viernes, 5 de diciembre de 2025

¿Por qué se despide en viernes?

(AZprensa) En el mundo corporativo existe una costumbre tan extendida como cuestionable: despedir a los empleados los viernes por la tarde. No es casualidad. La lógica interna de muchas empresas –especialmente las grandes– es tan cínica como transparente: comunicas la noticia a última hora, el resto del equipo se va a casa en pocas horas, llega el fin de semana y, con un poco de suerte, el lunes todo el mundo vuelve como si nada hubiera pasado. El dolor queda diluido entre barbacoas, Netflix y copas del sábado.
 
Es una estrategia tan vieja que hasta tiene nombre en inglés: “Friday firing”. Los manuales de recursos humanos lo justifican con argumentos de manual: “minimizar la disrupción operativa”, “dar tiempo al empleado para que procese la noticia en privado” y “evitar que la información circule demasiado dentro de la oficina”. Traducido al lenguaje real: queremos que el golpe sea lo más silencioso posible y que el resto de la plantilla lo olvide cuanto antes.
 
Pero la realidad es tozuda y demuestra que esa táctica no funciona. O peor aún: funciona al revés. Cuando despides a alguien un viernes, lo que consigues es exactamente lo contrario de lo que pretendes. El compañero despedido se marcha, sí, pero no desaparece. Habla con sus excompañeros ese mismo fin de semana por WhatsApp, por teléfono, en una caña improvisada. Y cuenta. Cuenta los verdaderos motivos (que casi nunca coinciden con la versión oficial), cuenta cómo le han tratado, cuenta si le han pagado lo que le debían o si le han hecho firmar algo bajo presión. En 48 horas, toda la plantilla sabe más de lo que la empresa quería que supieran.
 
El efecto sobre la moral es devastador. Los que se quedan no olvidan; rumian. El lunes no vuelven con “cara sonriente” como esperaban los genios que diseñaron el protocolo. Vuelven con miedo, con rabia contenida y con una pregunta que se repite en silencio: “¿Seré yo el siguiente viernes?”.
 
Despedir en viernes no es solo inmoral; es estúpido. Revela una visión del empleado como un recurso prescindible y del equipo como una masa amorfa que se puede manipular con trucos de calendario. Es una declaración de principios: aquí mandamos nosotros, y vosotros sois números que se pueden borrar con un correo a las 17:30 de un viernes. Las empresas que usan esta táctica creen que están siendo listas. En realidad están enseñando a sus empleados tres lecciones muy claras:
Que la lealtad no sirve de nada.
Que el esfuerzo extra no protege a nadie.
Que cualquier día pueden ser ellos los que salgan por la puerta con una caja de cartón.
 
Y cuando un equipo interioriza esas tres lecciones, ya está muerto. Puedes seguir pagando nóminas, pero la motivación, la creatividad y el compromiso se han ido mucho antes que el compañero del viernes.
 
Hay empresas que han entendido que la transparencia y el respeto no son un lujo, sino la única forma sostenible de gestionar personas. Despiden (cuando no hay más remedio) cualquier día de la semana, a primera hora, con luz y taquígrafos, asumiendo las consecuencias y hablando claro con los que se quedan. Esas empresas suelen tener menos rotación, más compromiso y, curiosamente, mejores resultados.
 
El viernes no es un día mágico que borra la realidad. Es solo el día en que algunas empresas deciden mostrar su peor cara. Y los empleados, que no son tontos, lo anotan todo. Incluido el día de la semana.
 

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