(AZprensa) Lo repetiré todas las veces que haga falta: pensar en
positivo no es ingenuidad, es la decisión más inteligente que puedes tomar.
Como decía Antonio Machado: «Nada es verdad ni mentira,
todo depende del color del cristal con que se mira». Y la ciencia lo confirma
una y otra vez: las personas optimistas viven más años, enferman menos, se
recuperan antes y, sobre todo, disfrutan más del camino.
El optimista no niega la realidad; simplemente se niega a
rendirse ante ella. Ante un obstáculo no ve un muro, sino un ejercicio. Ante
una pérdida no ve solo dolor, sino una lección. Sabe que incluso en el peor día
hay algo —por pequeño que sea— que merece gratitud: el sol que salió, el café
caliente, la sonrisa de alguien, el hecho de seguir respirando.
El pesimista, en cambio, se especializa en buscar la nube
en cada rayo de sol. Si todo va bien, ya se encargará él de recordar que «en
algún sitio del mundo hay guerras» o que «esto no va a durar». Se convierte en
coleccionista profesional de desgracias y, al final, acaba viviendo en la que
él mismo ha construido.
Ser optimista no es un don de nacimiento; es una
habilidad que se entrena. Y entrenarla es absurdamente sencillo y rentable.
Imagina tu mente como un buffet libre. Tienes delante
pensamientos amargos, dulces, ácidos, nutritivos… ¿Por qué demonios ibas a
llenarte el plato solo de lo que te sienta mal? Nadie lo haría con la comida;
¿por qué lo hacemos con la cabeza?
Aquí va un truco práctico que funciona siempre: Cada vez
que te sorprendas pensando algo negativo —y te sorprenderás mucho al
principio—, obliga a tu mente a buscar, en menos de diez segundos, algo
positivo relacionado con la misma situación. No hace falta que sea grande.
Basta con que sea real.
Ejemplos reales:«Me ha dejado el autobús» → «Genial, voy a caminar un poco y me despejo».
«He suspendido el examen» → «Ahora sé exactamente en qué fallé y la próxima vez lo bordaré».
«Lluvia todo el día» → «La tierra lo necesitaba y yo no tengo que regar las plantas».
Al principio te costará. La mente es perezosa y prefiere
seguir por la vía rápida del drama. Pero si insistes, algo mágico ocurre: el
músculo del optimismo se fortalece.
Un ejercicio que recomiendo mucho es llevar una libreta
(o la nota del móvil) de «victorias pequeñas». Cada noche, antes de dormir,
escribe tres cosas buenas del día. Pueden ser mínimas: que el pan estaba rico,
que alguien te cedió el paso, que has reído con un mensaje. Los primeros días
te parecerá ridículo. A la semana ya no podrás parar en tres. Al mes releerás
la libreta y te darás cuenta de que vives en un mundo mucho más amable de lo
que creías.
El color del cristal no lo decide el mundo. Lo decides
tú. Y cambiar el cristal cambia toda la película. Vale la pena limpiarlo cada
día.
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Ejemplos reales:«Me ha dejado el autobús» → «Genial, voy a caminar un poco y me despejo».
«He suspendido el examen» → «Ahora sé exactamente en qué fallé y la próxima vez lo bordaré».
«Lluvia todo el día» → «La tierra lo necesitaba y yo no tengo que regar las plantas».
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