sábado, 8 de noviembre de 2025

Un visitante que desafía las leyes del Cosmos

(AZprensa) En la vasta quietud del espacio, donde las estrellas susurran secretos de miles de millones de años, un intruso ha irrumpido en nuestro Sistema Solar. No es un asteroide anodino ni un cometa doméstico: es 3I/ATLAS, el tercer objeto interestelar confirmado en la historia humana, un mensajero helado procedente de las profundidades galácticas. Descubierto el 1 de julio de 2025 por el telescopio ATLAS en Chile, este "visitante" alcanzó su perihelio –el punto más cercano al Sol– el 29 de octubre, a apenas 1,36 unidades astronómicas (unos 203 millones de kilómetros), justo dentro de la órbita de Marte. Hoy, mientras se aleja, los científicos lo observan con una mezcla de euforia y desconcierto: sabemos tan poco de él que cada dato nuevo parece cuestionar lo que creíamos entender sobre el universo. Y sin embargo, intentamos explicarlo, como si las ecuaciones de Newton pudieran domesticar lo indómito.
 
Veamos: 3I/ATLAS viaja a 68 kilómetros por segundo, arrastrando una cola de gas y polvo que brilla como un espectro etéreo. Su núcleo, estimado entre 440 metros y 5,6 kilómetros de diámetro, pesa miles de millones de toneladas y está envuelto en un capullo de polvo en forma de lágrima, captado por el Telescopio Espacial Hubble el 21 de julio. Pero aquí radica el primer velo de misterio: ¿qué es exactamente? Clasificado como cometa hiperbólico –es decir, no está atado gravitacionalmente al Sol y huirá de nuestro sistema para siempre–, difiere radicalmente de sus predecesores interestelares. 'Oumuamua (2017) era un "cigarro" rocoso sin cola ni actividad cometaria clara, y 2I/Borisov (2019) se comportaba como un cometa solar típico, con emisiones de hidrógeno y cianuro predecibles. 3I/ATLAS, en cambio, es un rompecabezas químico y dinámico que no encaja en ningún molde.
 
Lo que sabemos –poco, en realidad– es un mosaico de fragmentos recolectados a contrarreloj. El James Webb Space Telescope (JWST) reveló que su coma, la nube gaseosa que lo envuelve, está dominada por dióxido de carbono (CO), con una proporción ocho veces superior a la del vapor de agua (HO) en cometas locales. Esto sugiere un origen en un sistema estelar mucho más frío y primitivo, posiblemente del "disco grueso" de la Vía Láctea, una zona poblada por estrellas de más de 7.000 millones de años. "Es como una cápsula del tiempo de la formación planetaria en otro rincón de la galaxia", explica Darryl Seligman, astrofísico de la Universidad Estatal de Michigan, en una entrevista reciente con NPR. Pero incluso esta explicación tropieza: ¿por qué libera gas OH (hidroxilo, signo de agua) a distancias donde el Sol debería mantenerlo congelado, a más de 3,5 UA del astro rey? Los modelos estándar fallan; el calor solar no basta para volatilizar hielos tan estables.
 
Y luego está el níquel. Observaciones del Very Large Telescope (VLT) en Chile y el Telescopio Keck en Hawái detectaron vapores de níquel atómico en su atmósfera, a concentraciones similares a las de cometas solares, pero sin rastro de hierro asociado –un dúo que suele ir de la mano en procesos naturales. "Esto es inusual; el níquel puro se ve en aleaciones industriales terrestres, no en cuerpos cósmicos", admite Rohan Rahatgaonkar, estudiante de doctorado en astrofísica en la Pontificia Universidad Católica de Chile, quien lideró el descubrimiento. Detectado a 4 UA del Sol, donde las temperaturas son demasiado bajas para vaporizar metales, este fenómeno desafía la termodinámica cometaria. ¿Es un remanente de impactos en su sistema natal, o algo más? Los científicos proponen que podría ser "súper-volátil" liberado por radiación cósmica acumulada durante eones, pero admiten: "No lo entendemos del todo".
 
La luz de 3I/ATLAS añade otra capa de enigma. Su polarización negativa extrema –la forma en que refleja la luz solar– indica partículas de polvo finamente estructuradas, posiblemente recubiertas de hielos exóticos que resistieron miles de millones de años de exposición interestelar. Imágenes del Gemini South muestran una coma condensada con una cola de 0,5 minutos de arco apuntando lejos del Sol, pero también un "anti-cola" tenue que parece dirigirse hacia él, violando la dinámica esperada del viento solar. ¿Ilusión óptica por perspectiva, o eyección asimétrica de material? El debate en foros como arXiv (ver estudios de Hopkins et al. y Taylor & Seligman) es feroz: algunos lo atribuyen a rotación irregular, otros a una composición híbrida entre cometa y asteroide.
 
Lo que más desconcierta es su estabilidad. A pesar de los chorros de gas –captados como "lucesabers invertidos" por telescopios terrestres–, no muestra aceleración no gravitacional significativa. Los cometas suelen desviarse por el retroceso de sus emisiones, pero 3I/ATLAS mantiene su trayectoria hiperbólica con precisión quirúrgica. "O es masivo más allá de nuestras estimaciones, o sus chorros se equilibran perfectamente", especula Seligman. Esto no encaja con modelos como el Ōtautahi–Oxford, que predicen derivas notables en objetos interestelares. Y mientras las agencias espaciales –NASA, ESA– coordinan una campaña global de observación a través de la Red Internacional de Alerta de Asteroides (IAWN), del 27 de noviembre al 27 de enero, rumores en redes sociales avivan el fuego: ¿se desintegrará como predice la "narrativa oficial", o liberará fragmentos imprevistos? Avi Loeb, astrofísico de Harvard, no descarta un origen artificial –"30-40% de probabilidad de una sonda alienígena"–, citando el níquel y la falta de deriva, pero la comunidad mayoritaria lo tacha de especulación.
 
Los intentos de explicación son un ejercicio de fe científica: telescopios como Hubble, JWST y el orbitador ExoMars de la ESA (que lo fotografió a 30 millones de km de Marte el 3 de octubre) recopilan datos febrilmente. La misión JUICE de la ESA intentará observaciones en noviembre, aunque los datos tardarán hasta febrero en llegar. "Cada pulgada de espectro nos dice algo sobre mundos lejanos", dice la NASA en su portal oficial. Pero la verdad es humillante: este cometa, con su perihelio ya pasado y su aproximación más cercana a la Tierra el 19 de diciembre (a 1,8 UA, 270 millones de km, sin riesgo alguno), nos recuerda que el cosmos no se rige por nuestros libros de texto. No amenaza la Tierra –está demasiado lejos para eso–, pero obliga a replantear la formación de sistemas planetarios, la química interestelar y quizás hasta nuestra soledad en la galaxia.
 
Mientras 3I/ATLAS se desvanece en la noche de noviembre, visible solo con telescopios de al menos 20 cm de apertura, queda una lección: la ciencia avanza no resolviendo enigmas, sino abrazando lo inexplicable. En un mundo de certezas frágiles, este visitante nos invita a mirar arriba, a cuestionar y a maravillarnos. ¿Regresará algún día? No. Pero su paso efímero ya ha alterado para siempre nuestra visión del cielo. El universo, al fin y al cabo, no es un museo: es un rompecabezas infinito, y 3I/ATLAS es solo una pieza que no termina de encajar.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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