domingo, 19 de junio de 2022

El director que no sabía decir "agua" en inglés

(AZprensa) Ahora todo aquél que quiera trabajar en cualquier empresa necesita hablar inglés. En los años 70 no era tan frecuente, así que sólo en ciertos puestos directivos se exigía dicho conocimiento; para los demás puestos era un punto más a favor pero no algo imprescindible. Ya había trabajado seis años en Latino-Syntex, que acabó siendo cien por cien norteamericano y no me habían exigido inglés; para la agencia de publicidad para la que acababa de entrar a trabajar, tampoco me habían exigido inglés… y así, confiado, seguí buscando trabajo en la industria farmacéutica sin preocuparme por aprender a hablar inglés (una cosa es saber palabras y gramática y otra muy distinta es saber hablar).
 
Una de las entrevistas que tuve en esta etapa de transición fue en el laboratorio Boiron. La entrevista me la hizo su director general y todo transcurría satisfactoriamente ya que mi experiencia de seis años en un laboratorio de prestigio como era Latino-Syntex me hacía idóneo para el puesto, pero entonces surgió la pregunta: “¿Sabes inglés?”. Le expliqué que saber, lo que se dice saber… pues hombre, lo había estudiado, sabía bastante aunque no lo había practicado durante mis seis años en mi anterior laboratorio… vamos que algo sabía pero no me veía capaz de hablarlo. Pero inmediatamente cambié el rumbo de la conversación y le dije una verdad como un templo: “Aprender un idioma se aprende en varios meses de dedicación y estudio, pero una experiencia como la mía sólo se consigue con muchos años”. Yo estaba convencido de lo que decía: si haces un curso intensivo de inglés al cabo de unos meses sabrás defenderte en ese idioma, pero en unos pocos meses no puedes atesorar una experiencia de años como la que yo había adquirido.
 
Sin embargo, el director de Boiron no estaba conforme con mis planteamientos y me confesó que una vez iba en avión, en un vuelo internacional, y le pidió agua a la azafata. Aunque él sabía que agua en inglés se dice “water” parece ser que su pronunciación no era muy buena o la azafata tenía hipoacusia, el caso es que a pesar de sus múltiples esfuerzos no consiguió que la azafata entendiese que él quería beber agua. Con tan insólita confesión, me daba a entender que aprender inglés era muy difícil y requeriría mucho tiempo, y por lo tanto no podía elegirme para ese puesto.
 
Por mi parte, cuando salí de allí, tardé mucho tiempo en recuperarme de mi asombro. ¿Cómo era posible que no fuese capaz de hacerle saber a la azafata que quería agua? Si ese hubiera sido mi caso, yo se lo hubiera pronunciado de mil maneras, se lo habría escrito o dibujado en un papel, hubiera recurrido a la mímica… todo menos quedarme con sed. ¡Hay que ser muy torpe para no dar a entender que quieres beber agua! Prueba de ello es que poco después empecé a viajar al extranjero y seguía sin saber inglés, sólo cuatro cosas, y sin embargo nunca tuve problemas para moverme por Francia o por Holanda –por ejemplo- con cuatro pinceladas de inglés y mucha mímica.


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