viernes, 28 de julio de 2023

Un siglo de vacunación antidiftérica

(AZprensa) La difteria, conocida también como garrotillo, es una enfermedad infecciosa aguda epidémica, ocasionada por la exotoxina proteica producida por Corynebacterium diphtheriae (bacilo de Klebs-Löffler). Se caracteriza por la aparición de falsas membranas (pseudomembranas) firmemente adheridas, de exudado fibrinoso, que se forman principalmente en las superficies mucosas de las vías respiratorias y digestivas superiores. Suele afectar a las amígdalas, garganta, nariz, miocardio, fibras nerviosas o piel. Los síntomas principales son el dolor de garganta, un aumento leve de la temperatura corporal y ganglios linfáticos (nódulos linfáticos) inflamados en el cuello.
 
Ataca sobre todo a los niños menores de cinco años y a adultos mayores de 60 años y se transmite a otros por medio del contacto directo por estornudos, garganta, piel, ojos o cualquier otro tipo de secreción de las personas infectadas.
 
Esta epidemia afectó con importantes brotes a nuestro país, en especial entre los años 1879 y 1885, periodo en el que provocó 80.879 fallecimientos. Poco después se dispuso de vacunas. Lo que permitió dar un salto cualitativo en la lucha contra esta enfermedad. En el nº 606 del diario “La Provincia”, del 23 de enero de 1895, se publicó un artículo titulado  “La vacunación antidiftérica” que decía lo siguiente:
 
“En los números de este periódico correspondientes  a los días siete y 17 del mes de noviembre próximo pasado, me propuse demostrar que no era sólo en París donde se podía preparar el nuevo antidiftérico.
He guardado silencio por espacio de dos meses porque ese tiempo se necesita, según expresión de los microbiólogos a tales estudios dedicados, para la preparación de aquél líquido en la sangre del caballo, y tenía noticia cierta, expresa, de que el ilustre Ferrán se dedicaba a esa preparación.
Hoy ya, no sólo está preparado en España el suero antidiftérico, sino que su aplicación en los hospitales de Barcelona se está llevando a cabo por doctores tan justamente reputados en el mundo médico como Robert, Viura, Rodríguez Méndez, etc.
¡Líbreme Dios de que estas líneas se tomen por un exceso de patriotismo y se las apellide patrióticas!
Y con igual fervor me encomiendo a todos los espíritus píos de la clase médica, para que no crean que, como en frase moderna se llama, estoy sugestionado por el doctor Ferrán.
Mi objeto, al continuar estos artículos, es hacer resaltar el contraste, que resulta siempre entre la admiración al genio extranjero y la indiferencia con que al nacional se le mira.
Bien es verdad que, aunque la Corte y el Gobierno no protejan a Ferrán, Madrid no puede ser metrópoli del talento (puesto que este no reconoce límites ni fronteras) y, por consiguiente, es preciso convenir en que no ha de ejercer la hegemonía en la realización del adelanto científico, como no la ejerció en otros industriales.
He visitado el laboratorio microbiológico del doctor Ferrán, que acaba de redactar la comunicación que se propone entregar esta noche  al alcalde accidental participándole que tiene preparado suero antidiftérico por el procedimiento Roux. Se asegura que el suero antidiftérico sigue dando en la práctica resultados lisonjeros”.
 

Así eran la Medicina y la Farmacia hace casi dos siglos…
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