lunes, 11 de marzo de 2024

Así era el cólera en la España rural de hace más de un siglo

Según explica la Organización Mundial de la Salud (OMS), el cólera es una infección diarreica aguda causada por la ingestión de alimentos o agua contaminados con el bacilo Vibrio cholerae. Su breve periodo de incubación, que fluctúa entre dos horas y cinco días, acrecienta el carácter potencialmente explosivo de los brotes epidémicos.
 
El cólera produce una diarrea secretoria caracterizada por deposiciones semejantes al agua de arroz, con un marcado olor a pescado, una elevada cantidad de sodio, bicarbonato y potasio, y una escasa cantidad de proteínas. En su forma grave, se caracteriza por una diarrea acuosa de gran volumen que lleva rápidamente a la deshidratación.
 
Se trata de una enfermedad muy virulenta que afecta a niños y adultos y puede ser mortal en cuestión de horas. Hasta el 80% de los casos puede tratarse satisfactoriamente con sales de rehidratación oral, siendo el suministro de agua potable y el saneamiento, medidas decisivas para reducir sus repercusiones.
 
La primera epidemia de cólera de que se tiene constancia en España sobrevino en 1833 y a lo largo de ese mismo siglo se dieron cinco brotes más, causando un total de 600.000 muertes en nuestro país. A finales del siglo XIX esta enfermedad tenía carácter epidémico y como tal afectaba a amplias zonas geográficas. El clima cálido de La Mancha y las deficientes condiciones higiénicas, eran un caldo de cultivo propicio para la propagación de esta enfermedad.
 
Siendo, por tanto, uno de los mayores retos de la medicina en aquella época no es de extrañar que Gaspar Fisac centrara en ella su tesis doctoral. Sin duda esto debió influir para que poco después, en 1885, fuera elegido por la Diputación Provincial para viajar como Delegado de Ciudad Real a la Asamblea del cólera que se celebraba en Valencia. Esto le sirvió para entablar contacto con el Dr. Ferrán que iba a presentar allí su vacuna anticolérica y, de esta forma, a su regreso, preparó y presentó a la Diputación –en base a sus estudios y observaciones- un completo trabajo titulado “El microbio del cólera y la inoculación anticolérica del Dr. Ferrán” en donde estudiaba el valor preventivo de dicha inoculación anticolérica.
 
Decía aquél amplio informe, entre otras cosas que “...no es mi propósito ocuparme de la terrible enfermedad que, avanzando paulatinamente, siembra la muerte y desolación en nuestras provincias, sino en cuanto estrictamente se relacione con la misión para que he tenido la honra de ser nombrado”.
 
El trabajo se dividía en dos partes según explicaba el propio autor: “...ocupándome en la primera de ligerísimas consideraciones de bacteriología y del microbio del cólera, y en la segunda del valor profiláctico del importante descubrimiento de la vacunación anticolérica”.
 
Dejaba constancia en el citado estudio, del contacto que había mantenido con el Dr. Ferrán y cómo este le había ayudado: “Cúmpleme, antes de pasar adelante, manifestar a su ilustre descubridor el Dr. Ferrán, mi reconocimiento por la franqueza y solicitud con que teórica y prácticamente, en el laboratorio y fuera de él, me ha mostrado observaciones y expuesto conocimientos que buscaba”. Pero no fue este su única fuente de información, ya que también tuvo palabras de agradecimiento por la ayuda recibida del Dr. López García, de Madrid, a quien llamaba “mi joven y querido maestro” y del que destacaba “su importante cooperación y valiosos consejos en el laboratorio histológico de su propiedad”, al igual que la ayuda recibida por otros especialistas de Valencia con quienes intercambió opiniones y experiencias.
 
Como resultado, aquél informe arrojaba 13 importantes conclusiones que habían de servir a las Autoridades para tener preparadas y poner en marcha, si la ocasión lo requería, toda una serie de medidas tendentes a evitar la epidemia así como limitar al máximo su propagación si no fuese posible evitarla por completo. Los dos últimos puntos de aquellas conclusiones, decían textualmente lo siguiente:
 
“12.- Como quiera que la inoculación preventiva del cólera es inofensiva y, según todas las estadísticas, no determina el desarrollo de la enfermedad, la consideramos beneficiosa, tanto para los pueblos hasta ahora indemnes, como para los epidemiados.
13.- Como preservación individual, aconsejamos la esterilización de los excreta en el momento de ser deyectados por los coléricos, con el ácido fénico en disolución al cinco por 100, o el sublimado corrosivo al uno por 1.000; la pureza de los ingesta por la cocción de los alimentos, la ebullición del agua y la abstención de frutas, y la más exquisita limpieza de las manos, boca, ropas y efectos, a la menor sospecha de contagio, por el lavado frecuente con las disoluciones dichas, teniendo cuidado, sobre todo, de evitar toda causa que pueda producir indigestiones”.
 
