Hay, por así decirlo, tres pasos básicos a la hora de utilizar cualquier envase presurizado: primero, que haya un flujo adecuado; segundo que haya una sincronización entre la pulsación y el aspirado del fármaco; y tercero, hay que mantener apnea, es decir, aguantar la respiración por lo menos 15 ó 20 segundos para que el fármaco pueda llegar a las zonas más bajas de las vías respiratorias.
Además, hay dos parámetros que a nivel de físico-química se manejan también para saber la eficacia del fármaco, además de para recomendar la dosis adecuada: el depósito pulmonar y el tamaño de partícula. Para conocer estos parámetros hay que marcar radioactivamente el principio activo y de esta forma se ve el camino que sigue en el transcurso de la inhalación hasta que llega a los pulmones. Se puede medir así la cantidad que se deposita en los pulmones, y de esta forma se ha podido comprobar que sólo un 15 por ciento del fármaco es capaz de llegar a nivel del pulmón.
¿Dónde se queda, pues, la mayor parte de la dosis administrada? Normalmente queda impactada en la faringe y desde allí se absorbe por vía digestiva y se acaba metabolizando y eliminando por las heces. Solamente se aprovecha, pues, un 15 o 20 por ciento del fármaco administrado.
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