miércoles, 7 de septiembre de 2016

La Tierra hueca

(AZprensa) Son muchas las teorías que hablan de “La Tierra hueca”, asegurando que nuestro mundo alberga, en realidad, dos mundos: el exterior (en donde habitamos nosotros) y el interior (un mundo desconocido en las entrañas mismas de nuestro planeta). Pero ¿cómo es ese mundo? Digamos primero que han sido muchas las personas que han hablado de esta posibilidad e incluso algunas han creído ver –al sobrevolar el Polo Sur- la puerta de entrada a dicho mundo. Según quienes sostienen esa teoría, los Polos Norte y Sur albergarían una entrada a ese mundo interior. Uno de ellos fue el almirante Richard E. Bird, quien sobrevoló la Antártida y contó en su diario todo lo que había visto y que contradecía la ciencia oficial. ¿Será por eso que no existe ninguna fotografía de satélites que muestre el centro de los Polos Norte y Sur? Bueno, sí existen fotografías (e incluso cualquiera puede “viajar” a esas zonas a través de Google Earth) pero resulta que dichas fotografías están retocadas. Sí, retocadas de la más burda manera: en el Polo Norte, en donde existe un manto permanente de hielo, las fotografías sólo muestran agua en estado líquido y si ampliamos la imagen descubrimos las pinceladas del Photoshop. ¿Y en el Polo Sur? Otro tanto de lo mismo, aunque en este caso sí que aparece el hielo permanente que se asienta sobre este inhóspito y desconocido sexto continente de hielo: en las fotografías que muestran el Polo Sur se aprecia igualmente, al ampliarlas, que se ha retocado la fotografía en lo que sería el centro del Polo Sur y aparece todo con brochazos de pintura blanca sin que pueda distinguirse absolutamente nada.

También han hablado de esta “Tierra hueca” numerosas leyendas. Se han contado historias de algunos seres extraños que aparecieron en algunas ciudades y, al cabo del tiempo, cuando aprendieron nuestro idioma, explicaron que provenían de un mundo situado en las profundidades de la Tierra. Este es el caso, por ejemplo, de los niños verdes que aparecieron en 1887 en un pueblo español llamado Banjos. Incluso hoy día, numerosos exploradores y expertos espeleólogos, nos hablan y sorprenden con documentales que muestran gigantescas grutas que se adentran en las profundidades de nuestro planeta y que apenas si somos capaces de vislumbrar el tamaño real que tienen.

Pero quizás, han sido los novelistas quienes mejor han ilustrado ese misterioso mundo. De todos es conocido Julio Verne y su “Viaje al centro de la Tierra”, una novela que ha sido llevada al cine en repetidas ocasiones. Pero hay otra novela, más desconocida, que es la que ahora quiero comentar y explica con más detenimiento cómo es ese mundo interior. El novelista es muy famoso, Edgar Rice Burroughs. Dicho así es posible que pocos puedan saber a quién me refiero, pero si digo que es el autor de las novelas de Trazan, seguro que todos sabrán de quién estoy hablando. Pues bien, Burroughs no sólo escribió las novelas de Trazan, sino muchas otras novelas, siendo también populares las que escribió en torno al planeta Marte y cómo un americano se ve proyectado mentalmente a dicho plantea y vive allí las más increíbles aventuras. Ahora bien, tuve la suerte de descubrir otra novela más desconocida de este autor; la tituló “Aventura en el centro de la Tierra” (“At the earth’s core”) y se editó en 1914. En esta novela, el protagonista viaja en una gigantesca y ultramoderna excavadora y penetra con ella en el interior de la Tierra. Su objetivo final era el descubrimiento de yacimientos minerales, pero en su primer viaje de exploración no pude detener su avance y la máquina continúa penetrando en la corteza terrestre hasta que aparece en un mundo interior. Así lo describe en algunos pasajes de dicha novela.

Así explica el científico creador de dicha máquina perforadora a su acompañante cómo y a dónde llegaron: “Sé exactamente dónde nos encontramos. ¡Hemos hecho un descubrimiento maravilloso! Hemos probado que la Tierra es hueca. Hemos atravesado totalmente la corteza terrestre y arribado a un mundo interior. Nuestra excavadora nos llevó a través de 400 kilómetros por debajo de nuestro mundo externo. En ese punto llegó al centro de gravedad de la corteza, de 800 kilómetros de espesor. Hasta ese momento habíamos estado descendiendo, aunque la dirección, claro está, es relativa. Luego cuando los asientos oscilaron –lo que te llevó a pensar que habíamos dado la vuelta y que volvíamos a la superficie- pasamos el centro de gravedad y, aunque no cambió la dirección en que avanzábamos, estábamos en realidad dirigiéndonos hacia arriba, hacia la superficie del mundo interior”.

Al llegar y contemplar ese mundo, notan algo extraño: “Cuando me puse a observar con detenimiento, comencé a advertir la rareza del paisaje que me había obsesionado desde el principio con una alucinante impresión de lo sobrenatural: ¡no había horizonte! Hasta donde podía verse, el mar se prolongaba con los islotes que flotaban en su seno, los más lejanos, reducidos a diminutos puntos; pero detrás de ellos seguía infinitamente el mar, hasta que la sensación de estar mirando hacia arriba, hasta el punto más lejano, parecía muy real. La distancia se perdía en la distancia misma. Eso era todo: no había un trazo horizontal definido que marcara la pendiente del globo al hundirse bajo la línea de la visión”.