Y los peores augurios sobre una posible epidemia de cólera en Daimiel se hicieron realidad en agosto de aquél mismo año de 1885 y en septiembre ya se tenía constancia fehaciente de que se trataba del cólera morbo-asiático. La Diputación Provincial autorizó a Gaspar Fisac a realizar inoculaciones de la vacuna anticolérica del Dr. Ferrán ya que este había solicitado tal autorización así como el permiso para acudir allí donde se detectase cualquier foco de la epidemia para realizar las inoculaciones que fueran necesarias y hacer un detallado seguimiento y análisis de los resultados. El periódico “El Eco de Daimiel” contribuyó también con muchos artículos a concienciar a la población sobre las medidas preventivas a llevar a cabo para limitar en lo posible la propagación de la enfermedad.
 
Unos años después, concretamente el dos de julio de 1890, publicó un amplio artículo sobre esta enfermedad en su diario “El Eco de Daimiel” (nº 425). Comenzaba transcribiendo la disposición que a tal fin publicaba el “Boletín Oficial” y decía lo siguiente:
 
“El ‘Boletín Oficial’ publica la siguiente circular: Con objeto de reunir los datos necesarios a fin de adoptar las disposiciones convenientes de precaución y de represión, para el caso de que alguno o algunos de los pueblos de esta provincia sean atacados por el cólera, he venido en resolver lo siguiente: ...”.
Se detallaba a continuación una relación de los puntos que habrían de seguirse ante tal eventualidad y venía firmado por el Gobernador, Ricardo García, con fecha 26 de junio de 1890.
En base a estas disposiciones y a los conocimientos y experiencias propios, Gaspar Fisac exponía que:
“En Daimiel se han adoptado ya aquellas medidas higiénicas que la ciencia aconseja para evitar el desarrollo o la propagación del mal que nos amenaza, habiéndose habilitado la ermita de San Isidro, próxima a la estación, para local de fumigaciones.
Se ha prohibido la importación y venta de frutas procedentes de puntos epidemiados.
Hácense visitas domiciliarias, por juntas técnicas, para averiguar el estado de limpieza y desinfección de las casas.
Hánse citado a los dueños de los molinos, al Ayuntamiento, para darles a conocer el medio que han de emplear en perentorio plazo para la desinfección de las balsas.
Comisiones especiales suben a la estación, a la llegada de todos los trenes, con objeto de inspeccionar la procedencia de los viajeros y el estado de su salud.
Y según nos ha manifestado el celoso Alcalde de policía urbana, que no descansa un momento y al que se puede aplicar la célebre frase ‘su descanso es pelear’, también se harán visitas a las posadas y se preguntará a la Junta de Sanidad sobre la conveniencia de establecer el lazareto.
Razones de conciencia y de caridad cristina aconsejan se instale, porque ¿en qué conflicto había de verse una comisión que a la llegada de un tren recibiera a un viajero de salud quebrantada o lo hallase enfermo en su posada? ¿Lo iba a arrojar como a un perro? ¿Se iba a repetir el cuadro que el insigne dramaturgo D. José Echegaray pinta con tanta delicadeza en su célebre drama sobre la peste?... ¿Es suficiente la ermita de san Isidro y conveniente a evitar el contagio, para instalar allí camas? Son cosas que afectan a la salud de los pueblos y hay que hacerlas pronto y bien.
¡Cuánta y cuán inmensa responsabilidad se contraería ante Dios alejando como a un apestado en manos del arroyo al infeliz que llegara con un simple cólico intestinal, por ejemplo! ¡Cuánta y cuán inmensa también, ante nuestros hermanos, admitiéndole sin aislarlo y sin poner a su disposición un médico que le asistiera!...”.
 

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