(AZprensa)
En el mundo corporativo existe una costumbre tan extendida como cuestionable:
despedir a los empleados los viernes por la tarde. No es casualidad. La lógica
interna de muchas empresas –especialmente las grandes– es tan cínica como
transparente: comunicas la noticia a última hora, el resto del equipo se va a
casa en pocas horas, llega el fin de semana y, con un poco de suerte, el lunes
todo el mundo vuelve como si nada hubiera pasado. El dolor queda diluido entre
barbacoas, Netflix y copas del sábado.
Es
una estrategia tan vieja que hasta tiene nombre en inglés: “Friday firing”. Los
manuales de recursos humanos lo justifican con argumentos de manual: “minimizar
la disrupción operativa”, “dar tiempo al empleado para que procese la noticia
en privado” y “evitar que la información circule demasiado dentro de la
oficina”. Traducido al lenguaje real: queremos que el golpe sea lo más
silencioso posible y que el resto de la plantilla lo olvide cuanto antes.
Pero
la realidad es tozuda y demuestra que esa táctica no funciona. O peor aún:
funciona al revés. Cuando despides a alguien un viernes, lo que consigues es
exactamente lo contrario de lo que pretendes. El compañero despedido se marcha,
sí, pero no desaparece. Habla con sus excompañeros ese mismo fin de semana por
WhatsApp, por teléfono, en una caña improvisada. Y cuenta. Cuenta los
verdaderos motivos (que casi nunca coinciden con la versión oficial), cuenta
cómo le han tratado, cuenta si le han pagado lo que le debían o si le han hecho
firmar algo bajo presión. En 48 horas, toda la plantilla sabe más de lo que la
empresa quería que supieran.
El
efecto sobre la moral es devastador. Los que se quedan no olvidan; rumian. El
lunes no vuelven con “cara sonriente” como esperaban los genios que diseñaron
el protocolo. Vuelven con miedo, con rabia contenida y con una pregunta que se
repite en silencio: “¿Seré yo el siguiente viernes?”.
Despedir
en viernes no es solo inmoral; es estúpido. Revela una visión del empleado como
un recurso prescindible y del equipo como una masa amorfa que se puede
manipular con trucos de calendario. Es una declaración de principios: aquí
mandamos nosotros, y vosotros sois números que se pueden borrar con un correo a
las 17:30 de un viernes. Las empresas que usan esta táctica creen que están
siendo listas. En realidad están enseñando a sus empleados tres lecciones muy
claras:
Que la lealtad no sirve de nada.
Que el esfuerzo extra no protege a nadie.
Que cualquier día pueden ser ellos los que salgan por la puerta con una caja de cartón.
Y
cuando un equipo interioriza esas tres lecciones, ya está muerto. Puedes seguir
pagando nóminas, pero la motivación, la creatividad y el compromiso se han ido
mucho antes que el compañero del viernes.
Hay
empresas que han entendido que la transparencia y el respeto no son un lujo,
sino la única forma sostenible de gestionar personas. Despiden (cuando no hay
más remedio) cualquier día de la semana, a primera hora, con luz y taquígrafos,
asumiendo las consecuencias y hablando claro con los que se quedan. Esas
empresas suelen tener menos rotación, más compromiso y, curiosamente, mejores
resultados.
El
viernes no es un día mágico que borra la realidad. Es solo el día en que algunas
empresas deciden mostrar su peor cara. Y los empleados, que no son tontos, lo
anotan todo. Incluido el día de la semana.
Novedad: Trilogía de novelas (disponible en Amazon en tapa dura, tapa blanda y eBook)
https://azpressnews.blogspot.com/2025/12/trilogia-de-novelas-de-vicente-fisac.html
Que la lealtad no sirve de nada.
Que el esfuerzo extra no protege a nadie.
Que cualquier día pueden ser ellos los que salgan por la puerta con una caja de cartón.
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