(AZprensa) Cuando
alguien desea acceder a un puesto laboral o cargo directivo hay que considerar
siempre sus conocimientos, capacidades, habilidades, experiencia, idoneidad
para el puesto, etc. Sin embargo esto choca con los dictados de la “Agenda 2030”
que, en aras a la igualdad, promueve la implantación de cuotas para que todos
los colectivos estén representados, de tal forma que se prioriza el
cumplimiento de cuotas sobre los méritos profesionales.
El
debate entre la meritocracia y la diversidad es uno de los más apasionantes y
complejos en el ámbito laboral actual. Mientras la meritocracia aboga por un
sistema donde las posiciones y recompensas se basen en el mérito individual, la
diversidad enfatiza la necesidad de incluir a personas de diferentes orígenes,
géneros, etnias y capacidades para crear entornos laborales más equitativos y
representativos.
La
meritocracia se fundamenta en la idea de que el éxito y las oportunidades deben
basarse exclusivamente en el talento, el esfuerzo y la capacidad. En teoría,
este sistema promete un mundo donde cada persona tiene la oportunidad de
ascender según sus méritos, sin importar su origen socioeconómico, género, raza
o cualquier otro factor identitario.
Esta
forma de abordar el tema se fundamente en:
Justicia
y eficiencia.- La meritocracia asegura que los mejores y más capacitados ocupen
los roles más importantes, lo que se traduce en mayor productividad, innovación
y eficiencia.
Mérito por encima de todo.- La selección basada en méritos garantiza que las decisiones de contratación y promoción sean objetivas, evitando el favoritismo o el nepotismo.
Igualdad de oportunidades.- Aunque la meritocracia no garantiza igualdad de resultados, sí promete igualdad de oportunidades, donde todos pueden competir en igualdad de condiciones.
Sin
embargo, los críticos de la meritocracia señalan que este sistema puede
perpetuar o incluso exacerbar las desigualdades existentes, ya que no todos
parten de la misma línea de salida; por ejemplo: Los individuos de entornos
marginados pueden enfrentar obstáculos educativos, económicos y sociales que no
son considerados en un sistema puramente meritocrático, e incluso en sistemas
que pretenden ser meritocráticos, los prejuicios y sesgos inconscientes pueden
influir en la percepción del mérito.
Es
por ello que los promotores de la “Agenda 2030” promueven la diversidad por
encima incluso del mérito. Según argumentan, las políticas de diversidad,
equidad e inclusión (DEI) buscan corregir las desigualdades históricas y
estructurales, promoviendo un entorno laboral que refleje la composición
demográfica de la sociedad. Los argumentos a favor de la diversidad incluyen:
Añaden
también que equipos diversos aportan una gama más amplia de perspectivas, lo
cual puede conducir a soluciones más innovadoras y creativas; que tener una
fuerza laboral diversa asegura que las empresas comprendan mejor y sirvan a una
base de clientes igualmente diversa; y que estas políticas ayudarán a nivelar
el campo de juego para aquellos que han sido históricamente excluidos o
subrepresentados.
Pero
los defensores de la diversidad por encima del mérito, no tienen en cuenta que priorizar
la diversidad conduce a la contratación de personas menos cualificadas, y si
encima se fijan cuotas se llega a la situación de postergar los méritos y la
cualificación profesional a un segundo plano, priorizando a personas menos
preparadas pero pertenecientes a esos colectivos menos representados.
El
reto es diseñar sistemas que valoren el mérito mientras también abordan las
desigualdades estructurales, asegurando que las oportunidades sean
verdaderamente accesibles para todos. Este equilibrio no solo es moralmente
correcto, sino que también puede traducirse en ventajas competitivas para las
organizaciones y beneficios sociales más amplios.
Para
lograr el éxito, la meritocracia es imprescindible pero eso no quiere decir que
deba descuidarse por otro camino la lucha por la igualdad, promoviendo acciones
que den a los desfavorecidos la oportunidad de prepararse y engancharse así al
camino del mérito para conseguir su éxito profesional.
No
se deben imponer cuotas en razón de género, raza, origen social, etc. Para cada
puesto hay que elegir siempre a la persona mejor preparada, y a partir de ahí,
dar a todos –también a los más desfavorecidos o con menos oportunidades- la
ayuda y formación necesaria para que desarrollen todo su potencial personal y
profesional y puedan emprender también el camino de la excelencia.
En
España, por ejemplo, vemos cómo en los Gobiernos nacionales, regionales, etc.
se busca acercar la representación de hombres y mujeres, lo que supone
discriminar a otras personas que sin duda estarían mejor preparadas. ¿Es que no
puede haber un gobierno en donde las mujeres –por ejemplo- sean mayoría porque
están mejor preparadas? ¿Por qué hay que darles esos cargos sólo por el hecho de
ser mujeres? ¿Y si resulta que son hombres en mayoría los que están mejor preparados
para esos cargos, por qué no pueden estar en mayoría? Pero es que esta misma ideología
se ha trasladado también a las empresas, en donde se contrata a muchas personas
“para cumplir cuotas” y no por su idoneidad para el puesto.
La
“igualdad” debe estar en el acceso a la formación, y a partir de ahí que sean
el trabajo, el esfuerzo y los méritos que vaya adquiriendo cada uno los que
determinen su futuro sin que ninguna cuota ni ninguna imposición desvirtúen el
resultado final.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Memorias de un Dircom”: https://www.amazon.es/dp/B092XFBPKY
Mérito por encima de todo.- La selección basada en méritos garantiza que las decisiones de contratación y promoción sean objetivas, evitando el favoritismo o el nepotismo.
Igualdad de oportunidades.- Aunque la meritocracia no garantiza igualdad de resultados, sí promete igualdad de oportunidades, donde todos pueden competir en igualdad de condiciones.
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