(AZprensa) Nos venden el progreso tecnológico como la
gran conquista de la humanidad: una vida más fácil, más cómoda, más conectada.
Y es cierto que, en muchos aspectos, lo es. Pero ¿a qué precio real? No
hablamos de euros o dólares, sino del coste que casi nunca se menciona: la
progresiva esclavitud del espíritu humano.
Porque cuanto más “avanzamos”, más dependientes nos
volvemos. Más vigilados. Más manipulados. Las guerras no han desaparecido;
simplemente se han hecho más sofisticadas, más quirúrgicas, más “limpias” en la
pantalla, mientras siguen destrozando vidas y ecosistemas. Nadie habla del
veneno que dejan atrás ni de la huella ecológica de cada misil “inteligente”.
La avalancha constante de crímenes, catástrofes y
amenazas nos desensibiliza día tras día hasta convertir el horror en ruido de
fondo. Y cuando el miedo se instala, corremos a refugiarnos en “papá Estado”,
que siempre aparece como salvador… después de haber creado o agravado el
problema.
Nos culpan del cambio climático mientras las grandes
corporaciones y los ejércitos contaminan impunemente. Nos señalan como
responsables de la desigualdad mientras el sistema que ellos diseñan concentra
cada vez más riqueza en menos manos. Nos venden la inmigración descontrolada
como un drama humanitario inevitable, olvidando convenientemente quién financia
las guerras y los saqueos que obligan a millones a huir.
Nos aterrorizan con pandemias (reales o exageradas) para
convertirnos en cobayas voluntarias y justificar controles que luego nunca se
retiran. Transforman fenómenos meteorológicos normales —lluvia intensa, viento
fuerte— en “emergencias climáticas” que sirven para imponer nuevas
restricciones y tasas.
Todo forma parte del mismo guion: mantenernos ansiosos,
culpables, obedientes y distraídos. La tecnología, que podría haber sido
herramienta de liberación, se ha convertido en el instrumento perfecto de
dominación. Nos vigila, nos clasifica, nos predice, nos censura y, sobre todo,
nos infantiliza.
Al final, nos dejan votar de vez en cuando —un ritual que
nos hace sentir partícipes— para que todo siga exactamente igual. Siervos con
smartphone y urna: la esclavitud moderna lleva conexión 5G y se disfraza de
progreso.
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