(AZprensa) Seguro que alguna vez te lo has preguntado: si alguien
nunca ha visto la luz, ¿puede “ver” en sueños? La respuesta depende de un
detalle crucial: si la persona perdió la vista después de haber visto o si es
ciega de nacimiento.
Quienes alguna vez vieron (aunque hayan perdido la vista
hace décadas) sueñan exactamente como nosotros: con colores, rostros, paisajes,
luz y sombra. En el sueño, la vista regresa intacta.
Quienes nacieron ciegos, en cambio, nunca han tenido una experiencia visual. Por tanto, sus sueños no contienen imágenes. Preguntarles “¿qué ves en tus sueños?” es tan inútil como preguntarnos a nosotros “¿qué olor tiene el color azul?”.
Entonces, ¿cómo son sus sueños?
Son tan ricos, intensos y complejos como los nuestros,
pero están construidos con otro lenguaje: el del sonido, el tacto, el olfato,
el gusto y, sobre todo, la emoción y el movimiento. Un ciego de nacimiento
puede soñar que camina por una calle conocida guiándose por el eco de sus
pasos, el aroma del pan recién hecho que sale de la panadería de la esquina, la
textura del viento en la cara, el timbre exacto de la voz de su madre
llamándolo desde lejos, la temperatura del sol sobre la nuca. Puede soñar
conversaciones enteras, paisajes sonoros, texturas que se transforman,
distancias que se miden con el cuerpo. Puede sentir miedo, alegría, amor o
nostalgia con la misma profundidad (o más) que nosotros sentimos al “ver” un
atardecer en sueños.
Para hacernos una idea aproximada, pensemos en los
perros. Su mundo no está dominado por la vista, sino por el olfato. Un perro
“lee” el parque entero oliendo la hierba: sabe quién pasó por allí hace horas,
si estaba contento o asustado, si era macho o hembra, si comió pollo o pienso
barato. Ese torrente de información olfativa es tan detallado y emocional para
ellos como lo es para nosotros un rostro humano o un paisaje. No necesitan
imágenes para vivir una experiencia completa.
Lo mismo ocurre con las personas ciegas de nacimiento:
sus otros sentidos, afinados por la necesidad y la práctica, tejen sueños
completos, coherentes y cargados de significado. No les falta nada; simplemente
usan otro alfabeto sensorial.
Sus sueños no son “oscuros”. Son mundos enteros
construidos con sonidos que vibran, texturas que hablan, aromas que cuentan
historias y emociones que no necesitan luz para brillar. Y quizá, en el fondo,
nos recuerdan algo importante: ver no es la única forma de contemplar.
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Quienes nacieron ciegos, en cambio, nunca han tenido una experiencia visual. Por tanto, sus sueños no contienen imágenes. Preguntarles “¿qué ves en tus sueños?” es tan inútil como preguntarnos a nosotros “¿qué olor tiene el color azul?”.
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