martes, 29 de julio de 2025

Terrorismo cultural: El derribo de La Pagoda

(AZprensa) En julio de 1999, las excavadoras silenciaron uno de los iconos más singulares de la arquitectura moderna española: el edificio de los Laboratorios Jorba, conocido como La Pagoda, diseñado por el arquitecto manchego Miguel Fisac. Ubicado en la calle Josefa Valcárcel, junto a la A-2, este edificio, construido en 1965, era mucho más que una sede empresarial; era un hito que combinaba innovación técnica, estética vanguardista y un impacto cultural que lo convirtió en parte del imaginario madrileño. Su demolición, calificada por los medios como "terrorismo cultural", desató una ola de protestas y abrió un debate que aún resuena: ¿por qué se permitió la destrucción de una obra de tal valor? Vamos a indagar en este artículo en los motivos detrás del derribo, explorando la confluencia de negligencia administrativa, especulación inmobiliaria y las controvertidas acusaciones de Fisac sobre intereses oscuros ligados al Opus Dei.
 
La Pagoda: un símbolo de la modernidad
 
La Pagoda, diseñada para los Laboratorios Jorba, era una obra maestra del brutalismo expresionista. Su torre, el elemento más icónico, constaba de plantas cuadradas giradas 45 grados una respecto a la otra, unidas por hiperboloides de hormigón que le conferían una silueta sinuosa reminiscentes de las pagodas asiáticas, de ahí su nombre popular. Este diseño no solo respondía a la petición del cliente, José María Jorba, de crear un edificio que sirviera como reclamo publicitario desde la carretera, sino que demostraba el dominio de Fisac sobre el hormigón y su capacidad para innovar con formas estructurales, como sus célebres "vigas hueso". La Pagoda no era solo funcional; albergaba oficinas, una biblioteca y naves de producción optimizadas, y su impacto trascendió lo local, siendo incluida en 1979 en la exposición Transformations in Modern Architecture del MoMA de Nueva York, junto a proyectos de Ricardo Bofill y Lluís Clotet.

Durante más de tres décadas, La Pagoda fue un emblema de Madrid, visible desde la entonces Nacional II, y querida por los madrileños, que la percibían como un símbolo de modernidad. Sin embargo, en 1999, este edificio, que podría haberse adaptado a la normativa actual con ciertas reformas, fue reducido a escombros, dejando un vacío en el patrimonio arquitectónico de la ciudad.
 
Los motivos oficiales: especulación inmobiliaria y negligencia administrativa

 
La explicación más comúnmente aceptada para el derribo de La Pagoda apunta a una combinación de especulación inmobiliaria y una gestión administrativa deficiente. En 1997, el Ayuntamiento de Madrid, bajo el mando de José María Álvarez del Manzano, elaboró un nuevo Plan General de Ordenación Urbana que incluía un catálogo de edificios protegidos. 

Sorprendentemente, La Pagoda fue excluida de esta lista, a pesar de su relevancia arquitectónica. Según el entonces gerente municipal de Urbanismo, Luis Armada, el edificio no fue considerado de suficiente valor por ser una construcción moderna e industrial, y se argumentó que su diseño era "funcionalmente incorrecto".

Esta exclusión resultó crucial. En 1999, el Grupo Lar, los nuevos propietarios de la parcela, solicitaron una licencia de demolición, amparados en que el edificio no estaba protegido. Su objetivo era claro: maximizar la edificabilidad del solar, que no estaba agotada por la estructura original. En una época marcada por la fiebre del ladrillo, derribar La Pagoda para construir un edificio de oficinas más grande y rentable, como el actual Merrimack IV, era una decisión económicamente lógica para los promotores.

La negligencia administrativa se agravó por irregularidades en el proceso de aprobación de la licencia de demolición. Según algunas fuentes, la votación en la Junta de Distrito de San Blas, que autorizó el derribo en mayo de 1999, estuvo rodeada de confusión. Luis Armada afirmó que fue unánime, pero cuatro de los siete vocales lo desmintieron, y las fechas de las actas y la aprobación de la licencia presentaban inconsistencias. Además, aunque la Ley de Patrimonio Histórico de Madrid (Ley 10/1998) ya estaba en vigor, no se aplicó para proteger La Pagoda, lo que refleja una falta de sensibilidad hacia el patrimonio arquitectónico contemporáneo.

