Uno de los pilares
fundamentales de la relación entre la industria farmacéutica y la sociedad es
el compromiso. Un compromiso de crecimiento y desarrollo solidarios, puesto que
el fin de toda compañía farmacéutica, además de generar beneficios a sus
accionistas, es –en definitiva- contribuir a la mejora de la salud y de la
calidad de vida del conjunto de la sociedad. El éxito comercial de los
productos depende de su éxito terapéutico, y sin ambos no existirán ni
beneficios ni inversión futura.
Este compromiso se canaliza
a través de las políticas de Investigación y Desarrollo (I+D), que requieren
notables inversiones. De hecho, se cifra en más de 800 millones de dólares el
importe que supone la inversión necesaria para desarrollar cada nuevo fármaco,
siendo esta además, una inversión de riesgo, toda vez que sólo una pequeña
parte de los productos incluidos en los procesos de desarrollo (menos del 10
por ciento) llega finalmente al mercado, y cuando llegan, sólo uno de cada tres
consigue alcanzar el éxito comercial capaz de amortizar todo el proceso de
investigación y generar a su vez nuevos recursos para que la compañía pueda
seguir investigando.
Sin embargo, y a pesar de
este esfuerzo investigador y compromiso social, las compañías farmacéuticas
continúan enfrentándose a problemas de imagen ante la opinión pública. La sociedad
percibe a la industria farmacéutica con cierta desconfianza por motivos que van
desde la errónea percepción de unos desproporcionados márgenes de beneficios
(imprescindibles para su sostenibilidad) a la desconfianza ante ciertas
prácticas promocionales. Las empresas farmacéuticas deberían dedicar más
esfuerzo a la comunicación, dejándolo en la mano de los expertos, para
conseguir transmitir la idea de que los resultados económicos obtenidos son
necesarios para asegurar las inversiones en investigación y hacer ver que éstas
se materializan en esos fármacos innovadores que la sociedad reclama.
Si además una parte de esos
beneficios se revierten en acciones de marcado acento social (antes se hacía de
una forma desorganizada y ahora se agrupa todo en eso que ha dado en llamarse
“responsabilidad social corporativa”) podrá mejorarse la percepción que los
ciudadanos tienen de esta industria; eso sí, no basta con hacer esas acciones
filantrópicas, además hay que difundirlas suficientemente y de manera acertada.
El compromiso de
responsabilidad corporativa se pone de manifiesto con aportaciones como la
realizada para los damnificados por las grandes catástrofes sean estas
naturales (maremotos, terremotos, etc.) o provocadas (guerras, con sus
correspondientes efectos colaterales) que ocupan durante muchos días el centro
de la actualidad nacional e internacional. Pero sin casos tan llamativos como
esos, la responsabilidad corporativa está presente en muchas y continuas
acciones (reforestación de espacios naturales, campañas a favor de los
afectados por alguna enfermedad o por los colectivos más débiles de una
sociedad, fomento de la investigación, premio a las buenas prácticas, etc.).
Por todo ello está claro
que el futuro de la industria farmacéutica pasa por fomentar la investigación y
ahondar en las prácticas socialmente responsables. Hace ya más de una década
que algunos directivos de grandes compañías farmacéuticas internacionales
hicieron un llamamiento a las autoridades europeas para establecer una estrategia
de investigación biomédica integrada en Europa que incentivase la innovación,
contrarrestando así el declive que se observaba en Europa respecto a otros
países como Estados Unidos, o frente al despertar de nuevas potencias –como
China- que han optado por el apoyo a las compañías investigadoras. No ha
sucedido así, y la situación económica de los últimos años no ha venido a
ayudar tampoco. En consecuencia, la inversión de las grandes compañías ha
buscado nuevos horizontes en donde encuentran más facilidades para montar sus
procesos productivos.
La industria farmacéutica
necesita un marco estable y predecible que permita garantizar la capacidad de
inversión en I+D y el crecimiento orgánico de las compañías del sector. Cuando
no se opera en este escenario y por el contrario las medidas de la
Administración son cortoplacistas (sólo implantan medidas de recorte), se están
cercenando las posibilidades de inversión y crecimiento de uno de los sectores
industriales que más empleo genera.
Con un acuerdo marco en el
que estuviesen incluidos todos los agentes políticos, sociales y profesionales
del sector, y en el que se recogiesen soluciones a medio-largo plazo, se podría
asegurar el futuro de la industria farmacéutica y, por tanto, unos mejores
recursos terapéuticos para todos los ciudadanos en el campo de la salud y un
aumento del número de puestos de trabajo con la consiguiente estabilidad en los
mismos, en el campo económico. Pero lograr ese marco estable requiere un
consenso de todas las formaciones políticas, algo que hasta ahora no se ha
producido ni siquiera en temas de tanta trascendencia como un Pacto (aunque sea
de mínimos) por la Sanidad, que garantice la sostenibilidad del sistema y la
equidad en el acceso a las prestaciones, con una misma cartera de productos
para todos los ciudadanos independientemente de la Comunidad Autónoma en la que
residan.
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