(AZprensa) Cada vez
que una empresa se plantea escribir una nota de prensa, el objetivo está muy
claro: se trata de conseguir que esa “información” se publique gratuitamente en
los medios de comunicación como si fuese una noticia y que el nombre del
producto y/o de la empresa aparezca en titulares así como varias veces repetido
a lo largo del texto.
Así las
cosas, espera que su experto en comunicación –bien sea de la propia empresa o
de la agencia de comunicación contratada al efecto- le presente una nota de
prensa donde se ensalcen las cualidades del producto y/o de la empresa, donde
el nombre de marca encabece el texto y se repita numerosas veces, donde abunden
los adjetivos grandilocuentes... es decir, algo así como el propio folleto
publicitario de la empresa o producto, aunque sin la infografía y el colorido
propio de las piezas publicitarias.
Cuando
el experto en comunicación le dice que eso no es posible, que una cosa es la
información periodística y otra la publicidad, y que si lo envían tal como
quiere el responsable de marketing o de dirección comercial (que sabrán de
otras cosas, pero que de comunicación y periodismo no suelen tener ni idea) el
destino de ese texto será la papelera. Entonces se enfadan y exigen (que para eso
son ellos los que gestionan los presupuestos) que se haga como ellos quieren o
como mucho aceptan alguna tímida sugerencia para que esa nota de prensa
convertida en panfleto propagandístico se suavice un poco. La agencia externa
de comunicación, se debatirá entre aceptar las consignas del cliente aun a
sabiendas de que el texto no será reproducido por los medios o explicarle que
está en un error y en consecuencia perder la cuenta (esos directivos no
aceptarán que ellos puedan estar equivocados, así que en ese caso buscarán otra
agencia que lo haga como ellos quieren). Si en la empresa hay un responsable
interno de comunicación dependiente de esos directivos, no tendrá más remedio
que acatar las órdenes superiores aun a sabiendas del fracaso que obtendrá esa
nota de prensa.
Esto que
acabo de contar, es el pan nuestro de cada día, y parece mentira que año tras
año, década tras década, todo siga igual. Salvo escasas y honrosas excepciones,
en donde el máximo responsable de la compañía da libertad a su responsable de
prensa para que haga las cosas con criterio profesional, esta situación no ha
cambiado con el transcurso de los años. La raíz del mal está en que son los
directores comerciales y de marketing quienes manejan los presupuestos y de
quienes depende, la mayoría de las ocasiones, el departamento de comunicación e
incluso ese departamento no existe y son los jefes de producto quienes encargan
esas notas de prensa a agencias de comunicación que incluso muchas veces son la
propia agencia de publicidad que les hace los folletos. Por eso, no me cansaré
de insistir sobre la necesidad de que el departamento de comunicación dependa
directamente de presidencia, esté integrado en el Comité de Dirección de la
empresa, y tenga la suficiente autonomía y delegación de responsabilidad para
hacer las cosas con criterio profesional periodístico; porque si de lo que se
trata es de proveer a los medios con material informativo para que lo
publiquen, eso es precisamente lo que hay que darles, información, no
publicidad.
Pero
volviendo al arranque de este artículo, sí que me gustaría destacar una
paradoja que he descubierto –por experiencia propia- que funciona y muy bien, y
por eso he titulado a este artículo como “El Evangelio y las Notas de Prensa”.
Se dice
en el Evangelio cómo un invitado a un banquete, creyéndose muy importante, fue
derecho a sentarse en la presidencia. Cuando el organizador del banquete lo
vio, le dijo que aquél no era su sitio (en efecto, era importante pero no tanto
como él se creía), así que, ante la vista de todos y el bochorno propio, fue
desalojado de ese sitio y colocado en otro lugar. En cambio, otro invitado (que
era igual de importante que el anterior pero no hacía ostentación de su
importancia) se sentó discretamente en un lugar secundario. Cuando el
organizador del banquete lo vio, lo llamó y reclamó la atención de todos para
que viesen que ese invitado era querido y apreciado y en consecuencia debía
ocupar un lugar de privilegio. Concluía esa parábola con aquello de “los
últimos serán los primeros”.
Pues
esto mismo he comprobado yo con las notas de prensa. Eso sí, vaya por delante
que, afortunadamente, he tenido la suerte de depender directamente de
presidentes que confiaban en mi capacidad profesional y me dejaron siempre la
suficiente libertad y autonomía para hacer mi trabajo con criterio profesional
y no a expensas de marketing. En consecuencia mis notas de prensa –unas con
mayor acierto que otras- siempre las redacté pensando en el lector y en lo que
podría ser de mayor interés para el mismo. A fin de cuentas, el periodista del
medio escribe para el lector y supedita cualquier material informativo a
aquello que pueda interesar más al lector.
Era
evidente que, aun siguiendo los más estrictos criterios profesionales, en
algunas ocasiones estaba justificado poner el nombre del producto o empresa en
el titular, ya que así lo exigía la noticia... y así lo hacía algunas veces.
Sin
embargo, al cabo de un tiempo me di cuenta de un hecho curioso. Cuando enviaba
notas de prensa informativas y de calidad, pero con el nombre del producto o
empresa en el titular, la mayoría de los medios que la recibían, la
publicaban... pero ¡cambiando el titular para que dicho nombre no estuviese en
él! Y lo más sorprendente: en aquellas otras notas de prensa informativas y de
calidad, en las que yo no ponía el nombre del producto o la empresa en el
titular, el periodista... ¡también cambiaba el titular, pero ahora al revés,
precisamente para ser él quien introdujese en dicho titular el nombre de la
empresa o producto!
Es
decir: cuando yo ponía el nombre en el titular, los periodistas del medio lo
quitaban, y en cambio cuando yo no lo ponía, eran ellos quienes lo incluían.
Pude así
constatar un hecho: Cuando el periodista recibe una información periodística
bien redactada y con interés para el lector, se da cuenta que debe ser
publicada pero él se considera en la obligación de darle un toque personal y
entonces le cambia el titular (sobre todo para que no haya otros medios que
saquen esa misma noticia con el mismo titular). Y cuando ese periodista se
decide entonces a cambiar ese titular, lo tiene bien fácil: si allí aparece un
nombre de marca, eso le da tufillo publicitario, así que lo quita; en cambio si
no aparece, se da cuenta que “falta algo” y ese algo es precisamente el nombre
de marca, y de esta forma, por voluntad propia, es él quien lo incluye.
Cuando
comprobé estadísticamente que esta situación se daba en muchas de mis notas de
prensa, opté –definitivamente- por obviar el nombre de marca en los titulares,
y comprobé a lo largo de muchos años de ejercicio profesional cómo de esta
forma, en muchas ocasiones, eran los propios periodistas de los medios de
comunicación, quienes llevaban la marca de mi empresa o producto a esos
titulares.
La
moraleja, como en el Evangelio, es evidente: el que siempre va considerándose a
sí mismo como el más importante y se pone en lugares de privilegio, acaba con
el bochorno de verse relegado; en cambio, el que va pensando siempre en el
destinatario de la información y supedita el interés de su empresa o producto
al propio interés del lector, se ve aupado a lugares de privilegio en cada
medio de comunicación.
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