La teoría de Fisac: un ataque personal del Opus Dei
 
Miguel Fisac, que tenía 86 años en el momento del derribo, ofreció una explicación más polémica: la demolición fue un ataque personal orquestado por el Opus Dei, institución de la que fue miembro numerario entre 1936 y 1955. Fisac, quien había roto con la organización tras discrepancias teológicas y personales, afirmó que el Ayuntamiento, influido por el Opus Dei, facilitó la destrucción de su obra como represalia. Según él, esta "secta" buscaba dañar su imagen como arquitecto, especialmente porque La Pagoda era uno de sus proyectos más emblemáticos.

Fisac respaldó su teoría con detalles. Señaló que José María Jorba, el propietario original, le había informado meses antes de la venta del edificio, y que los nuevos propietarios (Grupo Lar) le aseguraron que no tenían intención de demolerlo. Sin embargo, el interés del Ayuntamiento por autorizar el derribo, según Fisac, cambió el rumbo. La relación de Fisac con el Opus Dei había sido intensa, pero tras su salida en 1955, sus encargos para construir iglesias, muchos de ellos ligados al Opus Dei, disminuyeron drásticamente, lo que alimentó su percepción de una venganza institucional.

Algunos arquitectos, como Javier Carvajal, negaron que el derribo tuviera un trasfondo personal, atribuyéndolo más bien a "una cuestión de dinero" y a la ceguera de las ordenanzas urbanísticas. Otros, como Miguel Lasso, de la Fundación Arquitectura COAM, consideran que la especulación inmobiliaria y la miopía administrativa son explicaciones más plausibles que una conspiración religiosa.

En cualquier caso, la pregunta que siempre surge es esta: “¿Podría haberse salvado La Pagoda?”. La tragedia de La Pagoda radica en que su destrucción no era inevitable. Expertos como Amparo Berrinches, presidenta de la asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio, han señalado que el edificio podría haberse adaptado a la normativa actual en materia de seguridad, accesibilidad y sostenibilidad con una inversión razonable. Su estructura, aunque diseñada en los años 60, era funcional, y su valor cultural y arquitectónico justificaba su conservación. La exclusión del catálogo de protección y la falta de voluntad política para intervenir sellaron su destino.

Las protestas de arquitectos, como Juan Navarro Baldeweg, Emilio Tuñón y el decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, Fernando Chueca, junto con ciudadanos que se concentraron frente al edificio, no lograron detener las excavadoras. El Ayuntamiento, en un intento tardío de mitigar el escándalo, propuso a Fisac reconstruir La Pagoda en otro lugar, a lo que el arquitecto respondió con un contundente: "Me parece una tomadura de pelo". Para Fisac, la esencia de la obra estaba ligada a su ubicación y contexto original.

El derribo de La Pagoda no solo privó a Madrid de una joya arquitectónica, sino que puso en evidencia las carencias en la protección del patrimonio moderno en España. Mientras que edificios históricos como iglesias románicas o palacios renacentistas suelen recibir protección automática, las obras contemporáneas, como La Pagoda, a menudo son subvaloradas hasta que ya es demasiado tarde.

Hoy, el solar donde se alzaba La Pagoda está ocupado por un anodino edificio de oficinas, el Merrimack IV, que carece del valor cultural de su predecesor. La pérdida de La Pagoda es un recordatorio de cómo los intereses económicos y la falta de visión pueden prevalecer sobre el valor cultural. Ya sea por la especulación inmobiliaria, la negligencia administrativa o, como sugirió Fisac, motivos más oscuros, su desaparición sigue siendo un símbolo de una época en la que el "progreso" económico justificaba sacrificios irreparables. La pregunta persiste: ¿aprenderá Madrid a proteger su patrimonio contemporáneo, o seguirá perdiendo sus iconos modernos?
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Diccionario Daimieleño – Español”: https://www.amazon.es/dp/B086Y38BL9

1 comentario:

Isaac dijo...

Ya contesto yo a tu última pregunta: no.
En Madrid (y en general en casi toda España) tenemos un problema con la conservación del patrimonio arquitectónico, que está completamente supeditado al valor inmobiliario del solar. Por desgracia, la Pagoda ni es ni será un caso aislado. Luego vamos a otros países y nos maravillamos de los cascos históricos de sus ciudades, que han sobrevivido incluso a guerras mundiales.