jueves, 20 de noviembre de 2025

Pensar siempre en positivo

(AZprensa) Lo repetiré todas las veces que haga falta: pensar en positivo no es ingenuidad, es la decisión más inteligente que puedes tomar.
 
Como decía Antonio Machado: «Nada es verdad ni mentira, todo depende del color del cristal con que se mira». Y la ciencia lo confirma una y otra vez: las personas optimistas viven más años, enferman menos, se recuperan antes y, sobre todo, disfrutan más del camino.
 
El optimista no niega la realidad; simplemente se niega a rendirse ante ella. Ante un obstáculo no ve un muro, sino un ejercicio. Ante una pérdida no ve solo dolor, sino una lección. Sabe que incluso en el peor día hay algo —por pequeño que sea— que merece gratitud: el sol que salió, el café caliente, la sonrisa de alguien, el hecho de seguir respirando.
 
El pesimista, en cambio, se especializa en buscar la nube en cada rayo de sol. Si todo va bien, ya se encargará él de recordar que «en algún sitio del mundo hay guerras» o que «esto no va a durar». Se convierte en coleccionista profesional de desgracias y, al final, acaba viviendo en la que él mismo ha construido.
 
Ser optimista no es un don de nacimiento; es una habilidad que se entrena. Y entrenarla es absurdamente sencillo y rentable.
 
Imagina tu mente como un buffet libre. Tienes delante pensamientos amargos, dulces, ácidos, nutritivos… ¿Por qué demonios ibas a llenarte el plato solo de lo que te sienta mal? Nadie lo haría con la comida; ¿por qué lo hacemos con la cabeza?
 
Aquí va un truco práctico que funciona siempre: Cada vez que te sorprendas pensando algo negativo —y te sorprenderás mucho al principio—, obliga a tu mente a buscar, en menos de diez segundos, algo positivo relacionado con la misma situación. No hace falta que sea grande. Basta con que sea real.
Ejemplos reales:«Me ha dejado el autobús» → «Genial, voy a caminar un poco y me despejo».
«He suspendido el examen» → «Ahora sé exactamente en qué fallé y la próxima vez lo bordaré».
«Lluvia todo el día» → «La tierra lo necesitaba y yo no tengo que regar las plantas».
 
Al principio te costará. La mente es perezosa y prefiere seguir por la vía rápida del drama. Pero si insistes, algo mágico ocurre: el músculo del optimismo se fortalece.
 
Un ejercicio que recomiendo mucho es llevar una libreta (o la nota del móvil) de «victorias pequeñas». Cada noche, antes de dormir, escribe tres cosas buenas del día. Pueden ser mínimas: que el pan estaba rico, que alguien te cedió el paso, que has reído con un mensaje. Los primeros días te parecerá ridículo. A la semana ya no podrás parar en tres. Al mes releerás la libreta y te darás cuenta de que vives en un mundo mucho más amable de lo que creías.
 
El color del cristal no lo decide el mundo. Lo decides tú. Y cambiar el cristal cambia toda la película. Vale la pena limpiarlo cada día.
 

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