miércoles, 24 de diciembre de 2025

Pon un árbol de Navidad… ¡en tu Belén!

(AZprensa) En estas fechas, miles de hogares españoles desempolvan cajas con figuras de barro, musgo artificial y ríos de papel de aluminio para montar el tradicional portal de Belén. Sin embargo, una tendencia creciente apunta a que el árbol de Navidad, de origen germánico y popularizado por influencias anglosajonas, está ganando terreno. Según datos recientes de plataformas como AliExpress, el 53% de los españoles prefiere el árbol como elemento principal de decoración navideña, frente al 23% que opta por el Belén. ¿Es esto una "invasión" cultural que amenaza una de nuestras tradiciones más arraigadas? Más allá de la fe religiosa, el Belén es un pilar de nuestra identidad cultural, un ritual familiar que merece ser preservado en todos los hogares.
 
Orígenes humildes y profundos
 
La tradición del Belén no nació en España, pero aquí encontró su expresión más rica y popular. Todo comenzó en la Nochebuena de 1223, cuando San Francisco de Asís, recién regresado de Tierra Santa, organizó en la gruta de Greccio (Italia) la primera representación viviente del nacimiento de Jesús. Con un pesebre real, un buey y un asno, el santo quiso hacer tangible la humildad del Dios hecho niño, lejos de los lujos palaciegos. Esta iniciativa, aprobada por el papa Honorio III, se extendió rápidamente por Europa gracias a las órdenes franciscanas.diariosur.es
 
En España, el Belén llegó en el siglo XVIII de la mano de Carlos III y su esposa María Amalia de Sajonia, influenciados por la costumbre napolitana. El rey encargó figuras a artesanos italianos, y pronto la nobleza y las iglesias lo adoptaron. Figuras como Francisco Salzillo en Murcia elevaron el belenismo a arte mayor, incorporando escenas costumbristas que reflejaban la vida cotidiana española: lavanderas, herreros, mercados... No era solo religión; era un espejo de la sociedad.
 
Más que fe: un símbolo cultural y familiar
 
Aunque el Belén tiene raíces cristianas innegables –representa la Encarnación y la pobreza del Niño Dios–, su valor trasciende lo religioso. Montar el portal es un acto colectivo: abuelos enseñan a nietos a colocar el musgo, los niños mueven a los Reyes Magos día a día hasta la Epifanía, y familias enteras crean paisajes con corcho y serrín. En regiones como Andalucía, Cataluña (con su peculiar caganer) o Murcia, el Belén es patrimonio inmaterial, con asociaciones de belenistas que lo mantienen vivo. Incluso en un contexto de secularización, muchos lo ven como tradición cultural, al igual que las Fallas, la Semana Santa o los villancicos. ¿Por qué renegar de él si amamos nuestras fiestas? Los belenes vivientes, como los de tantos pueblos españoles, atraen turistas y unen comunidades.
 
El árbol: una importación que convive, no que desplaza
 
El árbol de Navidad, por su parte, llegó más tarde: finales del siglo XIX, importado de Alemania vía nobleza (como Sofia Troubetzkoy) y popularizado por la cultura estadounidense post-II Guerra Mundial. Simboliza vida eterna y luz, pero su auge actual se debe a la y al consumismo global. En muchos hogares convive con el Belén y no necesariamente lo sustituye.
 
Sin embargo, expertos como la Federación Española de Belenistas alertan: el ritmo de vida moderno y las redes sociales favorecen lo rápido y visual, relegando el Belén, que requiere tiempo y dedicación. Pero precisamente por eso merece defenderse: en un mundo acelerado, montar el portal es un momento de pausa, de transmisión generacional. Una llamada a recuperar lo nuestro. No se trata de rechazar el árbol –muchas familias lo combinan–, sino de no abandonar el Belén. Es nuestra seña de identidad, un legado de siglos que une fe, arte y familia. Este año, ¿por qué no recuperar el ritual? Coloca las figuras, cuenta la historia a los más pequeños y mantén viva una tradición que, más allá de creencias, nos define como españoles. Porque la Navidad no solo es luces y regalos: es también ese pequeño mundo de barro y musgo que nos recuerda de dónde venimos.
 

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