y nos maravillamos de los cascos históricos de sus ciudades, que han sobrevivido incluso a guerras mundiales.
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