(AZprensa) Los mejores años del laboratorio AstraZéneca
fueron aquellos que tuvieron como Presidente a Carlos Trias que, además de ser
un buen gestor era un buen ser humano. La puerta de su despacho estaba siempre
abierta y él dispuesto a recibir a cualquier empleado que quisiese preguntar, consultar
o pedir algo. Por cierto, hagamos un inciso: ¿Alguna vez habéis visto a un
presidente que tenga la puerta de su despacho abierta y al que le parezca bien
que cualquier empleado `pueda entrar a consultarle cualquier cosa? Por supuesto
que no, porque los presidentes suelen vivir en su “torre de marfil” aislados de
la plebe, rodeados solo por sus iguales y por los pelotas de turno. Este era,
pues, un caso excepcional y ejemplar, y no penséis que no trabajaba, que lo
hacía más que nadie y, por supuesto, cuando mantenía una reunión cerraba la
puerta, pero el resto del tiempo sí que la mantenía abierta y se mostraba
accesible a todos sin que estos tuvieran que pedir audiencia y esperar su turno
hasta ser recibidos.
Bueno, sigamos, el caso es que en los descansos, cuando
salíamos a tomar un café junto a la máquina que había al lado de las escaleras,
él era uno más de los que nos congregábamos allí para descansar unos minutos y
charlar amigablemente. Un buen día se acercó a la máquina a tomar café una
nueva periodista que habíamos contratado. Era su primer día, y al llegar allí
sólo estaba el presidente al que ella no conocía. Cogió su café y se puso a
hablar normalmente con él, como lo haría con cualquier otro compañero, hasta
que en un momento dado le preguntó que de qué trabajaba. Carlos Trias, con la
mayor naturalidad del mundo, le respondió que “de Presidente”, y la pobre
periodista se quedó cortada, aunque la conversación mantenida había sido
intrascendente. Después, lógicamente le explicamos que en AstraZéneca teníamos
un presidente que era una persona normal, no un divo ni un prepotente como es
habitual encontrar.
Y esta no fue la única vez que sucedió algo así. En otra
ocasión toda la organización comercial nos habíamos reunido con motivo de una
Convención. Al llegar la hora de la comida del primer día, antes que hubiesen
comenzado las sesiones de trabajo, nos fuimos agrupando en el comedor del
hotel. Allí, mientras esperábamos con un plato en la mano a que avanzase la
cola del buffet para servirnos, hablábamos unos con otros de cosas
intrascendentes para pasar el rato. Y allí, mezclado con todos, también estaba
el Presidente, con su plato en la mano, esperando turno y charlando con el que
tenía a su lado que –en aquella ocasión- era un nuevo Delegado que acababa de
incorporarse a la empresa y todavía no conocía a casi nadie. Entonces, este
Delegado le preguntó a Carlos Trias que dónde trabajaba, que si era Delegado
como él. Carlos le respondió que trabajaba en Central. Entonces el Delegado le
preguntó que de qué trabajaba, y Carlos respondió con la mayor sencillez y
naturalidad del mundo que “de Presidente”. El Delegado se quedó a cuadros,
porque nunca se le hubiera pasado por la imaginación que una persona sencilla y
normal como la que tenía a su lado fuese el Presidente. Afortunadamente pudo
respirar aliviado este Delegado porque durante aquellos minutos de conversación
no había dicho nada de lo que luego pudiera arrepentirse, y desde luego
comprendió en aquél mismo momento que había entrado a trabajar en un empresa
que era la envidia de todo el sector por el buen ambiente que allí se
respiraba.
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