(AZprensa)
En la vasta quietud del espacio, donde las estrellas susurran secretos de miles
de millones de años, un intruso ha irrumpido en nuestro Sistema Solar. No es un
asteroide anodino ni un cometa doméstico: es 3I/ATLAS, el tercer objeto
interestelar confirmado en la historia humana, un mensajero helado procedente
de las profundidades galácticas. Descubierto el 1 de julio de 2025 por el
telescopio ATLAS en Chile, este "visitante" alcanzó su perihelio –el
punto más cercano al Sol– el 29 de octubre, a apenas 1,36 unidades astronómicas
(unos 203 millones de kilómetros), justo dentro de la órbita de Marte. Hoy,
mientras se aleja, los científicos lo observan con una mezcla de euforia y
desconcierto: sabemos tan poco de él que cada dato nuevo parece cuestionar lo
que creíamos entender sobre el universo. Y sin embargo, intentamos explicarlo,
como si las ecuaciones de Newton pudieran domesticar lo indómito.
Veamos: 3I/ATLAS viaja a 68 kilómetros por segundo, arrastrando una
cola de gas y polvo que brilla como un espectro etéreo. Su núcleo, estimado
entre 440 metros y 5,6 kilómetros de diámetro, pesa miles de millones de
toneladas y está envuelto en un capullo de polvo en forma de lágrima, captado
por el Telescopio Espacial Hubble el 21 de julio. Pero aquí radica el primer
velo de misterio: ¿qué es exactamente? Clasificado como cometa hiperbólico –es
decir, no está atado gravitacionalmente al Sol y huirá de nuestro sistema para
siempre–, difiere radicalmente de sus predecesores interestelares. 'Oumuamua
(2017) era un "cigarro" rocoso sin cola ni actividad cometaria clara,
y 2I/Borisov (2019) se comportaba como un cometa solar típico, con emisiones de
hidrógeno y cianuro predecibles. 3I/ATLAS, en cambio, es un rompecabezas
químico y dinámico que no encaja en ningún molde.
Lo
que sabemos –poco, en realidad– es un mosaico de fragmentos recolectados a
contrarreloj. El James Webb Space Telescope (JWST) reveló que su coma, la nube
gaseosa que lo envuelve, está dominada por dióxido de carbono (CO₂),
con una proporción ocho veces superior a la del vapor de agua (H₂O)
en cometas locales. Esto sugiere un origen en un sistema estelar mucho más frío
y primitivo, posiblemente del "disco grueso" de la Vía Láctea, una
zona poblada por estrellas de más de 7.000 millones de años. "Es como una
cápsula del tiempo de la formación planetaria en otro rincón de la
galaxia", explica Darryl Seligman, astrofísico de la Universidad Estatal
de Michigan, en una entrevista reciente con NPR. Pero incluso esta explicación
tropieza: ¿por qué libera gas OH (hidroxilo, signo de agua) a distancias donde
el Sol debería mantenerlo congelado, a más de 3,5 UA del astro rey? Los modelos
estándar fallan; el calor solar no basta para volatilizar hielos tan estables.
Y
luego está el níquel. Observaciones del Very Large Telescope (VLT) en Chile y
el Telescopio Keck en Hawái detectaron vapores de níquel atómico en su
atmósfera, a concentraciones similares a las de cometas solares, pero sin
rastro de hierro asociado –un dúo que suele ir de la mano en procesos naturales.
"Esto es inusual; el níquel puro se ve en aleaciones industriales
terrestres, no en cuerpos cósmicos", admite Rohan Rahatgaonkar, estudiante
de doctorado en astrofísica en la Pontificia Universidad Católica de Chile,
quien lideró el descubrimiento. Detectado a 4 UA del Sol, donde las
temperaturas son demasiado bajas para vaporizar metales, este fenómeno desafía
la termodinámica cometaria. ¿Es un remanente de impactos en su sistema natal, o
algo más? Los científicos proponen que podría ser "súper-volátil"
liberado por radiación cósmica acumulada durante eones, pero admiten: "No
lo entendemos del todo".
La
luz de 3I/ATLAS añade otra capa de enigma. Su polarización negativa extrema –la
forma en que refleja la luz solar– indica partículas de polvo finamente
estructuradas, posiblemente recubiertas de hielos exóticos que resistieron
miles de millones de años de exposición interestelar. Imágenes del Gemini South
muestran una coma condensada con una cola de 0,5 minutos de arco apuntando
lejos del Sol, pero también un "anti-cola" tenue que parece dirigirse
hacia él, violando la dinámica esperada del viento solar. ¿Ilusión óptica por
perspectiva, o eyección asimétrica de material? El debate en foros como arXiv
(ver estudios de Hopkins et al. y Taylor & Seligman) es feroz: algunos lo
atribuyen a rotación irregular, otros a una composición híbrida entre cometa y
asteroide.
Lo
que más desconcierta es su estabilidad. A pesar de los chorros de gas –captados
como "lucesabers invertidos" por telescopios terrestres–, no muestra
aceleración no gravitacional significativa. Los cometas suelen desviarse por el
retroceso de sus emisiones, pero 3I/ATLAS mantiene su trayectoria hiperbólica
con precisión quirúrgica. "O es masivo más allá de nuestras estimaciones,
o sus chorros se equilibran perfectamente", especula Seligman. Esto no
encaja con modelos como el Ōtautahi–Oxford, que predicen derivas notables en
objetos interestelares. Y mientras las agencias espaciales –NASA, ESA–
coordinan una campaña global de observación a través de la Red Internacional de
Alerta de Asteroides (IAWN), del 27 de noviembre al 27 de enero, rumores en
redes sociales avivan el fuego: ¿se desintegrará como predice la
"narrativa oficial", o liberará fragmentos imprevistos? Avi Loeb,
astrofísico de Harvard, no descarta un origen artificial –"30-40% de
probabilidad de una sonda alienígena"–, citando el níquel y la falta de
deriva, pero la comunidad mayoritaria lo tacha de especulación.
Los
intentos de explicación son un ejercicio de fe científica: telescopios como
Hubble, JWST y el orbitador ExoMars de la ESA (que lo fotografió a 30 millones
de km de Marte el 3 de octubre) recopilan datos febrilmente. La misión JUICE de
la ESA intentará observaciones en noviembre, aunque los datos tardarán hasta
febrero en llegar. "Cada pulgada de espectro nos dice algo sobre mundos
lejanos", dice la NASA en su portal oficial. Pero la verdad es humillante:
este cometa, con su perihelio ya pasado y su aproximación más cercana a la
Tierra el 19 de diciembre (a 1,8 UA, 270 millones de km, sin riesgo alguno),
nos recuerda que el cosmos no se rige por nuestros libros de texto. No amenaza
la Tierra –está demasiado lejos para eso–, pero obliga a replantear la
formación de sistemas planetarios, la química interestelar y quizás hasta
nuestra soledad en la galaxia.
Mientras
3I/ATLAS se desvanece en la noche de noviembre, visible solo con telescopios de
al menos 20 cm de apertura, queda una lección: la ciencia avanza no resolviendo
enigmas, sino abrazando lo inexplicable. En un mundo de certezas frágiles, este
visitante nos invita a mirar arriba, a cuestionar y a maravillarnos. ¿Regresará
algún día? No. Pero su paso efímero ya ha alterado para siempre nuestra visión
del cielo. El universo, al fin y al cabo, no es un museo: es un rompecabezas
infinito, y 3I/ATLAS es solo una pieza que no termina de encajar.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
“No son coincidencias”: https://www.amazon.es/dp/B083XVGBHZ
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