domingo, 30 de noviembre de 2025

La cara oculta de la tecnología

(AZprensa) Nos venden el progreso tecnológico como la gran conquista de la humanidad: una vida más fácil, más cómoda, más conectada. Y es cierto que, en muchos aspectos, lo es. Pero ¿a qué precio real? No hablamos de euros o dólares, sino del coste que casi nunca se menciona: la progresiva esclavitud del espíritu humano.
 
Porque cuanto más “avanzamos”, más dependientes nos volvemos. Más vigilados. Más manipulados. Las guerras no han desaparecido; simplemente se han hecho más sofisticadas, más quirúrgicas, más “limpias” en la pantalla, mientras siguen destrozando vidas y ecosistemas. Nadie habla del veneno que dejan atrás ni de la huella ecológica de cada misil “inteligente”.
 
La avalancha constante de crímenes, catástrofes y amenazas nos desensibiliza día tras día hasta convertir el horror en ruido de fondo. Y cuando el miedo se instala, corremos a refugiarnos en “papá Estado”, que siempre aparece como salvador… después de haber creado o agravado el problema.
 
Nos culpan del cambio climático mientras las grandes corporaciones y los ejércitos contaminan impunemente. Nos señalan como responsables de la desigualdad mientras el sistema que ellos diseñan concentra cada vez más riqueza en menos manos. Nos venden la inmigración descontrolada como un drama humanitario inevitable, olvidando convenientemente quién financia las guerras y los saqueos que obligan a millones a huir.
 
Nos aterrorizan con pandemias (reales o exageradas) para convertirnos en cobayas voluntarias y justificar controles que luego nunca se retiran. Transforman fenómenos meteorológicos normales —lluvia intensa, viento fuerte— en “emergencias climáticas” que sirven para imponer nuevas restricciones y tasas.
 
Todo forma parte del mismo guion: mantenernos ansiosos, culpables, obedientes y distraídos. La tecnología, que podría haber sido herramienta de liberación, se ha convertido en el instrumento perfecto de dominación. Nos vigila, nos clasifica, nos predice, nos censura y, sobre todo, nos infantiliza.
 
Al final, nos dejan votar de vez en cuando —un ritual que nos hace sentir partícipes— para que todo siga exactamente igual. Siervos con smartphone y urna: la esclavitud moderna lleva conexión 5G y se disfraza de progreso.
 

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