(AZprensa)
En estas fechas, miles de hogares españoles desempolvan cajas con figuras de
barro, musgo artificial y ríos de papel de aluminio para montar el tradicional
portal de Belén. Sin embargo, una tendencia creciente apunta a que el árbol de
Navidad, de origen germánico y popularizado por influencias anglosajonas, está
ganando terreno. Según datos recientes de plataformas como AliExpress, el 53%
de los españoles prefiere el árbol como elemento principal de decoración
navideña, frente al 23% que opta por el Belén. ¿Es esto una
"invasión" cultural que amenaza una de nuestras tradiciones más
arraigadas? Más allá de la fe religiosa, el Belén es un pilar de nuestra
identidad cultural, un ritual familiar que merece ser preservado en todos los
hogares.
Orígenes
humildes y profundos
La
tradición del Belén no nació en España, pero aquí encontró su expresión más
rica y popular. Todo comenzó en la Nochebuena de 1223, cuando San Francisco de
Asís, recién regresado de Tierra Santa, organizó en la gruta de Greccio
(Italia) la primera representación viviente del nacimiento de Jesús. Con un
pesebre real, un buey y un asno, el santo quiso hacer tangible la humildad del
Dios hecho niño, lejos de los lujos palaciegos. Esta iniciativa, aprobada por
el papa Honorio III, se extendió rápidamente por Europa gracias a las órdenes
franciscanas.diariosur.es
En
España, el Belén llegó en el siglo XVIII de la mano de Carlos III y su esposa
María Amalia de Sajonia, influenciados por la costumbre napolitana. El rey
encargó figuras a artesanos italianos, y pronto la nobleza y las iglesias lo
adoptaron. Figuras como Francisco Salzillo en Murcia elevaron el belenismo a
arte mayor, incorporando escenas costumbristas que reflejaban la vida cotidiana
española: lavanderas, herreros, mercados... No era solo religión; era un espejo
de la sociedad.
Más
que fe: un símbolo cultural y familiar
Aunque
el Belén tiene raíces cristianas innegables –representa la Encarnación y la
pobreza del Niño Dios–, su valor trasciende lo religioso. Montar el portal es
un acto colectivo: abuelos enseñan a nietos a colocar el musgo, los niños
mueven a los Reyes Magos día a día hasta la Epifanía, y familias enteras crean
paisajes con corcho y serrín. En regiones como Andalucía, Cataluña (con su
peculiar caganer) o Murcia, el Belén es patrimonio inmaterial, con asociaciones
de belenistas que lo mantienen vivo. Incluso en un contexto de secularización,
muchos lo ven como tradición cultural, al igual que las Fallas, la Semana Santa
o los villancicos. ¿Por qué renegar de él si amamos nuestras fiestas? Los
belenes vivientes, como los de tantos pueblos españoles, atraen turistas y unen
comunidades.
El
árbol: una importación que convive, no que desplaza
El
árbol de Navidad, por su parte, llegó más tarde: finales del siglo XIX,
importado de Alemania vía nobleza (como Sofia Troubetzkoy) y popularizado por
la cultura estadounidense post-II Guerra Mundial. Simboliza vida eterna y luz,
pero su auge actual se debe a la y al consumismo global. En muchos hogares
convive con el Belén y no necesariamente lo sustituye.
Sin
embargo, expertos como la Federación Española de Belenistas alertan: el ritmo
de vida moderno y las redes sociales favorecen lo rápido y visual, relegando el
Belén, que requiere tiempo y dedicación. Pero precisamente por eso merece
defenderse: en un mundo acelerado, montar el portal es un momento de pausa, de
transmisión generacional. Una llamada a recuperar lo nuestro. No se trata de
rechazar el árbol –muchas familias lo combinan–, sino de no abandonar el Belén.
Es nuestra seña de identidad, un legado de siglos que une fe, arte y familia.
Este año, ¿por qué no recuperar el ritual? Coloca las figuras, cuenta la
historia a los más pequeños y mantén viva una tradición que, más allá de
creencias, nos define como españoles. Porque la Navidad no solo es luces y
regalos: es también ese pequeño mundo de barro y musgo que nos recuerda de
dónde venimos.
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