Pero, con todo, lo más extraño y sorprendente es que dicho mundo interior tenga luz, tenga sol. Así lo explicaba el protagonista: “No es el mismo sol del mundo exterior el que nosotros vemos. Es otro sol, totalmente distinto, que arroja su eterno resplandor de mediodía sobre la faz de esta Tierra interior. Hace varias horas que estamos aquí y sin embargo todavía es mediodía. Es muy simple. La Tierra fue al principio una masa nebulosa, se enfrió, y a medida que se enfriaba se encogía. Al final, una delgada capa de corteza sólida se formó sobre la superficie externa. Era una especie de cáscara; pero adentro contenía materia parcialmente derretida y gases altamente dilatados. A medida que seguía enfriándose ¿qué ocurría?  La fuerza centrífuga arrojaba rápidamente las partículas del núcleo nebuloso hacia la corteza donde se iban solidificando. Habrás visto el mismo principio, en la práctica, en una máquina de separar crema. Al poco tiempo, pues, quedó sólo un núcleo sobrecalentado de materia gaseosa dentro de un enorme vacío provocado por los gases que se contraían y se enfriaban. La idéntica atracción ejercida por la corteza maciza desde todas direcciones mantuvo a ese núcleo en el centro exacto de la esfera hueca, y lo que queda de él es el sol que ves ahora: una cosa relativamente pequeña en el centro de la Tierra, que emite su luminosidad perpetua y su calor tórrido en forma pareja a todas las zonas de este mundo interior. Debe haber pasado mucho tiempo después que apareció la vida en el exterior, para que esta parte interna se enfriara lo suficiente y también hubiese vida en ella. Pero es evidente que los mismos agentes afectaron a ambos mundos”.

Recorriendo aquél mundo sorprendía, quizás más que ninguna otra cosa, que el tiempo no existía. El sol siempre estaba en el mismo sitio, la luminosidad era la misma, siempre perpetua, la dirección y longitud de las sobras era siempre la misma... “¡Cómo medir el tiempo, allí donde el tiempo  no existe!”, decía el protagonista. Al no haber días y noches, al no cambiar nunca la intensidad y posición de la luz, era imposible saber cuánto tiempo -tal como lo entendemos nosotros- transcurría en realidad.

Y en cuanto al tamaño de ese mundo interior hay también otra sorpresa. Si nosotros pensamos en una esfera metida dentro de otra esfera –como este sería el caso- es lógico pensar que la superficie de la esfera interior sea mucho más pequeña que la de la esfera exterior: sin embargo se nos pasa por alto un detalle importante, tal como lo explica el protagonista al mostrarle un mapa de ese planeta interior: “Mira, esto es agua, evidentemente, y todo esto es tierra. ¿Notas la configuración de las dos zonas? Donde hay mar en la superficie exterior, aquí hay tierra. Estas áreas relativamente pequeñas de océanos siguen los contornos generales de los continentes de la corteza de nuestro mundo. Sabemos que la corteza de la Tierra tiene 800 kilómetros de espesor, luego el diámetro de este mundo interior debe ser de 11.000 kilómetros y su superficie de unos 400 millones de kilómetros cuadrados. Tres cuartos corresponden a la tierra. ¡Piensa en eso! ¿Una superficie terrestre interior de 300 millones de kilómetros cuadrados! Nuestro mundo no tiene mas de 80 millones de kilómetros cuadrados de tierra, ya que el resto está cubierto de agua. Así como a menudo comparamos a los países por sus superficies relativas, de la misma manera podemos comparar estos dos mundos y nos encontramos con la extraña anomalía de uno grande dentro de otro más pequeño”.

Como lo que escribió Burroughs (al igual que Verne) era una novela de aventuras, allí aparecieron diversas razas y una sucesión trepidante de acontecimientos. Infinidad de razas y animales que conviven en ese mundo interior, costumbres aparentemente distintas pero comportamientos similares, al fin, a los humanos... imaginación desbordante para hacer pasar un rato entretenido de lectura, tanto es así que resulta difícil detener su lectura y –dado que su extensión no es mucha- con facilidad es capaz uno de leer esta novela de un tirón.


Con imaginación o sin ella, después de ese rato agradable de lectura, queda dentro de nuestra conciencia un pequeño poso de intriga: ¿habrá algo de verdad en todo esto? Y es que una cosa es cierta: es mucho más lo que desconocemos que lo poco que creemos tener por cierto.

PD.- Para el que quiera más información, aquí está el enlace donde puede verse una conferencia de 1 h. de duración sobre este tema: https://www.youtube.com/watch?v=LXDP0MqAg-A


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2 comentarios:

Paul Marlonne G dijo...

La Tierra Hueca es una teoría en extremo débil, disfrazada de una mala campaña que aclama a lo que desconocemos.

Vicente Fisac dijo...

Mientras no se muestren buenas fotografías de los polos, seguirán existiendo las especulaciones.