jueves, 27 de noviembre de 2025

José de Echegaray, el Nobel español que se recuerda más como dramaturgo que como poeta

(AZprensa) En 1904, la Academia Sueca concedió el Premio Nobel de Literatura al ingeniero, matemático, político y escritor español José Echegaray y Eizaguirre (Madrid, 1832-1910), compartido con el provenzal Frédéric Mistral. El acta del galardón alababa “la manera original y brillante con que ha revitalizado las grandes tradiciones del teatro español”. Aquella decisión sorprendió en España y fuera de ella: muchos esperaban que el premio recayera en Benito Pérez Galdós o en Emilia Pardo Bazán. Más de un siglo después, el nombre de Echegaray sigue asociado casi exclusivamente al teatro neorromántico de tesis, a obras como “El gran Galeoto” o “Locura o santidad”. Sin embargo, existe otra faceta suya mucho menos conocida y, paradójicamente, la que él mismo consideraba más íntima y duradera: la de poeta.
 
Aunque publicó una treintena de dramas que llenaron los escenarios de Europa y América Latina entre 1874 y 1905, Echegaray escribió poesía desde su juventud y nunca dejó de hacerlo. Sus versos aparecieron dispersos en revistas, en prólogos, en álbumes de amigos y, sobre todo, en dos libros que él mismo costeó y que tuvieron escasísima difusión: “Poesías” (1875) y el volumen ampliado “Poesías serias” (1909), este último editado apenas un año antes de su muerte.
 
En esas páginas late un Echegaray muy distinto del autor de catástrofes teatrales y dilemas morales extremos. El poeta se revela introspectivo, melancólico, a ratos místico y casi panteísta. Lejos del retoricismo ampuloso que a veces se le reprocha en sus dramas, sus versos buscan la sencillez y la emoción contenida. Temas recurrentes son el paso del tiempo, la fugacidad de la vida, el amor imposible y una religiosidad torturada que oscila entre la fe heredada y la duda científica de quien fue catedrático de Matemáticas y ministro de Hacienda.
 
Uno de sus poemas más citados (y más bellos) es “A la mar”, incluido en la edición de 1875:
 
¡Oh mar!, tú que en tus ondas
guardas el secreto de los siglos,
y en tus espumas cantas
himnos que nadie entiende…
¡Déjame ser espuma,
déjame ser ola,
déjame ser nada
en tu inmensidad sola!
 
En estos versos se advierte una sensibilidad moderna, casi becqueriana, que contrasta con la imagen del “monstruo del éxito” teatral como lo denominó Azorín. Otro poema célebre, “El árbol seco”, anticipa en cierto modo la desolación existencial que luego cultivaría Antonio Machado:
 
Árbol seco, árbol muerto,
que ni hojas ni frutos das ya,
¿por qué sigues en pie,
desafiando al viento y al huracán?
 
Echegaray confesó en varias cartas que la poesía era para él “el refugio donde el alma se desnuda sin miedo al público”. Mientras los dramas le proporcionaban fama, dinero y hasta una plaza en el Congreso, los versos eran el espacio privado donde dialogaba consigo mismo y con Dios. Esa dualidad explica que, al morir, dejara manuscritos cientos de poemas inéditos que aún duermen en la Real Academia Española y en la Biblioteca Nacional.
 
La crítica posterior ha sido dura con él. Generaciones enteras de manuales lo han reducido a un epígono tardío del romanticismo teatral, y su Nobel ha sido tildado de “error histórico” por algunos (Unamuno llegó a decir que “se lo dieron al Echegaray dramaturgo para que no se lo dieran al Echegaray poeta, que lo merecía más”). Sin embargo, en los últimos años ha habido un tímido rescate: antologías como la preparada por Jesús Bregante en 2004 o el estudio de María Ángeles Rodríguez Sánchez (2015) han vuelto a poner sobre la mesa la calidad lírica de sus mejores composiciones.
 
Ciento veintiún años después de aquel Nobel compartido, quizá sea hora de mirar más allá de los telones y los grandes gestos escénicos. Detrás del ingeniero que calculaba puentes y del político que reformaba haciendas late un poeta delicado que, en palabras suyas, solo pretendía “dejar caer una lágrima en el océano de la literatura española”. Tal vez esa lágrima, pequeña y casi olvidada, sea en realidad su legado más puro.
 
Epílogo:
Y una vez hecha esta breve semblanza de Echegaray, y en especial del Echegaray poeta, el “Diario AZprensa” publica hoy el descubrimiento de un poema inédito, “La vida”: Su “última lágrima en el océano de la literatura española”.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor.
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