(AZprensa) Parece un contrasentido porque ¿puede una guerra
ser “civilizada”? Tenemos que reconocer que sí, aunque sólo se trate de una
excepción, una excepción, eso sí, que deberían imitar los demás países.
Desde hace décadas Canadá y Dinamarca vienen disputándose la
soberanía de la isla de Han, un pequeño peñasco de apenas 1 km de diámetro,
situado en el océano Ártico justo en el límite entre las aguas territoriales
canadienses y danesas. A simple vista parece que no tiene ningún interés, ya
que no está habitada y no tiene recursos naturales, es sólo eso, una roca en
medio del mar. Pero más allá del valor simbólico de la misma, late la certeza
de que en un futuro próximo la zona del Ártico va a tener una gran importancia
comercial conforme el calentamiento global y el consiguiente deshielo dejan al descubierto
nuevas tierras y nuevas rutas; de ahí que cualquier enclave estratégico, por
pequeño que sea, puede tener un gran valor.
Ahora bien, ¿cómo están “luchando” Canadá y Dinamarca para
hacerse con el control de la isla de Hans? Aparte de las disputas verbales y
negociaciones, que de momento arrojan un empate, las tropas canadienses y
danesas hacen de vez en cuando una visita a esta isla. Cuando llegan los canadienses
quitan la bandera de Dinamarca y ponen la suya así como una botella de whisky
canadiense. Cuando después llegan los daneses, quitan la bandera de Canadá y
ponen la suya así como una botella de aquavit (aguardiente típico de aquél
país). Lógicamente los soldados de uno y otro bando dan buena cuenta del contenido
de la botella que dejó el ejército enemigo. Y así llevan ya bastantes años
aunque ahora su fama ha saltado a Internet y se ha difundido por todo el mundo.
Se trata, pues, de una guerra en la que no corre la sangre... sino el alcohol.
¡Salud!
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